Plaza Pública

Lo que une a Iglesias y Casado

El líder del PP, Pablo Casado.

José Sanroma Aldea

¿Acaso no es la pandemia lo único importante? 

Apenas acabada la moción de censura, el Gobierno declaró un nuevo estado de alarma, convalidado de inmediato por el Congreso (194 a favor, 53 en contra, 99 abstenciones) y presentó el proyecto de ley de Presupuestos Generales del Estado. Se acumulan acontecimientos claves reveladores de la respuesta política a la crisis plural actual. Cada uno de ellos perfila la identidad de cada partido y redimensiona su importancia: vivimos un período verdaderamente histórico.

Hubo un tiempo pre-covid, estamos en el tiempo covid y habrá un tiempo post-covid. El análisis necesita esa distinción.

Lo que está sucediendo en el actual dará un nuevo cauce al flujo de la política en el incierto futuro inmediato. Por eso procede mantener la mirada en la contemplación de los acontecimientos claves, a pesar que se suceden y entrelazan aceleradamente otros.

La moción ha sido uno de ellos. Merece atención más acá de los días que fue primera plana.

Y puesto que la Transición fue traída a colación por algunos intervinientes, me permito invocar un paralelismo: también hubo una pre-transición, marcada por las luchas contra los intentos de dar continuidad a la dictadura; hubo una transición, que dio lugar a una democracia en la que se configuraron y redimensionaron las fuerzas políticas, y hubo una post-transición, en que la democracia plasmada en la Constitución se consolidó solo tras el fallido golpe militar del 23-F, alterando de nuevo radicalmente el sistema de partidos.

Vuelvo a la moción.

Si quiere seguirme lector/a de infoLibre, el título de este artículo ya indica en quién he fijado la atención. Verá por qué.

Los dos Pablos son los mejores parlamentarios, según los cronistas del Congreso.

La intervención de Casado suscitaba una enorme expectación, por la incógnita del sentido de su voto.

El vicepresidente estaba anunciado como el que daría la respuesta del Gobierno al presidente del PP. Cuando tomó la palabra, las primeras fueron para decir que el discurso de Casado había sido brillante. En mi opinión, si cupiera calificarle de “brillante" (lo que emite luz propia, lo que es sobresaliente en talento) simultáneamente habría que calificarle de deslumbrante (lo que produce confusión, lo que ofusca la vista).

Hubo espectáculo.

Casado, en acertada expresión del propio damnificado, “pateó inmisericordemente” a Abascal. Solo se puede golpear de ese modo a quien está caído y Abascal ya lo estaba tras la primera sesión del debate. Sus 52 diputados le habían dado la oportunidad constitucional de presentar su candidatura.

Bastó dejarles hablar –y escucharles en respetuoso silencio– a él y a su telonero Garriga para que se evidenciara la suerte que merecía y que iba a correr.

La moción era contra Sánchez, pero allí supimos que también era contra el virus y el Gobierno chino, contra la conspiración globalista de los multimillonarios y contra la oligarquía europea; de todos los cuales el Gobierno social comunista es un puro instrumento, consciente Iglesias, inconsciente Sánchez.

Casado, ante ese “desvarío estrambótico” (así dijo) pudo darle estocadas sin cuento al bravo adalid de la estrategia de derribar al Gobierno aprovechando la pandemia.

No le quito ni un ápice de importancia a ese discurso.

La tuvo; y la tiene porque sus efectos se prolongan más allá de su pronunciación.

De inmediato mostró –en el escenario solemne de la democracia deliberativa y en un acto de significación constitucional– que esa estrategia acaudillada por Abascal merecía repulsa y aislamiento.

Y a fe que se produjo: 298 en contra, 52 a favor, ninguna abstención, ninguna ausencia. Comparen con los resultados de las cuatro, en cuarenta años, mociones de censura y comprobarán lo abrumador de este.

