Núñez Feijóo y la risa del idiota

La verdad es que no resulta fácil soportarlos. Nada fácil. A ratos piensas que algún día se cansarán, que no pueden estar todo el tiempo dando la matraca con lo mismo, que más pronto que tarde tendrán que poner en pausa el griterío y empezar a hacer política para que esa patria a la que dicen amar tanto no se convierta en un campo de minas a punto de estallar. Seguramente es eso lo que quieren. Que todo explote. Así luego vendrán con el uniforme de bombero para apagar el fuego que provocaron sus violencias pirómanas. 

Les da igual que sea en la calle o en las instituciones. No distinguen unos sitios de otros. Para el PP y Vox la democracia es a cara de perro, nunca un lugar donde las diferencias se conviertan en la mejor manera de que no arda Troya por culpa precisamente de esas diferencias. No hay mejor consenso que el que permite a las partes seguir dialogando tranquilamente, aunque haya al final más desacuerdos que coincidencias. La democracia no es exclusión del otro, sino una buena gestión de aquello en lo que no estamos de acuerdo. El respeto, esa palabra que tan poco espacio ocupa cuando los chillidos de la derecha y la extrema derecha convierten en enemigos a quienes no piensan como ellos. 

Agitación y propaganda. Todos los días y a todas horas. Ahora en Navarra

Están educados en el ordeno y mando de sus antepasados franquistas y les resulta imposible asumir que su tiempo, el de esos antepasados, ya no existe. Una dictadura —eso en lo que sus líderes dicen que vivimos— no les permitiría sus gritos, su ocupación permanente de la calle, decir con la boca llena de odio que al presidente del Gobierno mucha gente quiere verlo colgado de los pies. El bárbaro Abascal soltando espumarajos por su bravucona boca de fascista. Y, a su lado, el tonto colega de un narco gallego plegado, como un muñequito que se detiene si alguien no le da cuerda, a las burradas que suelta el de Vox sin que su propio nombre adquiera ninguna relevancia. Porque eso es Núñez Feijóo, un pobre diablo que nunca debió abandonar el Misisipi de su bonanza gallega para conseguir únicamente que la extrema derecha pusiera su nombre a la calle principal de un pestilente paisaje de cloacas. Un pobre diablo que ha cambiado el liderazgo con que a bombo y platillo fue investido al llegar a Madrid por esa sonrisa de simple que tan bien retrataba Rimbaud en Una temporada en el infierno: “Me he tendido en el cieno… Y la primavera me trajo la risa horrible del idiota”. Una sonrisa que es la imagen de marca de una ignorancia que abochorna, que parece el calco perfecto de la simpleza que lleva estampada en la cara y en todo lo que dice su jefa Isabel Díaz Ayuso. Porque es ella la que ordena y manda en ese PP cada vez más clonado de su socio ultra. Bueno, quienes en realidad mandan en el PP y Vox son los que no se presentan a las elecciones y desde los medios de comunicación y los poderes económicos y financieros dictan sus consignas de agitación y propaganda.

Agitación y propaganda. Todos los días y a todas horas. Ahora en Navarra. La moción de censura contra Cristina Ibarrola, alcaldesa de Pamplona con las siglas de UPN. Firman esa moción EH Bildu, PSN, Geroa Bai y Contigo-Zurekin. El alcalde será Joseba Asiron, de EH Bildu. Ya ostentó el cargo entre 2015 y 2019. Y ha ardido Troya. La piromanía que no cesa. Pegarle fuego a la tranquilidad. Ahumar el aire de la calle con sus soflamas incendiarias. Ahí estaba, en la primera fila, Núñez Feijóo, el de la sonrisa floja, el de la palabra titubeante, el de los errores garrafales, el político mediocre que nunca debió abandonar su confortable Misisipi. Y ha hablado: “Pedro Sánchez quiere indignidad y nosotros queremos dignidad y memoria”. Nada menos. Dignidad y memoria en la boca del PP. Nada menos. De qué dignidad habla Feijóo. De qué memoria. Ya sé que son preguntas retóricas las que me hago. Porque la dignidad, para el amigo del narcotraficante, es la de la dictadura franquista y lo mismo su memoria. De ahí vienen él y sus gritones manifestantes por las calles y las instituciones democráticas. La dignidad de quienes llenaron de muertos las cunetas de España y la memoria que sólo se acordó durante cuarenta años de poner en los libros y en las fachadas de las iglesias los nombres de los suyos. Qué desfachatez hablar de dignidad y de memoria. Y luego viene el otro, ese García-Gallardo, vicepresidente de Castilla-León en la parte que le toca a Vox de ese gobierno: “ETA va a gobernar la ciudad de Pamplona”. Suelta esa barbaridad y se queda más ancho que un pavo. Añoran la existencia de ETA, como si les hiciera falta para su propia supervivencia. No tienen límites a la hora de mostrar sus credenciales ultras. Ni le ponen barreras a la mentira. No sabrían qué hacer ni qué decir si no tuvieran a todas horas la mentira en la boca.

Vienen todos esos, todas esas, como hechos en serie. Sus voces son como sacadas de una ventriloquía única. Y se ponen a repetir siempre lo mismo. Leo a Natalia Ginzburg esa noble defensa de la verdad: “No mentir y no tolerar que nos mientan los demás”. Ni un paso atrás para desmontar esas mentiras, su intolerable vocación por el engaño. Mi dignidad y mi memoria —y las de quienes me las transmitieron desde el dolor antiguo de un sufrimiento insoportable— no tienen nada que ver con la banalidad desde la que pronuncia esas palabras el tonto ya nada útil, ya amortizado, que tiene los días contados en su partido, sencillamente porque su partido ya lo ha puesto en exposición pública con el cartel de se vende o se alquila. O con el billete de vuelta a su tierra en el bolsillo. Cómo me recuerda Núñez Feijóo a aquel fugaz Hernández Mancha, aunque el navegante en barco pirata tenga cara de palo y el heredero de Fraga en Alianza Popular llevara permanentemente tatuado en la cara un chiste malo. 

No sé hasta cuándo les durará la toma de las calles, el lenguaje procaz en las instituciones. Algún día tendrán que hacer política de verdad. O igual no. A lo mejor se chutan cada mañana una buena dosis de violencia falangista y se pasan cuatro años dando la murga y sacando de paseo a ETA como si fueran sus amantes más fieles y más apasionados. Pueden hacer lo que quieran. Ya se apañarán. Allá Feijóo, Abascal, Díaz Ayuso y toda la tropa con su dignidad y su memoria. Mi viaje y el de tanta otra gente es en otro barco. El que llegó a la vieja plaza Pi y Margall de Gestalgar, mi pequeño pueblo de los montes valencianos, un 14 de abril de 1931. De ahí vengo. Y en ese barco con ruedas viajando tierra adentro, voy a seguir contra el griterío facha de quienes hacen de la democracia un lugar inhóspito, un sitio pantanoso en que resulta difícil poner a la palabra por encima del ruido y a la esperanza por delante de una convivencia permanentemente amenazada entre el griterío de los ultras. En ese barco nos vemos, ¿vale? En ese barco.

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Alfons Cervera es escritor. Su último libro es Maquis (Edición 25 aniversario en Piel de Zapa).

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