La guerra que perderá Europa

Teresa Aranguren

Al final Putin ha actuado al modo Putin, golpe de mano, por sorpresa y a lo bestia. El ataque a Ucrania es una exhibición de fuerza y una clara violación del derecho internacional pero sobre todo es una acción insensata capaz de desencadenar una guerra. Claro que las guerras siempre se justifican con motivos muy nobles, sea acabar con las supuestas armas de destrucción masiva de Irak, defender a los albano-kosovares de la represión de las fuerzas yugoslavas o proteger a la población rusa y pro-rusa del Donbás que lleva ocho años de guerra con el ejército de Ucrania: "Las repúblicas populares de Donbás se dirigieron a Rusia con una solicitud de ayuda. Por eso decidí llevar a cabo una operación militar especial. Su objetivo es proteger a las personas que han sido objeto de abusos e intento de genocidio por parte del régimen de Kiev durante ocho años", dijo Putin en su mensaje televisado minutos antes de lanzar a su ejército a invadir Ucrania.

El caso de la población del Donbas y la de Crimea, que mientras existió la Unión Soviética no tuvieron problema en pertenecer a Ucrania porque, aun sintiéndose más rusos que ucranianos, todos pertenecían al mismo Estado, es muy similar al de los serbios de La Krajina en Croacia que, tras la escisión unilateral de esta república de la Federación Yugoslava, se levantaron en armas pidiendo mantenerse en Yugoslavia. Las similitudes llegan también al nombre, el término Krajina es el mismo que Ucrania, que quiere decir marca o territorio de frontera, pero ahí se quedan; en 1995, la población serbia de La Krajina, unas 200.000 personas, fue expulsada en masa de su tierra  por el ejército croata con la pasividad cuando no apoyo de la OTAN. La operación que se denominó “Tormenta” apenas tuvo eco mediático, nadie levantó un dedo para denunciar aquel crimen. Las comparaciones no siempre son odiosas, a veces son esclarecedoras.

No, nadie ha pedido nunca sanciones contra EEUU ni contra la OTAN por aquellos crímenes porque no se trata de moralidad ni de legalidad sino de geoestrategia

El cinismo es consustancial al lenguaje bélico, con demasiada frecuencia las grandes frases ocultan intereses mezquinos, y no me refiero solo a Vladimir Putin en su burdo intento de justificar lo que es una clara acción de guerra sino también al coro de escandalizados políticos occidentales, con Joe Biden al frente, que se llevan las manos a la cabeza y reclaman respuestas firmes, unánimes y contundentes a la agresión rusa pero no recuerdo que pidieran nada similar, ni siquiera una simple excusa, a quienes, en flagrante violación de la legislación internacional, llevaron a cabo la campaña de bombardeos sobre Yugoslavia o la invasión de Irak, hasta el momento la mayor matanza de civiles del siglo XXI, por la que nadie ha sido juzgado ni presumiblemente lo será nunca. No, nadie ha pedido nunca sanciones contra EEUU ni contra la OTAN por aquellos crímenes porque no se trata de moralidad ni de legalidad sino de geoestrategia. Unos son los nuestros y Rusia no lo es. Algo que Vladimir Putin debería tener en cuenta, aunque no parece que lo haya hecho, al dar este paso. Quizá porque, a diferencia de Irak y Yugoslavia que eran destruibles porque no se podían defender, Rusia es una potencia nuclear y más vale no estirar demasiado la cuerda no vaya a romperse y nos vayamos todos al hoyo. Con ello cuenta el presidente ruso, con la capacidad de disuasión del arsenal nuclear de su país. De hecho  la OTAN  ya ha anunciado que no intervendrá directamente, indirectamente llevan tiempo haciéndolo, ya que Ucrania no es miembro de la organización atlántica. Así que de momento la respuesta militar quedaría excluida pero este aparente triunfo tiene un vuelo muy corto y a Vladimir Putin le puede salir el tiro, nunca mejor dicho porque de tiros se trata, por la culata. No solo no consigue alejar a la OTAN de sus fronteras sino que refuerza el argumento de quienes justifican la presencia de la Alianza Atlántica en los países que fueron de la órbita soviética, para defenderse de la amenaza rusa. Y en el ámbito interno, por mucho que gran parte de la población rusa comparta el sentimiento de humillación por la expansión de la OTAN hasta sus puertas y una cierta nostalgia de los tiempos en los que la URSS era una gran potencia capaz de plantar cara a Occidente, no creo que eso conlleve apoyar esta guerra cuyas consecuencias sufrirán sobre todo y como siempre los más débiles a uno y otro lado del frente.  

Y volvemos al punto de partida, la ampliación de la OTAN hasta sus fronteras que Rusia considera, no sin fundamento, una violación de lo acordado, los acuerdos verbales también son acuerdos, y una amenaza a su seguridad, ha sido el argumento central de la reclamación del Kremlin durante las sucesivas etapas de supuesto diálogo para evitar la guerra. Habría que preguntarse por qué el rechazo estadounidense a todo compromiso al respecto ha sido tan tajante. ¿Por qué el establecimiento de un estatus de neutralidad para Ucrania similar al de Austria o Finlandia, que por cierto nunca han estado por ello indefensas, menos aún amenazadas, no se ha querido ni siquiera debatir? Se dirá que es una cuestión de principios, de defensa de la soberanía territorial de Ucrania. Todo muy épico pero muy ajeno a la realidad. Y muy hipócrita.

Creo que ha habido interés en tensar la cuerda con Rusia y que ese interés no es europeo sino atlantista, es decir estadounidense. Las sanciones que la UE pondrá en marcha contra Rusia no castigarán solo a la población del gran país eslavo sino a la de toda Europa. Los muertos de esta guerra serán europeos, los rencores entre comunidades y las heridas que tardarán en cerrarse serán rencores y heridas abiertas en el corazón de Europa.  

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