Frente al golpismo, el apoyo de Europa

Juan Manuel Aragüés

El frustrado golpe de Estado en Brasil es el segundo episodio, tras el asalto al Capitolio en EEUU, de los movimientos sediciosos contra la democracia que la extrema derecha ha protagonizado hasta el momento. Pero es también preludio de sus futuras actuaciones que, caben pocas dudas, no solo están orquestadas desde el interior de los países afectados, sino que muestran una creciente coordinación internacional. A buen seguro, el fascismo va sacando conclusiones y lecciones de sus intentonas y las irá perfeccionando paulatinamente, por lo que a los demócratas no nos cabe otra que extraer también las consecuencias necesarias que nos permitan responder a la violencia ultra.

Hay un patrón común a estos movimientos sediciosos: la impugnación de los resultados electorales, la puesta en cuestión de la institucionalidad democrática. Tanto en Brasil como en EE.UU., quienes se lanzan a las calles de modo violento lo hacen como consecuencia del no reconocimiento de unas elecciones a las que, sin prueba alguna, consideran fraudulentas. El objetivo es sembrar las dudas sobre la institucionalidad democrática —procesos electorales, funcionamiento de instituciones, etc.— para, en realidad, enterrarla, aunque sus arengas se tiñan de un discurso de defensa de la democracia. Algo que casa muy mal, en el caso de Brasil, con el llamamiento a una rebelión militar.

En España estamos asistiendo, desde el principio mismo de la actual legislatura, a un golpe de Estado a fuego lento, urdido con paciencia pero que tiene como horizonte evidente las próximas elecciones

Como ya he escrito en alguna ocasión, en España estamos asistiendo, desde el principio mismo de la actual legislatura, a un golpe de Estado a fuego lento, urdido con paciencia pero que tiene como horizonte evidente las próximas elecciones en las que la derecha, caso de no alcanzar la mayoría, desconocerá, sin ningún género de dudas, los resultados electorales. El golpe de Estado en Brasil ha servido para que nuestra derecha muestre su faz más torva y, en lugar de denunciar abiertamente el movimiento sedicioso contra la democracia, haya cargado contra el Gobierno de España, acusándole de lo mismo que los golpistas brasileños y estadounidenses acusan a los gobiernos contra los que se alzan: de ilegitimidad. El mismo argumento que llevamos escuchando desde que este gobierno comenzó a actuar. La consolidación de una mayoría en un parlamento democrático como el español es considerada ilegítima por la derecha, en un ejercicio, por tanto, de cuestionamiento de los procedimientos por los que la democracia española actual se viene rigiendo desde 1978. 

Deslegitimación del Parlamento, deslegitimación del Gobierno de él emanado, deslegitimación de las instituciones encargadas del recuento de votos, sobre las que ya se está extendiendo la sombra de la duda, bloqueo de los órganos judiciales para mantener mayorías que no se corresponden con la realidad política del país y poder, de este modo, controlar los procesos políticos. Todo ello jaleado desde unos medios de comunicación ultramontanos tras los que se encuentran los mismos intereses económicos de los que nuestra derecha es brazo ejecutor. Y esto en el contexto del análisis de un golpe de Estado, el de Brasil, que, aunque se condene a regañadientes (¡qué papelón, por cierto, el de Borja Sémper, que nos tenía engañados con una supuesta moderación que ha puesto al servicio del discurso antidemocrático de Feijóo!), parece que se toma como ejemplo, al menos en su argumentario. Los portavoces de las derechas recuerdan estos días a los portavoces de la extinta Herri Batasuna (qué lejos, afortunadamente, Bildu de aquellos procederes) quienes, tras un atentado, salían a la palestra para condenar todo menos el atentado

El Gobierno de España debiera interesar a Europa de cuanto está sucediendo en nuestro país. Vivimos un golpe anunciado, con picos de una mayor visibilidad a lo largo de la legislatura. El discurso de la derecha española tras lo acaecido en Brasil es otro de esos picos, pues lo que se sigue subrayando es la ilegitimidad de nuestro Gobierno y se comienzan a sembrar dudas sobre el futuro proceso electoral. Por ello, las instituciones democráticas europeas debieran estar advertidas, para que cuando los seguidores de Ayuso y Abascal, con gorro de cuernos de toro, suban por las escalinatas del Congreso, no les tome por sorpresa. Quizá, desde la conciencia del peligro que representa una derecha que aspira a recuperar el poder a cualquier precio, aunque eso suponga acabar con la democracia, Europa pueda evitar que se produzcan en su territorio las intentonas fascistas que ya hemos visto en Brasil y Estados Unidos. No deberíamos mirar para otro lado.

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Juan Manuel Aragüés es profesor de Filosofía de la Universidad de Zaragoza.

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