La política a media voz

Javier Lorenzo Candel

La clase política está ocupando el espacio del susurro, una forma de expresión a medio gas, como amparada en el miedo y el vértigo que puede dar un discurso bien formado, desde la verdad y el compromiso con el trabajo de gestión y con la honestidad.

Se habla a media voz en los despachos, en las ruedas de prensa, en las conferencias, en los altares de la retórica política. Ya no existe la fuerza que aporte una razón para escuchar.

Mazón habla susurrando ante los medios de comunicación, Feijóo aporta un susurro a sus intervenciones que seguro gozan de la misma naturaleza cuando se dirige a los suyos, susurra Albares cuando habla de Israel porque no sabe bien si pedir detener la venta de armas o mirar por el rabillo del ojo a Washington, Sánchez cuando trata de calificar las políticas arancelarias de Trump por temor a perturbar sus relaciones con el gran jefe, se susurra en los parlamentos mientras afuera las personas gritan a coro pidiendo claridad y contundencia, exigiendo que se amplifique el tono de las voces para que desaparezcan los ecos.

Y es que la política tiene miedos que no puede obviar. Tiende a ocultar conceptos, a aligerar las frases, a achicar los eslóganes y las opiniones para, así, evitar las críticas, fortalecer un estado de tranquilidad emocional y procurar no levantar polvo que pudiera tapar los caminos por los que ha decidido transitar. Los resortes que mueven a la política están deteriorando el tono y la verdad, la fuerza y la contundencia de los juicios, la calidad del discurso, para apoyar cualquier afirmación en la media voz, cualquier argumento, en un sonido casi imperceptible.

La política tiene miedos que no puede obviar. Tiende a ocultar conceptos, a aligerar las frases, a achicar los eslóganes y las opiniones para, así, evitar las críticas, fortalecer un estado de tranquilidad emocional y procurar no levantar polvo

A poco que hagamos un ejercicio de análisis de lo noticiable en los últimos días, oiremos ese tono menor del discurso, esa frase que queda balbuciendo y que, por tímida, evidencia el miedo, la abulia y el desconcierto. Las dinámicas del exterminio israelí en la franja de Gaza no han procurado, salvo excepciones venidas del discurso poderoso que marca a fuego los derechos humanos, una contundencia ante los hechos que no fuera la mantenida en el susurro. 

En este caso, las cuestiones puramente territoriales, pero también las adhesiones inquebrantables al pueblo judío, ponen de manifiesto un apoyo definitivo (en algunos, velado) a la actitud de Israel en territorio gazatí. La venta de armas y el negocio vastísimo que de ello se desprende dejan bocas pequeñas que van apagando cualquier posibilidad de crítica frontal, con una política definida desde el despacho oval que marca la media voz como forma de expresión. Ni siquiera la crueldad de las imágenes que muestran el exterminio de un pueblo son capaces de hacer elevar el tono. 

Las acciones del President valenciano, al trantrán de lo que marca la estrategia política del PP más apocado de la historia, son susurros para no entrar en la harina del discurso de crispación que las víctimas tienen, desamparados por la administración popular y apartados de la Generalitat para que no ensucien el tono menor de Mazón, su alfombra roja. Se habla muy flojo para que casi no se oiga la falta de talento y de talante de los gestores políticos.

Las muertes terribles en las residencias de ancianos en pandemia, y las manifestaciones tenaces de familiares y personal de atención, no hacen elevar la voz a Ayuso, no procuran un tono que no sea el del susurro, o, para evidenciarlo, el insulto como una forma de diálogo. Se susurra porque se sabe que es mejor que no se entienda lo evidente, se insulta para desviar la atención de aquellos juicios que sí se dicen en voz alta.

José Luis Ábalos habla a media voz en las comisiones de investigación, el Presidente de la Diputación de Badajoz, Miguel Ángel Gallardo, utiliza un hilo de voz cuando habla de aforamientos, Úrsula Von der Leyen aprende a hacerlo cuando los aranceles amenazaban con ahogar a la Unión Europea. En definitiva, podemos caer en la cuenta de que el mal de los discursos, pero también el de la gestión que recae en la responsabilidad política, es el susurro, el tono a media voz, crepúsculo interior, parafraseando el tango gardeliano. 

El problema no es el noble arte de la política, arte que deberíamos reivindicar de manera clara y contundente, sino ese susurro que hace languidecer cualquier manera que pudiéramos encontrar para dotar de dignidad a este circo. Hablar en voz alta seguro que nos hace mejores; entre otras cosas, porque una verdad siempre quiere ser escuchada

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Javier Lorenzo Candel es poeta.

La clase política está ocupando el espacio del susurro, una forma de expresión a medio gas, como amparada en el miedo y el vértigo que puede dar un discurso bien formado, desde la verdad y el compromiso con el trabajo de gestión y con la honestidad.

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