Cuando queríamos ser indios Aroa Moreno Durán
Tenía 32 años. Había nacido en la República Dominicana y llegó a Madrid no muy lejos del otoño del 92. La fanfarria de las celebraciones olímpicas en Barcelona y la Expo de Sevilla. Todo eran risas en un país que había puesto la directa hacia el olvido después de la muerte del dictador. La muerte del dictador. Que se lo pregunten al PP y Vox. A ver qué piensan Díaz Ayuso y Abascal. Y el mismísimo Núñez Feijóo: que les pregunten si Franco ha muerto. A ver qué contestan. No hace falta que les pregunten. Ustedes y yo conocemos la respuesta: sigue vivo para esa gente uno de los criminales más crueles de la ignominia contemporánea. Se murió uno de estos días, también del otoño, aunque unos años antes de que un grupo de nazis -con un guardia civil al frente- asesinara a la joven dominicana Lucrecia Pérez Matos. Había venido a España para buscarse una vida mejor. Y descubrió enseguida que le habían llenado la cabeza de pájaros, de cuentos chinos como los que sacaba León Felipe en uno de sus poemas inmortales.
Como muchos de sus amigos inmigrantes vivían saboreando el sabor de la derrota y también el de la alegría de saberse juntos. El techo que los cobijaba era el de una vieja discoteca -antes del pijerío- en Aravaca. La noche del viernes 13 de noviembre de 1992 cuatro enmascarados entraron a saco en esas ruinas y varios disparos acabaron con la vida de Lucrecia y dejaron malherido a su paisano Augusto César Vargas. La pistola pertenecía al guardia civil Luis Merino Pérez. Fue él quien la disparó. Los otros tres eran menores: Javier Quílez Martínez, Felipe Carlos Martín Bravo y Víctor Flores Reviejo. Tenían 16 años y los cuatro todas las ganas del mundo para matar a la gente pobre. Y si encima era negra, pues mejor que mejor. De regreso con los suyos, fanfarroneaban contando su hazaña. No sé si la seguirán contando tantos años después. A lo mejor estos días que huelen a carroña franquista brindan como aquella noche. Porque desde hace muchos años los cuatro asesinos ya andan tranquilamente por la calle.
El asesinato de Lucrecia fue considerado el primer crimen por delitos de odio. El racismo. Los fascistas de entonces, de ahora y de siempre saliendo, tan valientes ellos cuando van en manada, a la caza de gente como Lucrecia. El viejo falangismo de los puños y las pistolas. Como si los tiempos de antes y de ahora fueran los mismos. Por eso llegan veinteañeros y treintañeros y babean de gusto cuando hablan maravillas de Franco y su dictadura. Qué sabrán ellos de lo que es una dictadura. Se cumple este año medio siglo de democracia y casi nadie y en casi ningún sitio ha contado los años del horror. Recuerdo lo que dijo Felipe González a principios de este siglo: “nosotros decidimos no hablar del pasado”. Quiénes lo decidieron. Por qué. La monserga de la reconciliación. Qué reconciliación. ¿Se lo preguntamos a Díaz Ayuso, Abascal y Núñez Feijóo? ¿O al alcalde de Madrid –Martínez Almeida–, que acaba de negar un acto en memoria de la joven asesinada en Aravaca un 13 de noviembre de hace treinta y tres años? Menos hablar de reconciliación y más hablar de verdad. No se puede hablar de reconciliación sobre las ruinas de esa verdad suplantada incansablemente por una infame caterva de mentiras.
Menos hablar de reconciliación y más hablar de verdad. No se puede hablar de reconciliación sobre las ruinas de esa verdad suplantada incansablemente por una infame caterva de mentiras
O que se lo pregunten también a Rodolfo Martín Villa y Daniel Aroca del Rey, que esta semana tenían que prestar declaración telemáticamente en un juzgado de Elda por el asesinato de Teófilo del Valle el 24 de febrero de 1976. El primer crimen de la represión a los pocos meses de morir el dictador. Digo “tendrían” porque se ha aplazado esa comparecencia hasta el 4 de febrero del año próximo. En aquel lejano febrero de 1976 se sucedían los conflictos en la industria alicantina del calzado. Protestas, manifestaciones, huelgas… En una de esas jornadas reivindicativas, el joven Teófilo del Valle, trabajador del ramo, resultó muerto –según conclusión del consejo de guerra celebrado el 7 de julio de 1976– por los disparos del policía Daniel Aroca del Rey. El cumplimiento del deber fue el argumento exculpatorio. No sé cuándo va a cambiar la Justicia en este país descalabrado de los pies a la cabeza cuando hablamos de una Justicia que destaca por el delirio y el cinismo de una larga lista de juicios y sentencias. Martín Villa estaba entonces –durante muchos años– en todos los saraos de la represión. Era Ministro de Relaciones Sindicales en el gobierno de Arias Navarro cuando el asesinato de Teófilo del Valle y luego lo sería en otros ministerios con Adolfo Suárez y lo poco que duró Calvo Sotelo. Un franquismo sin franquistas. De la noche a la mañana todos los jerifaltes de la dictadura engrosaron las listas electorales de la democracia.
