El clima no tiene corazón, ni lo ablandan los daños causados. Si lo tuviera no se habría ensañado, una vez más, con Haití. Allá donde las injusticias son tan graves que no se pueden contar. La gente que sufre es anónima, además de negra. El huracán Melissa nos recordó que los haitianos son personas. Lo peor del caso es que no tienen abogados que los defiendan. Necesitan que alguien sustente que el derecho a la vida global debería ser el identificativo de las sociedades democráticas. Seguramente muchos habitantes de los países ricos ya lo habrán olvidado. El olvido hacia quienes sufren es una tremenda injusticia.
Aquí cerca tenemos tremendas desigualdades. Cada año se habla de las inequidades en las que situaciones meteorológicas adversas colocan a la gente pobre, pero no solo. Los ricos tenemos escudos de protección para hacer frente a las olas de calor y a los próximos rigores invernales.
La sociedad de los países ricos como España es injusta con esa gente. De otra manera elevaría sus quejas ante el sufrimiento veraniego de los pobres, porque carecen de refugios climáticos. Se manifestaría ante las posibles muertes de algunos “sin techo” en invierno. Llevaría ante los tribunales de Justicia a los responsables de la gobernanza social.
Por lo que parece, no es falta ni delito la desprotección humanitaria ante eventos catastróficos. Poco importa el número de damnificados.
Donde existen juzgados ambientales tardan decenas de años en asignar culpabilidades y exigir reparaciones. Pongamos como ejemplo el hotel Algarrobico o las muertes provocadas por los virulentos incendios. La dana que azotó Valencia y zonas limítrofes da para escribir un tratado de la no existencia de la gobernanza climática. No se previó lo que podría suceder. ¡Habrá que ver qué dice la Justicia! Si dejan a la jueza actuar.
Las Cumbres del Clima, la última en Belém, se han convertido en una subasta de injusticias
La Justicia, como institución, está muy alejada de las variables climáticas. ¡Lo que cuesta arrancarle un dictamen de protección socioambiental! Menos mal que una llamada de ilusión nos trajo la prohibición por parte de la justicia de la macrogranja de vacas de Noviercas, que hubiera sido la mayor de Europa y la quinta más grande en todo el mundo.
Las Cumbres del Clima, la última en Belém, se han convertido en una subasta de injusticias. Los países pobres, poco causantes del Cambio Climático, se afanan por lograr financiación para mejorar la mitigación y la adaptación a sus efectos. Los países ricos, y las multinacionales limítrofes, se escabullen. Es más, si se comprometen en aportar unas migajas de fondos, el injusto tiempo hace olvidar los compromisos.
Por cierto, Estados Unidos no ha acudido a Belém porque el señor Trump, y otros intereses energéticos, predican que el cambio climático debe ser “un invento chino”. Su dogma se extiende por todo el mundo.
Valdría aquello de que la injusticia climática no es; y si fuera no nos daría ni frío ni calor. Definitivamente, el clima no tiene sentimientos.
Si se me permite, peor aún: solo los provoca en los sensibles a las injusticias, y en los damnificados puntuales. Los primeros parece que son cada vez menos. Los segundos aumentarán. ¿No será que por insistentes se les hace menos caso? A los unos y a los otros.
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Carmelo Marcén Albero es doctor en Geografía por la Universidad de Zaragoza y especialista en educación ambiental.
El clima no tiene corazón, ni lo ablandan los daños causados. Si lo tuviera no se habría ensañado, una vez más, con Haití. Allá donde las injusticias son tan graves que no se pueden contar. La gente que sufre es anónima, además de negra. El huracán Melissa nos recordó que los haitianos son personas. Lo peor del caso es que no tienen abogados que los defiendan. Necesitan que alguien sustente que el derecho a la vida global debería ser el identificativo de las sociedades democráticas. Seguramente muchos habitantes de los países ricos ya lo habrán olvidado. El olvido hacia quienes sufren es una tremenda injusticia.