¿Hacia un gobierno de científicos?

Antonio Estella

“Para mí, lo único que funciona y progresa en este momento es la ciencia”, decía de manera clarividente José Luis Sampedro, en una de sus últimas entrevistas con Iñaki Gabilondo. Efectivamente, si adoptamos una visión amplia, es posible dividir la historia de la Humanidad del período que convencionalmente señalamos como posterior al nacimiento de Cristo, en tres grandes etapas en función de qué sistema haya ejercido más poder e influencia sobre los demás: en una primera etapa, habría sido la religión la fuente del poder; esa etapa fue dando pie, progresivamente, a un creciente protagonismo de la política; y finalmente, la política fue cediendo, también de manera paulatina, su papel preponderante en favor de la economía. La superioridad del sistema económico sobre las demás fuentes de legitimación del poder habría caracterizado buena parte de nuestras vidas, de las vidas de los que estamos vivos en este momento, y quizá también las de la generación anterior a la nuestra. Pero cabría preguntarse si de alguna manera estaríamos asistiendo a la superación de esta hegemonía del sistema económico por una, también paulatina, cada vez mayor influencia del sistema científico sobre todos los demás. ¿Es esto así? Y más importante: ¿debería ser así?

Desde mi punto de vista el cambio de paradigma se empezó a producir no tanto, o no solamente, con la pandemia del covid-19, sino fundamentalmente a partir de la crisis de 2008. Esto puede parecer paradójico, porque, desde una determinada lectura, la crisis de 2008 fue una crisis económica que habría puesto de manifiesto, una vez más si cabe desde las postrimerías del siglo pasado, la prevalencia de la economía sobre las otras vidas del mundo en que vivimos. Sin embargo, si nos fijamos de forma algo más detenida, podemos ver que en el debate que se desarrolló con la crisis de 2008, los académicos fueron absolutamente clave. Es verdad que esos académicos provenían precisamente del mundo de la economía, pero ese rasgo me parece, precisamente, completamente coyuntural: es decir, lo importante no era que fueran economistas, sino que eran científicos, en este caso científicos sociales. En gran medida fueron los economistas los que le dieron forma a ese debate, y gran parte de las propuestas de salida de la crisis también provinieron de círculos académicos y de expertos del ámbito de la economía y de la economía política.

Lo que de alguna manera se atisbaba en la crisis de 2008 se ha manifestado ya con toda claridad en la crisis que se ha desatado en toda la humanidad como consecuencia de la propagación del virus del covid-19. Son los científicos, en este caso de ciencias duras, los que están en el puesto de mando, los que están pilotando la manera en la que estamos intentando salir de la tormenta perfecta en la que el patógeno nos ha encajonado. Es evidente, además, que, tal y como precisamente los científicos están advirtiendo, la humanidad verá a partir de ahora una concatenación de situaciones similares que no pondrá en riesgo la supervivencia de la especie humana, pero desde luego sí que modificará nuestras vidas tal y como las conocíamos hasta ahora. Es decir, la ciencia, el sistema científico, no ha venido como los hombres de negro a resolver un problema y luego marcharse una vez resuelto, sino que está aquí para quedarse.

La ciencia, el sistema científico, no ha venido como los hombres de negro a resolver un problema y luego marcharse una vez resuelto, sino que están aquí para quedarse

A esto le debemos añadir una tercera dimensión, que apuntala, si cabe todavía más, la preponderancia que tendrá a partir de ahora el sistema científico sobre todos los demás. Esta dimensión es el cambio climático. El cambio climático es una cuestión de largo plazo que exigirá, está exigiendo ya, que las decisiones se tomen sobre la base no ya del conocimiento científico, sino que sean decisiones directamente de naturaleza científica. El desarrollo del punto dos y del punto tres (pandemias y cambio climático) puede estar además conectado, porque según apuntan algunos estudios, esta expansión aparentemente ilimitada de microorganismos fuera de lo que podríamos llamar sus hábitats naturales no tiene por causa la acción del hombre sobre la naturaleza, pero sí que podría haber venido potenciada, en gran medida al menos, por la misma. De confirmarse esta conexión entre pandemias y cambio climático, el resultado será una afirmación todavía más evidente del sistema científico como fuente de legitimidad de poder e influencia en el mundo.

¿Es esta evolución deseable? El propio Sampedro alertaba de los peligros de un nuevo despotismo, en este caso, el despotismo científico. Por un lado, es cristalino que la política como sistema de poder e influencia está dando evidentes signos de agotamiento. Les aseguro que, como español que reside en este momento en el Reino Unido, el barrizal en el que se ha convertido la vida política española no es sino un ejemplo más que viene a ilustrar una tendencia global que solamente apunta en la misma dirección. Pero quizá estemos disparando a un objetivo equivocado: recordemos que el sistema que prepondera ya no es el político, sino el económico: ¿quid del sistema económico como fuente de legitimación? Lo curioso del asunto es que quizá esté pasando con la economía como ocurre con ese tipo de enfermedades que matan pero de forma silenciosa: el sistema económico como fuente de legitimación de poder e influencia está en pleno proceso de declive, aunque quizá no somos capaces ni de verlo de forma completamente clara ni de entender qué podríamos hacer para acometer su enfermedad estructural. Conecto este punto con la ola de dimisiones laborales (Great Resignation) que se está produciendo en este momento en todo el mundo, que denunciaba hace no muchos días un centro de influencia y poder nada sospechoso precisamente de ser antisistema, como es el World Economic Forum. Como decía Hirshchman, cuando ya no queda ni voz ni lealtad, lo único que puedes hacer es marcharte de un barco que se hunde. No estoy diciendo que se trate de una condición estructural de nuestro sistema económico, sino simplemente que quizá sea la punta del iceberg de algo que va mucho más allá probablemente de la coyuntura post-pandémica en la que estamos inmersos.

Teniendo en cuenta que la política ha perdido todo su atractivo, para no recuperarlo ya nunca jamás, y que la economía ha dejado de tener esa capacidad transformadora que quizá una vez tuvo, probablemente deberíamos alegrarnos de la evolución de la que estamos empezando a ser testigos, hacia una preponderancia cada vez más clara del sistema científico sobre los demás. De alguna manera es quizá el corolario de una sociedad profundamente tecnificada: que sean los que mejor la conocen los que la gestionen. Pero quizá sea también oportuno recordar que la ciencia solamente cumple su función cuando está orientada al descubrimiento de la verdad; cuando es neutral; cuando es objetiva; cuando contrasta sus opiniones con todos aquellos que tienen algo que decir de manera informada en un debate sofisticado; y cuando es capaz de decir que se ha equivocado cuando se ha equivocado, y por tanto, de rectificar. También creo que es oportuno recordar que la ciencia no es perfecta, aunque solamente sea porque la perfección exige esfuerzo ilimitado, esfuerzo eterno, que ningún ser humano es capaz por tanto de proporcionar. Finalmente, en el nuevo mundo al que nos encaminamos, en el que el sistema científico dominará sobre todos los demás, y con creces, la pregunta de “quién guarda a los guardianes” será, si cabe, más pertinente que nunca.

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Antonio Estella es Catedrático Jean Monnet "ad personam" de Gobernanza Económica Global y Europea en la Universidad Carlos III de Madrid.

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