Modelo 77: La Transición invisible

Alfons Cervera

Hay un tiempo que se ve a simple vista y otro que, por mucho que lo busques, se demuestra invisible. Es como si le hubieran pasado por encima las técnicas de la ocultación. Hay personajes que desaparecen de una fotografía como por arte de birlibirloque. Ahora estás y al cabo de unos segundos te has convertido en un fantasma. En España, el tiempo de la Transición política a la democracia es uno de esos fantasmas. De tanto pasarlo por tratamientos reparadores ya no sabemos si fue un tiempo hermoso como algunos juran hasta quedarse afónicos o algo a lo que se le ha quedado la pobre cara del Ecce Homo de Borja. Han pasado más de cuarenta años desde que empezó el calendario reformista tras la muerte del dictador. Se pactó entonces la reforma política en vez de abrirle la puerta a la ruptura. Esa imagen había que hacerla duradera: a la violencia del franquismo se le oponía la tranquila pacificación de los nuevos tiempos. La fotografía ya no se sostiene después de tantos años, pero se sigue negando que bajo la capa de aparente tranquilidad hubo otra que clama hasta las tripas una realidad distinta. Miles de actos violentos y centenares de muertes en las calles y las cárceles devuelven a la fotografía de aquellos años lo que había sido borrado con las nuevas técnicas de la suplantación.

La Transición política a la democracia no fue un remanso donde zambullirse plácidamente una tarde de verano. Demasiadas pérdidas, un reguero incalculable de ausencias y cuerpos magullados, un calendario en el que íbamos dibujando las crucecitas de los sueños y otras las de las veces en que esos sueños se habían convertido en pesadillas. Se hizo lo que se pudo hacer y la prueba de que la involución estaba al acecho es que en febrero de 1981 hubo un golpe de Estado. Eso se dice desde el lado que defiende una Transición sin fisuras. Lo que añado es que ese tiempo también fue el tiempo de las cosas que se quedaron sin hacer y más de cuarenta años después es como si aún tuviéramos miedo a que se hagan. Por eso seguimos en un tiempo lleno de sombras, porque el olvido provoca esas zonas oscuras donde habría de brillar la luz del conocimiento. El photoshop, con su goma de borrar incorporada, no es un buen aliado de la historia.

La Transición política a la democracia no fue un remanso donde zambullirse plácidamente una tarde de verano. Demasiadas pérdidas, un reguero incalculable de ausencias y cuerpos magullados

Hace poco que se ha celebrado la gala de los premios Goya organizada por la Academia de Cine. Nunca la veo. Es demasiado larga. Sólo vi la del No a la guerra. Cuando leo los resultados de las votaciones hay veces en que estoy de acuerdo con esos resultados y otras en que me echo las manos a la cabeza en señal de protesta solitaria y desconsuelo. Ahora está de moda lo rural. En el cine, en la literatura, en los planes de una política que habla de la despoblación sin saber de lo que habla. No sé si yo sé de lo que hablo, pero sé que vivo en Gestalgar, el pueblo donde nací, un pequeño pueblo de la montaña valenciana sometido a la espera de ese porvenir que, como escribía Ángel González, se llama porvenir porque no viene nunca. Entre las películas que sonaban este año para los Goya, una se lo ha llevado todo: As bestas. Otra se ha quedado sin nada, aunque sonaba fuerte en todas las previsiones: Alcarràs. Las dos hablan del mundo rural. Había una tercera que se ha llevado algunos premios, no los más importantes en el ranking de la alfombra roja pero sí para la propia película y las personas que han visto reconocido justamente su trabajo. Hablo de Modelo 77, la inmensa película de Alberto Rodríguez, con un guión suyo y de Rafael Cobos, compañero habitual en la siempre magnífica escritura de sus historias.