Pero ni esa cifra ni ese aspecto brillante del discurso de Casado nos lo dicen todo. El discurso de Casado partía de creer, simular y, en todo caso, hacer creer que la moción de Abascal era fundamentalmente contra el PP. Muchos, y algunos desde el mismo Gobierno, contribuían a esa imagen cuanto menos interesada y muy parcialmente real.

Así que su lógica y su tono se ajustó a esa apariencia; el golpe de efecto se cebó con Vox y Abascal para dejar claro que en la derecha ha de mandar el PP y que este partido, por sí solo, es la alternativa. Toque a rebato por la reunificación de la derecha bajo una sola sigla electoral.

Las señorías populares se enfervorizaron, por fin, con su líder. Abascal, dolido y desconcertado, con el respaldo de su mejor parlamentario Ivan Espinosa de los Monteros, solo acertó a devolver un mensaje doliente, tal como así: a la vuelta de la esquina te esperamos y entonces veremos si galleas o cacareas. Había medido mal su fuerza para lanzar su ofensiva.

Si la moción hubiera sido verdaderamente, no contra Sánchez sino contra el PP, poco más se podría decir de ese discurso. Pero no.

Queda por decir que Casado dejó en la oscuridad, en la confusión, un aspecto decisivo.

Había venido declarando que el PP no formaría parte nunca de la gobernabilidad de Sánchez, porque es la alternativa. Equívoca idea, más propia del lejano tiempo del bipartidismo.

Con su ‘no’ a Abascal, con la estrepitosa derrota parlamentaria de Vox, se abría a una oportunidad: la de contribuir, desde la oposición, a la gobernabilidad, a aumentar la fuerza de la democracia española para dar respuesta a la covid-19, superando la raya de la investidura, del tiempo pre-covid. Pero con su discurso no daba un paso decisivo para instalarse, de una vez, en ese terreno.

Sus discursos previos, instalados en la crítica a Sánchez y a su gobierno, habían sido en parte eco, en parte altavoz, en parte fuente de los de Vox. Su discurso en la moción no rompía con esta línea, aunque este aspecto quedaba cegado por el brillo de su crítica a Abascal.

Quedaba pendiente si el aislamiento parlamentario de Vox, obra en buena medida del voto del PP, se traduciría en un aislamiento político y social del voxismovoxismo. Recordemos que la cuestión de si habrá colaboración entre Gobierno y oposición ya tiene una intensísima, aunque corta, historia de la que esta moción ha sido un capítulo importante.

Usted sabe, lector/a, cómo se ha planteado ahora mismo esa cuestión en el debate habido –y el que seguirá habiendo– sobre el nuevo, largo y problemático estado de alarma. En este –a diferencia del anterior en el que prevalecía la imagen del “mando único”– a las Comunidades Autónomas se les ha delegado un poder decisorio que muchos juzgan excesivo. Por otra parte, ¿bastarán sus medidas ante el agravamiento de la crisis sanitaria?

Ud. sabe que son partidos distintos los que gobiernan España de los que gobiernan la mayoría de las Comunidades; y que Cataluña tiene un Govern, enfrentado al Estado que, en los hechos, se atiene mayoritariamente a una tregua, pero con la amenaza latente de reabrir hostilidades sin tregua...

Ud. sabe que el PP, principal partido de oposición en el Congreso, preside 5 Gobiernos autonómicos, con una población gobernada de más de veinte millones.

Ud. sabe que el interés lógico de todas las Comunidades es que se aprueben sin dilación los Presupuestos Generales del Estado (PGE), a los que se vinculan los fondos europeos por llegar y sobre los que, según declaración del Gobierno de España, tendrán disposición en un 50%.

Ud. sabe que el Ingreso Mínimo Vital ha sido aprobado también con el voto a favor del PP y de Cs; y que el Pacto de Toledo sobre pensiones ha producido recientemente nuevos acuerdos.

Ud. sabe que la actuación concorde y coordinada del Gobierno de España y de todos los autonómicos (incluso de las Administraciones locales) es imprescindible para afrontar el covid-19.

