Elogio de la fascinación
Una chica en la ciudad - Mercè Ibarz
Anagrama 2025. 192 páginas
Creo que compré el libro en una estación de trenes. No me acuerdo de qué estación, de qué ciudad, de qué memoria porque siempre hay en un libro algo de lo que vivíamos en el mismo instante del descubrimiento. De Patti Smith conocía sus canciones. Muchas. Ya sé que es una obviedad compartida por tantísima gente, pero Because the night me sigue haciendo pedazos cada vez que la escucho. Cosas mías y de M Train, el libro de la estación de trenes que me lleva directamente a otro de Mercè Ibarz que empecé y acabé en Sitges hace unos días, mientras discurrían las sesiones de Subur Negre, uno de esos encuentros que te regalan lo mejor que puede ofrecerte la gran literatura. Hablo, como en las historias de Raymond Chandler o Silver Kane, de cómo surgen de las tripas de algunas novelas compartidas los buenos camaradas. En el hotel, una noche, llené de subrayados Una chica en la ciudad.
La memoria es muchas cosas a la vez. He hablado con ella cara a cara muchas veces, yo diría que en casi todas mis novelas desde hace más de treinta años. Pero nunca se me había ocurrido que pudiera ser un “misterio”. Así la llama la autora de un libro que es, como el de su admirada Patti Smith, un deslumbrante recorrido por el tiempo de la duración: ese tiempo en que nos iremos construyendo a golpe de lealtades y traiciones, de sueños compartidos y de pesadillas que nos asaltan las noches de una soledad infinita, de gritos libertarios en la algarabía de las calles y ese silencio que se estampa contra las ventanas cuando la vida, por lo que sea, se ha convertido en una mierda de campeonato.
Una chica de diecisiete años llega del campo a la ciudad. A ver qué pasa lejos de casa, de esas raíces que según dicen nunca vas a perder del todo vayas donde vayas. El tiempo de las ilusiones, el de las cerezas revolucionarias, el de las canciones y los sueños que serán como huellas imborrables en las casas donde iremos viviendo con otras vidas que poco a poco acabarán formando parte imprescindible de la nuestra. Escribo en primera persona porque desde la primera línea –como ha de ser en los grandes relatos: ”Llamadme Ismael”– es como si fuera yo mismo quien ha abandonado el pueblo sin saber lo que hay al otro lado de la frontera: “Una casa lo es todo. Una persona es una casa. La casa eres tú”. Una voz amiga me lo había dicho antes de abrir este libro inmenso de Mercè Ibarz: “creo que será como si tú lo hubieras escrito”. Y ahora, cuando se está acabando la noche y no muy lejos el mar se estrella con violencia contra la terraza del Auditori Miramar, sé que los libros que hacemos nuestros, aunque no lleven nuestro nombre en la cabecera, son los que mejor nos cuentan a nosotros mismos, los que no vamos a dejar de leer cuantas veces necesitemos que algo nos salve del abismo o –paradójicamente– nos aboque sin remedio al foso de los cocodrilos.
Un canto de amor, esa elegía…
La chica que llega a la ciudad sabe que otras escrituras nos revelan sin un solo error de cálculo lo que luego escribiremos, que las canciones de la revuelta nunca dejarán de sonar por más que los tiempos no se repitan después de la línea de sombra que dibujamos, tal vez con no demasiada destreza, en las plazas y las calles recién descubiertas cuando ya pensábamos que no quedaba nada por descubrir. La chica que llega a la ciudad, que puede ser Mercè Ibarz o alguien que lleva o no su mismo nombre –por ejemplo, el mío–, sabe que el amor y la muerte son como esos sitios que, en los versos de John Donne, “no pueden estar vacíos”. Ni siquiera la pérdida es la pérdida, sino una extraña sensación de agua y tierra que sentiremos, sin ahogarnos en el abatimiento aunque ganas a ratos no nos falten, sean cuales sean las ausencias.
Una ciudad es lo que hay –o simplemente intuyes– a la salida de la estación de buses o de trenes. Los aeropuertos no, para nada cuentan los aeropuertos en historias como esta, como la que levanta –y no olvidaremos nunca– una escritora que renace en cada página extraída felizmente de la huerta y el secano, en esa escritura-fortaleza que ella misma ya nos había ofrecido en el magnífico –y me quedo corto con el adjetivo– Tríptico de la tierra que nos legó hace tres años más o menos. La ciudad que se abre a los sueños de la recién llegada, la gente que la acompañará en los tiempos sucesivos de casas que al final acabarán siendo una sola casa, el amor que será lo mejor que le haya pasado nunca porque la elegía es el canto que nos ofrece a quienes lo leemos y escuchamos para que este libro tan lleno de alegría y de tristeza, de gritos y silencios, de libros ajenos vividos como propios y películas que siempre formarán parte imprescindible de nuestra vida, no se apague nunca en nuestra lectura. Y lo que es aún mejor: en nuestra memoria que en este caso será por fuerza una memoria agradecida.
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En la vuelta a casa, a las montañas donde el pueblo es esa mezcla de casas, gente y tierra de secano, me pongo en el auto las canciones de Patti Smith y las que recuerdo de Mercè Ibarz cuando la vida eran todas las vidas que había vivido entre los encuentros inesperados de la llegada a la ciudad y las pérdidas que, como en una elegía que se niega a ser sólo un canto a la tristeza, nunca dejarán de llevar los nombres imborrables del amor y los de quienes formaron parte de los sueños mejores cuando los sueños se convertían, muchas veces y sobre todo por las noches, en una insoportable pesadilla.
Eran los primeros años setenta en un país sombrío hasta las cachas. Y por ahí, a través de un agujero excavado en el miedo tantas veces, se cuela –como me pasó a mí mismo a la salida de este libro fascinante– la luminosa claridad de una escritura que te deja clavado en el absoluto convencimiento de que nada de lo que has leído lo vas a olvidar en mucho tiempo, o posiblemente nunca. Lean –en el catalán original o en la traducción al castellano de la misma autora– Una chica en la ciudad. Y llenen de subrayados –si esta es su costumbre– las páginas de este libro que, estoy bien seguro, volverán a leer como volvemos a escuchar y a ver las canciones y las películas que más han ido contando nuestras vidas. Porque si me ha pasado a mí después de la primera y recientísima lectura, qué razones puede haber para que a ustedes no les suceda lo mismo, ¿no? Pues eso.
*Alfons Cervera es escritor. Su último libro es 'El boxeador', editado por Piel de Zapa.