La semana siguiente al crimen de Elda llegaría el del 3 de marzo en Vitoria. Días de protesta por mejoras en el trabajo y la condiciones salariales. En una iglesia se reunían hombres y mujeres para poner en común circunstancias y posibles soluciones. La policía puso cerco a la iglesia y lanzó gases obligando a la salida. Conforme se producía el desalojo iba disparando como en una matanza enloquecida. Escuchar las grabaciones policiales durante el acoso y el ametrallamiento pone los pelos de punta. Cinco muertos: Pedro María Martínez, Francisco Aznar Clemente, Romualdo Barroso, Bienvenido Pereda y José Castillo García. Dos artífices del crimen: Fraga Iribarne, ministro de Gobernación, y, cómo no, Martín Villa. El primero ya se murió. El otro había sido llamado a declarar en el marco de la iniciativa llevada a cabo por José Antonio del Valle, hermano de Teófilo, con el respaldo de la Coordinadora Estatal de Apoyo a la Querella Argentina (CEAQUA).
Según el comunicado hecho público estos días por la Coordinadora, José Antonio del Valle presentó en abril de 2024 “una querella ante los juzgados de Elda contra los autores y responsables de la muerte del joven trabajador, asesinado por disparos de la Policía Armada en febrero de 1976”. Desde aquel día la familia no tuvo un minuto de tranquilidad. El acoso permanente, la imposibilidad de sacar adelante la investigación de lo sucedido. Nada. La versión policial era de risa si la cosa no hubiera sido tan grave: un policía disparó al aire y la bala que mató a Teófilo le llegó de rebote. La extraña parábola que dibujaban las balas de la policía y la guardia civil en las manifestaciones. No fue una bala. Fueron varios disparos y por la espalda. Y dos alcanzaron al joven en el tobillo y la nuca. Si tienen ocasión no se pierdan Las tres muertes de Teófilo del Valle, el magnífico documental de Manuel de Juan. La verdad sobre ese crimen. Cómo los medios se inflaron a contar mentiras. Cómo el policía se salió de rositas en un juicio que fue una vergüenza. De eso también podríamos hablar sin irnos tan atrás en el tiempo: la impunidad de según qué gente para que la Justicia le pase de largo. De 1976 a 2025 pasando por aquella noche de noviembre de 1992 en una discoteca abandonada en Caravaca.
Dos nombres encabezan esta columna: Teófilo del Valle y Lucrecia Pérez. Dos asesinatos. Dos impunidades. Los juntan el desprecio a un aniversario por parte del PP y Vox en el ayuntamiento de Madrid y la citación -ahora aplazada- de Martín Villa y el policía Daniel Aroca en un juzgado de Elda. Sus nombres son también los de tanta gente que vio cómo su vida era segada por las acciones conjuntas de la policía y la extrema derecha cuando vivíamos esa transición que no fue tan justa, tan modélica y aún menos tan pacífica como se ha dicho tantas veces. Y sobre todo: lo que junta aquí a Teófilo y Lucrecia es –aunque distantes en el tiempo– una memoria común que no abandonaremos nunca. Sobre todo, eso es o quiere ser esta columna de infoLibre. Y también la repetición incansable de una exigencia democrática: queremos, en estos y otros tantos casos de represión, verdad, justicia y reparación para las víctimas. Siempre con el añadido de una aspiración: la irrevocable garantía de no repetición. Ahí, en ese reclamo insobornable, nos vemos, ¿vale? Ahí nos vemos.
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Alfons Cervera es escritor. Su último título publicado es 'Libro de familia', editado por Piel de Zapa.
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