Digo que vivo en un pueblo pequeño, rural de pura cepa, como los que salen en las películas de Rodrigo Sorogoyen y Carla Simón. Y sin embargo también digo que el tiempo que es más mío es el de la película de Alberto Rodríguez. El tiempo invisible y violento de la Transición, el que a tanta gente no le apetece recordar, el que siempre se queda como el fantasma al que nadie invitaría a cenar porque siempre acaba derramando el vino en la mantelería de la bisabuela elegida para la celebración. ¿Quién se acuerda de las luchas en las cárceles cuando mediados los años setenta del pasado siglo? ¿A cuánta gente las siglas COPEL le sonarán al letrero de una gasolinera? ¿Alguien recuerda el nombre de un joven anarquista llamado Agustín Rueda al que la policía torturó hasta la muerte después de detenerlo en uno de los enfrentamientos dentro de la cárcel de Carabanchel en 1978? La Ley de Amnistía de 1977 sacó a la calle a los presos políticos del franquismo y salvó de la quema de la justicia a sus verdugos. Justicia de guante blanco para los torturadores: hasta ahora mismo. Esa ley, que se demostraría en su condición olvidadiza como una ley de punto final para los crímenes de la dictadura, dejaría en su encierro los delitos llamados sociales y comunes. Como si la miseria y la desigualdad de oportunidades no fueran asuntos políticos. Como si las emociones que despierta Modelo 77 no fueran políticas, como todas las emociones, incluso las que fingen con torpeza no serlo o ser todo lo contrario. De eso, precisamente de eso, va la película de Alberto Rodríguez y Rafael Cobos. La cárcel Modelo de Barcelona es el espacio donde transcurre una historia de rebeldía y dignidad que tuvo su momento de gloria en los años 76 y 77 y fue decayendo luego hasta caer, como tantas otras historias, en el olvido más absoluto. Son esos dos sustantivos tan poco habituales los que dan título al documental COPEL: una historia de rebeldía y dignidad dirigida por el Colectivo COPEL en el que participaron algunos de los reclusos protagonistas de las luchas carcelarias en aquellos años.

Las prisiones en lucha tuvieron su imagen más conocida con los presos subidos a los tejados de las cárceles. Lo nunca visto. Y es lo que vemos en Modelo 77: la democracia que no se atreve a salirse de los límites de una justicia injusta. Los robagallinas, asesinos y homosexuales no admiten ninguna redención. La película, la enorme película que es Modelo 77, no les pregunta a los encerrados por qué sufren la privación de libertad. Saben quienes la han escrito que la dictadura destrozaba las vidas dentro y fuera de las cárceles, que ninguna redención esperaba a quienes se pudrían en sus celdas por una ristra incalculable de años sumidos en la mierda, que vivir era un oficio imposible en las galerías del horror. Y también, de añadido, la imposibilidad de contarlo para que la historia de ese horror saliera de los muros carcelarios. Por eso la importancia de la COPEL en esos años: el relato de lo invisible. “Si los discursos como los de los detenidos o los de los médicos de las prisiones son luchas, es porque confiscan un instante al menos el poder de hablar de las prisiones, actualmente ocupado exclusivamente por la administración y por sus compadres reformadores. El discurso de lucha no se opone al inconsciente: se opone al secreto”: lo dice Michel Foucault en una entrevista con Gilles Deleuze en 1972. No sé si eso ha cambiado mucho en las cárceles de una democracia dicen que consolidada, como si hubiera algo en la vida y en los sitios que no admitiera alguna revisión.

Tal vez entre todos los olvidos de la Transición sea el que cuenta Modelo 77 el menos considerado a la hora de hacer un recuento profundo de aquel tiempo. Por eso, tal vez, sea lo que cuenta la película de poco agrado para los señores y las señoras de la Academia de Cine. El miedo no se acaba nunca, es como una hidra a la que tampoco el cine consigue dejarla sin cabezas. Y hablo de ahora mismo, no de los años que fueron los de la rebeldía carcelaria de la COPEL, cuando este país parecía que iba a salir sin aspavientos de una tiranía ensangrentada hasta las cachas. Termino con lo que Manuel, el preso principal protagonista de esta película, dice a su abogado: “Nada va a cambiar. Este país es para los hijos de los dueños”. En teoría eso lo dice a finales de los años setenta del pasado siglo. ¿No es como si esas palabras fueran de hace sólo un rato? Igual estoy equivocado, pero a mí me parece que sí. En todo caso, no dejen de ver Modelo 77. Aunque sólo sea para añadir a esta opinión mía asentimiento o discrepancia, no dejen de ver esta película, ¿vale? No dejen de verla.

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Alfons Cervera es escritor. Su último libro es Algo personal (Piel de Zapa, 2021)

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