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Interinidades

Rafael Navarro Zaá

Suelo robar frases a los demás. No es que me las apropie y las difunda como mías, sino que las uso para reflexionar. En principio, no suelen ser frases demasiado densas ni parecen albergar demasiada importancia, pero sí que te confirman ideas que ya rondaban por ahí pululando en tu cabeza y de repente cobran sentido o bien te descolocan y crean oportunidades nuevas de convertirte en mejor persona: los hechos cotidianos encierran tanta filosofía como una frase lapidaria.

Yo también fui interino; aprobé a la quinta ocasión, pero no por ello quiero que los demás tengan que pasar por lo mismo.

Para los docentes interinos, el verano suele vivirse como una época de cierta incertidumbre. No saben si podrán continuar en su destino anterior o, incluso, si empezarán el curso. Al parecer, además, este verano la adjudicación ha venido (o viene) con cierto retraso en algunas comunidades, lo que acentúa dicha incertidumbre. Uno quiere saber a qué atenerse lo antes posible; hay ciertas puertas que no nos gusta tener abiertas. 

Una vez ha salido la adjudicación le pregunto a Gloria si le han dado destino. Me contesta que no, que se ha puesto inactiva. Conforme leo sus palabras, se me acumulan preguntas que yo mismo me voy respondiendo: inactiva no significa salir de la bolsa, simplemente, no te llaman. Es algo que tendría meditado desde hace tiempo y habrá ido ahorrando dinero para esos meses. A esta persona le encanta su trabajo, pero es tan responsable que se ha saturado. 

Imagino a sus familiares y amigos tildándola de loca, que cómo va a decir que no a trabajar o que va a bajar puestos en la lista de manera que tardarán más en llamarla. Todo ese tipo de cosas que ella ya sabe y no necesita que nadie le recuerde. En cambio, a ella la imagino eludiendo dar explicaciones. Se puede estar seguro de algo y no saber darse a entender, sobre todo cuando las decisiones que tomas están muy lejos de las habituales, de lo que la gente considera normal.

Así que me alegro por ella y le doy mi enhorabuena. "Estoy con el inglés ahora y en septiembre empiezo la academia de oposiciones", me dice Gloria. "En diciembre podría ponerme activa de nuevo, pero ya veré cómo está el mundo entonces". No quiero que mi mundo sea distinto al suyo. Yo también fui interino; aprobé a la quinta ocasión, pero no por ello quiero que los demás tengan que pasar por lo mismo. Me pregunto si yo hubiese sido capaz de decidir lo mismo que ella, si alguna vez me sentí cansado de coger la maleta y tirar para donde fuese que me llamasen, si me podría haber permitido el «lujo» de hacerlo. Por supuesto, pienso en todos esos interinos que desearían parar y no pueden porque, claro, necesitan el dinero. 

De nuevo, la felicito, considero que toma muy buenas decisiones. "Nos quitamos un poquito de trabajar, que tampoco pasa nada", me responde. "No hay necesidad de tirar palante con todo puesto encima". Y ahí es donde todo empieza a cobrar sentido para mí. No me cabe duda de que, como a mí, a Gloria le encanta su trabajo. Pero ¿por qué tiene que ejercerlo a costa de su salud? Tuve una compañera que se levantaba a las cuatro de la mañana para poder estudiar. "Por la tarde no puedo", me decía. "Tengo que ayudar a mi hijo con los deberes y las tareas de la casa. Mi marido llega a las tantas". Pienso también en cómo demandar a esos docentes que se impliquen en proyectos del centro que los llevaría a usar un tiempo mucho mayor que por el que se les paga. Tienen que estudiar, les va el futuro en ello. 

Pero también pienso en lo que somos. Cualquier persona queda definida por su nombre, su lugar de procedencia y su trabajo. Luego nos puede gustar hacer deporte, escribir, hacer yoga o el bricolaje. Gloria, por ejemplo, es una gran cantante; podría dedicarse a ello. Pienso que nos definen mejor esas otras cosas que hacemos, esas que realizamos cansados arañando tiempo al reloj. Pienso también que nos define la gente con la que decidimos interactuar de una manera u otra porque nos merece la pena lo que nos aportan. Yo, concretamente, siempre querré cerca a una Gloria que se atreva con la rebeldía de pararse para descansar y recapacitar, de pararse para empezar a hacer esas cosas que nos convierten en la persona que somos. Quiero poder realizar mi trabajo con calma y poder ser interino con el tiempo suficiente en todo lo demás.

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Rafael Navarro Zaá es maestro de educación primaria. Autor de los poemarios 'En segunda persona' y 'No sé ponerte nombre', y de la novela 'Los posos del café'. Miembro del colectivo DIME.

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