En el predicado del feminismo caben las mujeres trans

Raúl Solís

Un año más, y ya van tres, las feministas vinculadas al PSOE que creyeron que el movimiento feminista era de su propiedad van a romper en dos mitades las manifestaciones del 8M porque siguen sin digerir que el 8 de marzo de 2018 el feminismo saltó de las paredes de las sedes de los partidos políticos y de las instituciones y se hizo popular. La mejor forma de que una causa emancipatoria triunfe es que sea de toda la sociedad para que no sea de nadie. Y esto, el gran triunfo de un feminismo popular que han protagonizado las nuevas generaciones de feministas, logrando poner en agenda mucho más que la paridad y los techos de cristal, es lo que no toleran las feministas que han dirigido las políticas de igualdad de los últimos 40 años y que están enfadas porque los derechos de las mujeres trans cuestionan el sujeto del feminismo.

El año pasado el autoproclamado “Movimiento Feminista de Madrid”, que es el sobrenombre bajo el que se esconde el feminismo antitrans, ya se lió a bofetadas limpias con las manifestantes de la Comisión 8M, que es la entidad mayoritaria y convocante de las históricas movilizaciones que tuvieron lugar en 2018 y 2019 y con menor impacto, fruto de la pandemia sanitaria, también en 2020 y 2021. 

Al grito de “aliadas de los puteros”, “transactivistas”, “queeristas” o “proxenetas”, el feminismo antitrans la emprendió a pancartazo limpio con la entidad que agrupa al feminismo que desbordó las calles en 2018, el día que enmudecieron quienes pensaron que la causa de la igualdad les había caído en herencia. “"El feminismo es de todas, no bonita, nos lo hemos currado en la genealogía del pensamiento progresista, del pensamiento socialista", dijo en julio de 2019 la exvicepresidenta primera del Gobierno de España y actual presidenta de la Comisión de Igualdad del Congreso, Carmen Calvo, capitana de este feminismo voxificado que ha encontrado en las personas trans su pelota de ping pong para librar una particular batalla por el control de la lucha feminista. 

Esta frase dicha por Carmen Calvo, que de lejos se puede apreciar la potencia feminista que contiene -entiéndase la ironía-, la pronunció a los pocos días de celebrarse la Escuela Rosario Acuña de Gijón, el espacio de pensamiento feminista, dirigido por la filósofa socialista Amelia Valcárcel, que fue donde nació la brillante idea de que la agenda feminista de los próximos años no iba a versar sobre la situación de las empleadas domésticas, de la lucha contra las violencias machistas, de las mujeres migrantes o de las auxiliares de ayuda a domicilio convertidas en las esclavas de los cuidados privatizados a grandes multinacionales que, una vez acabada la burbuja inmobiliaria, se introdujeron en el sector público para hacer caja de forma impúdica con la explotación de las mujeres pobres que recogen los cristales rotos de los techos que se rompen.

Como la batalla trans no ha salido como pensaban y han perdido clamorosamente el debate, en la calle y en el Consejo de Ministros, este viejo feminismo ahora se ha marcado como objetivo aprobar en 2023 una ley de abolición de la prostitución que tiene como intención seguir rivalizando el control de una causa feminista que, según el CIS de febrero de 2019 y por primera vez, los españoles piensan que representa mejor Unidas Podemos que el PSOE. No es casual que la fecha propuesta sea año electoral.

El objetivo no es abolir la prostitución, no lo ha sido nunca, sino dividir un poco más el movimiento feminista incluyendo temas de debate apasionados que no cuentan con consenso para que, si el feminismo no es del PSOE, romperlo en mil pedazos

Fue el PSOE quien en 1995 legalizó la prostitución en España eliminando la figura penal de la tercería locativa, gracias a lo cual los proxenetas pueden abrir macroburdeles y decir que las mujeres que están siendo salvajemente explotadas sexualmente son clientas de un establecimiento hotelero. Entonces, en 1995, abolir la prostitución no era una urgencia para el feminismo vinculado al PSOE y tampoco lo fue durante los siete años que transcurrieron desde 2004 a 2011 en los que los socialistas gobernaron nuevamente España, aprovechando para legalizar en 2007 la entrada de niños y niñas gestados en vientres de alquiler en el extranjero, favoreciendo con ello el negocio inhumano de convertir a las mujeres pobres de países como Ucrania en vasijas de las familias que tienen 50.000 euros para comprar un hijo, cantidad que a la madre que pare a la criatura sólo le llegan alrededor de 10.000 euros. 

Este feminismo antitrans, que es usado como fuente de autoridad por Vox en los parlamentos para arengar en contra de los derechos de las personas trans, podría empezar para abolir la prostitución por exigir la derogación de la ley de extranjería, lo que de facto significaría la abolición de la trata de mujeres para la explotación sexual, o la prohibición de registrar civilmente a los niños y niñas gestados en vientres de alquiler en el extranjero. 

El objetivo no es abolir la prostitución, no lo ha sido nunca, sino dividir un poco más el movimiento feminista incluyendo temas de debate apasionados que no cuentan con consenso para que, si el feminismo no es del PSOE, romperlo en mil pedazos. No es el abolicionismo de la prostitución lo que ha llevado al feminismo antitrans a romper la unidad que desbordó las calles de feminismo en marzo de 2018, como arengan en los manifiestos que están viendo la luz estos días por todas las ciudades españolas para justificar la división del 8M, sino el enfrentamiento por la ley trans con argumentos, formas y retórica de la ultraderecha. Las calles volverán a enmudecer un año más a quienes, preocupadas por el sujeto del feminismo, se han olvidado del predicado. Afortunadamente, el 8M es la fiesta de la igualdad y no es de nadie porque es de toda la sociedad española. 

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Raúl Solís es autor del libro 'La batalla trans'

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