Plaza Pública

La monarquía duerme mal

El rey emérito, don Juan Carlos I.

Sabemos de sobra que lo que hoy es noticia a lo grande, mañana será ya carne de hemeroteca. Pero eso no impide que, aunque hayan desaparecido de los grandes titulares mediáticos, todos los días salen nuevos datos sobre los escándalos económicos del rey emérito. Y sin embargo, hemos de seguir haciendo virguerías lingüísticas, como esa misma de “escándalos económicos”, cuando escribimos o hablamos de cada uno de los mil negocios oscuros en que anduvo metido hasta las cejas el héroe de la Transición. Nos perdemos en el inextricable laberinto de cifras y paraísos fiscales que han ido construyendo un personaje al que es imposible deconstruir porque las fuerzas vivas del Estado y sus leyes nos lo impiden. Donde no alcance la prescripción de sus delitos lo hará la Fiscalía del Tribunal Supremo para exculparlo de todo el daño que ha venido infligiendo a este país casi (o sin el casi) desde que fue nombrado su heredero por el dictador Franco Bahamonde.

Hace un año que huyó de la justicia (digan lo que digan algunos) y ahora ya se está preparando su regreso de Abu Dhabi, un regreso que no será como cuando se recibía a Los Beatles en los aeropuertos, pero le faltará poco. Aquel lejano “¡Vivan las caenas!” con la vuelta del Deseado en los tiempos de Agustina de Aragón. No caben más “presuntos” delitos (algunos de ellos bien probados) en la vida del emérito y su familia. Porque eso: no olvidemos a la familia. Ahora ya hay nuevos indicios (¿sólo indicios?) de cómo la reina emérita y su hija mayor se beneficiaban de algunas cuentas descubiertas en el extranjero. No se acaba el goteo. A saber cuántas más de esas cuentas clandestinas aparecerán mañana.

Con la boca pequeña, dijo Pedro Sánchez que el emérito debería dar explicaciones. ¿Qué explicaciones? Si ya las da la Fiscalía del Tribunal Supremo en su nombre: archivo de sus investigaciones y a otra cosa mariposa. Si el PP, Vox, Ciudadanos y el propio PSOE se niegan a que se abra una Comisión parlamentaria para investigar las numerosas “irregularidades” en que ha venido incurriendo incansablemente el cazador de Botsuana, consumidor a porrillo de tarjetas black y comisionista de alto nivel en los negocios ocultos con sus jeques y sultanes amigos. Si no hay manera de que la justicia en este país sea de verdad igual para toda la gente. Si en dos días y con el solo testimonio de un policía han condenado a Alberto Rodríguez, diputado de Unidas Podemos, mientras hemos de soportar a todas horas el insulto de jueces y fiscales a la decencia democrática eternizando juicios para que se salgan de rositas mogollón de delincuentes de guante blanco. El rey emérito, sin ir más lejos. ¿O no?

Ahora se trata de blindar al rey Felipe VI. Aunque la Monarquía esté tocada, hay que salvar al rey. Eso ya pasó con su padre hasta que ya no hubo remedio. El héroe del 23-F se ha convertido en villano. Eso sí, en un villano que será recibido en el aeropuerto por un club de fans ondeando al viento de la aclamación un millón de banderitas rojigualdas. Ni siquiera hará falta que repita compungido aquello tan famoso de “lo siento, no volverá a ocurrir”. No hará falta nada. Un auto de lujo y sus escoltas lo llevarán en andas a sus dependencias reales. Igual alguien propone que sea recibido en el Congreso para recibir el aplauso entusiasta de buena parte del hemiciclo. A estas alturas de la monárquica comedia bufa, ya no me extraña nada. ¿Cómo será el abrazo entre padre e hijo? ¿Qué se dirán al oído en ese abrazo? ¿Volverán las oscuras golondrinas sus nidos a colgar en la primavera de las nuevas emociones familiares? La tribu borbónica volverá a celebrar sus fiestas con la bendición de la justicia y la más que sentida admiración de sus palmeros. Pero así y todo, me gusta pensar que la Monarquía está tocada. No digo que mañana vaya a llegar la República. Soy tonto, pero hasta ahí no llego. Ahora bien, me gusta pensar que, mientras llega la República, el rey Felipe VI duerme mal por las noches. Y no de ahora, sino desde hace mucho tiempo.

