La superstición

Gutmaro Gómez Bravo

El lugar que ocupará esta crisis en la larga historia de las crisis de la Humanidad dependerá de la manera en que interpreten su pasado las generaciones futuras. Toda historia es una historia del presente. Viendo su capacidad como acompañante narrativo del mundo que vivimos, es poco probable que esta relación se vea alterada. Lo nuestro, en todo caso, no son las predicciones. Parte de nuestro trabajo es aprender de los errores con los que nos reinventamos a lo largo del tiempo. Y una de las muchas cosas que se están poniendo en juego, en estos dos años largos que dura ya la pandemia, es nuestra fortaleza como sociedad. Un fenómeno global que ha vuelto a situar al tradicional cuadrilátero este-oeste de la Guerra Fría como el eje vital de nuestra seguridad, postrando de nuevo la relación norte-sur en la frontera imposible, infranqueable, de Oriente y Occidente.

La crisis, en sus múltiples dimensiones, pone en tela de juicio, precisamente, los fundamentos salidos de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial, especialmente el de la universalidad de los derechos frente al principio de nacionalidad. Unos de los primeros colectivos en sufrirlo, de hecho, fueron los republicanos españoles que sobrevivieron al Holocausto. Como muchos otros no podían volver a un país que no les reconocía y que les perseguía, y no alcanzaron el estatus de refugiados hasta 1951. Esta crisis ha agrandado el limbo jurídico de los refugiados que ya existía, pero ha reforzado, precisamente, el concepto convencional de frontera.

Otra línea que busca borrar la crisis es el principio de igualdad. Mas allá del sálvese quien pueda de los primeros momentos, del enriquecimiento y del lucro ante una necesidad médica apremiante y de fuerza mayor, la crisis ha servido para modificar las partidas presupuestarias de la sanidad publica universal cuestionada también hace tiempo. Este enriquecimiento de las minorías en la sociedad de los intermediarios como se define técnicamente, produce la restricción continuada, la devaluación, de las clases medias, a través de la pérdida de unos derechos que en España, aunque se habían alcanzado hace poco por nuestra propia historia reciente, venían de la cúspide del marco constitucional. Lo que está en juego, a nivel mundial, no parece que sea una nueva redistribución de la riqueza sino de las formas de distinción. Una relación que se plasma en las restricciones que no van con las élites deportivas, políticas o financieras, que se proyecta hacia un nuevo diseño fiscal que toda generación de privilegiados ha impuesto como salida a las crisis.

El miedo, la sanación, las expectativas, han sido las formas de control tradicionales, que, combinadas, con el hambre y la coerción prolongadas, han conseguido la sumisión de sociedades enteras

En una lectura histórica convencional tendríamos que pronosticar cambios. La Revolución Francesa, el precio del pan, las tensiones, y la revuelta de los privilegiados que se extendió mas abajo. Sigue siendo un modelo explicativo válido si por Antiguo Régimen entendemos ese orden político y económico mundial salido de 1945. Es evidente que las grietas de la democracia liberal son cada vez mas grandes.

El asalto al Capitolio del año pasado es su símbolo más claro. Pero lo más importante, la dimensión que hace difícil comparar esta época con otras, es esa capacidad de combinación de lo normal y lo caótico a través del espectáculo. La magia que hace que no ocurra nada, que no se provoquen cambios de gran escala, no está solo en la capacidad de consumo sino en la renuncia a su propio cuestionamiento. Se dispara la inflación en términos de posguerra, pero el problema está en la restricción al ocio, en hacer vida pública, en mostrar normalidad.

Esa magia es la superstición que recorre nuestra historia desde nuestros comienzos, mucho antes que la escritura o la agricultura, vuelve con fuerza en los antivacunas. El viejo conflicto ciencia-religión, hace tiempo que se desplazó al frente de la razón-superstición. Es el remedio que lo cura todo, en un mundo en el que emocionalmente todo está permitido pero legal y jurídicamente no. Es la nueva piedra de toque del Antiguo Régimen. En la Edad Media parte de la expresión de la legitimidad del poder de los reyes, estaba en mostrar su capacidad de sanar cualquier cuerpo que tocaran. Esa fundamentación teológica del poder absoluto se expresaba así mejor que en latín, al tiempo que la administración regia pasaba a controlar los canales de manifestación del poder de Dios en la Tierra.

Lo explicó magistralmente Marc Bloch en Los reyes taumaturgos. En nuestro tiempo, no solo es en el movimiento antivacunas, donde pervive ese anhelo de sanación, de salvación colectiva a través del culto al líder. Lo explica en términos modernos, aunque hace un recorrido histórico largo, Stuart Vyse en Breve historia de la superstición (Alianza).

Escrito en Oxford poco antes de la pandemia, su ensayo sirve precisamente para calibrar cómo todo esto se ha venido arriba de una manera absolutamente rápida y descontrolada. Mientras el grueso de la sociedad acata las normas partiendo de una superstición común, con variantes geográficas y culturales (los gatos negros, el número 13, etc) la creencia mágica, de que algo o alguien arreglará todo de manera absoluta, termina convirtiéndose en la espina dorsal, en el funcionamiento invisible de nuestra sociedad.

Está en el manejo de todos los totalitarismos a lo largo de la historia, no solo en el siglo XX. El miedo, la sanación, las expectativas, han sido las formas de control tradicionales, que, combinadas, con el hambre y la coerción prolongadas, han conseguido la sumisión de sociedades enteras. El éxito de la propaganda contemporánea pasa por integrar este forma de sumisión como principio de certidumbre, frente a todas las verdades universales “líquidas”.

La superstición ya no es el programa del telepredicador que está lejos y nos hacía gracia. Su presencia y organización oportunista, muta con la enfermedad y crece con la angustia y desesperanza que provoca siempre el fin del mundo que conocemos.

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Gutmaro Gómez Bravo es profesor titular de Historia Moderna y Contemporánea en la Universidad Complutense de Madrid y director del Grupo de Investigación Complutense de la Guerra Civil y del Franquismo.

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