En tierra de nadie: crítica a la política energética europea

Antonio García-Amate

En Tierra de Nadie, así podría titular un director de cine la situación por la que actualmente está pasando la política energética europea. Sin su fiel acompañante, Rusia, que durante décadas le ha provisto de una energía extremadamente barata debido a su cercanía geográfica, el viejo continente se ve en vuelto en un complejo debate entre la “ética política y social” y los altos costes de la energía. Con enormes sanciones impuestas al gas ruso, haciendo las veces de “enemigo del malo”, las importaciones de energía hacia Europa se han visto gravemente mermadas. Por muy buena que quiera ser Europa, hay que hacer frente a una realidad que cae por su propio peso: seguimos siendo dependientes energéticamente y necesitamos fuentes de energía fiables, constantes, y baratas.

Todos recordarán el Green Deal y los fondos Next Generation, repartidos con el fin de impulsar la recuperación económica tras la enorme crisis sanitaria. Entre otros muchos objetivos, y aprovechando el tirón, se encontraba también el reducir la dependencia energética en Europa a través del empujón dado al desarrollo de energías renovables. Un objetivo que, si bien es cierto, puede llegar a considerarse muy loable y factible, al parecer se ha quedado en una simple intentona, al menos en el corto-medio plazo. ¿Una acción equivocada? En absoluto, pero no es inteligente pensar que tras la inyección de estos fondos Europa iba a convertirse en un territorio autosuficiente desde el punto de vista energético. No es inteligente, ni tampoco real. A la vista está. Y mientras que la política europea se encuentra debatiendo entre el bien y el mal (una afición, por cierto, muy dada a los políticos), las petroleras continúan a lo suyo. Es por ejemplo el caso de Equinor, con nuevos descubrimientos de crudo en el Mar del Norte y recortes significativos en renovables (link). Una acción a la que también se han sumado otros gigantes del petróleo como es el caso de Shell y BP.

Hasta el estallido de la guerra en Ucrania, todos creíamos que Europa se iba a convertir en una potencia energética mundial

Hasta el estallido de la guerra en Ucrania, todos creíamos que Europa se iba a convertir en una potencia energética mundial. Nada más lejos de la realidad. Una vez impuestas las sanciones al gas ruso, haciendo así que la importación hacia Europa caiga considerablemente, los europeos comienzan nuevamente a dar cuenta del grave problema acerca de la dependencia energética. Aunque muchos quieran ver a Europa como un todo, en este caso no es así en absoluto. Los países más desarrollados del continente pueden impulsar el uso de energías renovables o recibir importaciones por mar provenientes de otros países, pero… ¿qué sucede con los países próximos a Rusia? Algunos como Moldavia (link) o Eslovaquia (link) ya hablan de crisis energética debido a la alta dependencia de las importaciones rusas. ¿Y con la industria alemana? Los altos costes energéticos están haciendo que sectores tan fuertes como el automóvil estén sufriendo graves problemas financieros.

Como es habitual, la política tiene un carácter reactivo: que vengan los problemas, y ya nosotros buscaremos una solución (si la hay). En este caso, líderes europeos ya comienzan a presionar en la UE para restaurar el acuerdo para volver a importar gas ruso desde Ucrania. Otros sostienen que una buena (y cara) solución puede ser la compra de gas natural licuado (LNG) a Estados Unidos, evitando ya de paso los aranceles que pudiera imponer nuestro queridísimo Donald J. Trump. También, como es el caso de Italia, se planea lanzar ayudas por valor de 3.000 millones de dólares para paliar las consecuencias negativas ocasionadas por los altos precios de la energía. Dentro de tal vorágine de propuestas, se ha considerado incluso un techo temporal impuesto al precio del gas. Tal cantidad de opiniones y medidas a adoptar denotan que Europa está como pollo sin cabeza dando vueltas por el corral.

Mientras tanto me pregunto: ¿qué sucederá cuando Putin firme el acuerdo para poner fin a la guerra en Ucrania? ¿Volverá a ser nuestro fiel amigo? ¿Nos olvidaremos de todo el daño infligido a Ucrania y volveremos a comprar gas para inflar las arcas públicas rusas? ¿O buscaremos nuevas alternativas para la importación de gas? ¿Estaremos dispuestos como ciudadanos a pagar una factura de la luz superior con el fin de dejar de comprar gas ruso? Cuántas preguntas sin respuesta, ¿verdad? Si bien no tenemos una bola del futuro, me aventuro a decir que tras la guerra en Ucrania todo volverá a la normalidad. La hipocresía y la falta de ética política siempre vendrán dadas por una realidad que a muchos duele: Si queremos vivir (y hacerlo a un módico precio), no nos queda de otra que seguir consumiendo gas ruso.

__________________

Antonio García-Amate es profesor de finanzas en la Universidad Pública de Navarra (UPNA) e investiga sobre energías renovables y gas.

Más sobre este tema
stats