Sabe el monarca que diga lo que diga la justicia sobre su padre, van cayendo miembros de su familia como moscas. De hecho sólo queda él y no absolutamente fuera de toda sospecha. El gesto de renunciar al dinero que procedía de los negocios nada limpios del pater familias sólo fue un brindis al sol. Nada más. Falta saber lo que sabía o no sabía el monarca de esos negocios. Y pensar que un día lo puedan engatillar porque su nombre aparezca en algún papel de los muchos que deben andar sueltos por ese mundo oscuro de los trapicheos fiscales de su familia no le ha de hacer demasiada gracia. Y aún menos dejarlo dormir tranquilo por las noches. Ya sé que se pueden ustedes reír de lo que imagino. Pero me gusta pensar, tal vez en el colmo de mi ingenuidad, que Felipe VI no duerme bien desde que su padre se fotografió con un elefante abatido en las praderas de Botsuana y esa imagen dio paso a todas las que han venido sacudiendo la hasta entonces tranquila cotidianeidad de la monarquía. O antes aún: cuando su cuñado Urdangarin fue a la cárcel para iniciar en fila india el tránsito de la familia real por las listas negras de la hasta entonces vida secreta de las economías de nuestra realeza.

Con la justicia injusta y la democracia miedosa que tenemos es poco previsible que acabemos enterándonos de todo lo que concierne a la familia real y por lo tanto a la propia Monarquía. Acaba de salir en la editorial Montesinos El Berlín demónico: las charlas radiofónicas que dio Walter Benjamin en Frankfurt y Berlín entre 1927 y 1932. Hay un capítulo dedicado al enigma de Caspar Hauser. “Quizá un buen día todos conozcamos su final”, escribe Benjamin. Pues eso digo yo con el asunto interminable de la familia real. Y en esa familia incluyo, cómo no, al propio Felipe VI. Eso sí: mientras dure el culebrón monárquico, estoy seguro de que al rey actual le cuesta conciliar el sueño. Y como no quiero ejercer de remedio farmacéutico, acabo con una pregunta: ¿de verdad usted, Felipe VI, no sabía nada de los negocios de su padre? Por si acaso duda una miaja a la hora de la respuesta, le doy una pista también en forma de pregunta: ¿no recuerda quién les pagó a usted y a la reina buena parte de su interminable y carísimo viaje de bodas? En fin, ingenuo que soy al preguntar obviedades como si me fueran a llegar prontas las respuestas. Lo que está claro es que no estaré en el aeropuerto esperando al rey emérito agitando al viento la banderita rojigualda. A lo mejor sí detrás de la pancarta que diga en ese recibimiento: “no diga que lo siente, póngase a lo que mande la justicia y pague lo que debe, moral y económicamente, a un país que no se merece personajes como ustedes”. Lo de “ustedes” va por él mismo y la familia, claro. Y como es un texto demasiado largo para una pancarta, lo escribo aquí, en esta página de infoLibre. Mientras tanto, a cuidar el sueño, señor Felipe VI. Dicen quienes entienden de eso que dormir ocho horas es lo recomendable. Y si es sin pesadillas, mejor que mejor. Porque no sé si usted lo sabe, pero las pesadillas no prescriben. Aunque caigan en manos de la Fiscalía del Tribunal Supremo, las pesadillas no prescriben. Lo digo por si usted se había hecho ilusiones. Como su padre con sus negocios oscuros. Por eso lo digo. Por eso.

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Alfons Cerveraes escritor. Su último libro es Algo personal (Piel de Zapa, 2021). Algo personal

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