Ud. sabe que así lo reclama la ciudadanía, bastante comprensiva por ahora, ante tantos errores (incluso sobre los no forzados) y desconcertada ante cuantas confrontaciones inútiles e inexplicables observan.

En suma, que no hace falta ser profesor de derecho constitucional para concluir que, dado que se entrecruzan las competencias y que los partidos que gobiernan en un ámbito territorial son oposición en otros, hay una exigencia obvia de colaboración frente al estragoso covid-19; aunque la política no se detiene, ni las diferencias se anulan, pero han de pivotar sobre esa realidad de enorme fuerza gravitatoria. Basta con ser un ciudadano libre de sectarismo y de ignorancia.

Tan obvio que casi avergüenza repetirlo. Así que no suena bien, incluso a quien tiene opciones ideológicas muy consolidadas, oír a los dirigentes políticos proclamar que se quiere la unidad y la colaboración al tiempo que se les ve actuar incomprensiblemente enfrentados.

El desgaste de la política democrática corre por la avenida de esa simulación.

Ahí aguarda el deseo y la esperanza de revancha del voxismo, maltrecho en la moción, esperanzado en que se desaten las tempestades políticas de una confrontación sin sentido.

¿Está la derecha inhabilitada para llegar a acuerdos?

Volvamos a la moción. Qué poca importancia tuvo la pandemia y sus efectos en la intervención de Abascal, en el discurso de Casado y en la respuesta de Iglesias.

Sánchez había desguazado una por una las razones argüidas por Vox en el escrito de presentación de su moción. Al terminar su contestación a Abascal, se dirigió a Casado, le pidió el ‘no’ y le instó a convertirla en constructiva, abriéndose a la negociación para renovar el CGPJ.

Esa petición tenía su importancia.

No juzgo intenciones. No pretendo desentrañar si el presidente del Gobierno barruntaba ese voto, si lo esperaba o lo descartaba, si lo quería o no lo quería. El hecho es que lo pidió expresamente y que Casado votó ‘no’ al día siguiente . Ese ‘no’ también tenía su importancia.

Su posibilidad existía, por encima de quienes mantenían como inimpugnable e indestructible la alianza PP-Vox. Su materialización se produjo. Tal hecho podía y merecía tener consecuencias, incluso inmediatas, más allá de la estrepitosa derrota y el aislamiento de Vox. Pero estas consecuencias tendrían que haber sido forzadas por las subsiguientes intervenciones del Gobierno. Porque el brillante, pero también deslumbrante, discurso de Casado no elucidaba, sino que oscurecía alguna de estas interrogantes:

¿Vinculaba su ‘no’ a un cambio de actitud decisivo ante el Gobierno de coalición?

¿Admitía inequívocamente su legitimidad, sin hacerla depender de la presencia de UP?

¿Apostaba por colaborar, desde ya, en la gobernabilidad desde su condición de partido mayoritario de la oposición?

Algo más de certeza en las respuestas tendríamos si el vicepresidente Iglesias le hubiera apretado las clavijas a ese discurso. En lugar de hacerlo le ofreció una franca vía de escape. No pasó esto último porque a Iglesias le falte inteligencia, sino porque no muestra voluntad alguna de acuerdo ni con el PP ni con Cs; porque parece seguir empeñado en que se cumpla su profecía de que la raya de la investidura es la que ha de trazar las fronteras de hoy.

Mi afirmación no exige argumentación puesto que el vicepresidente declara paladinamente su voluntad. Pero sí merece atención repasar su contestación a Casado para valorar el fundamento de su actitud.

Lo haré advirtiendo que serán los hechos del PP los que nos irán dando las respuestas a los interrogantes que han quedado expuestos. Sirva lo que sigue para intentar elucidar si asiste o no y en qué medida razón al vicepresidente, que asumió la entera responsabilidad de dar la respuesta del Gobierno al líder del PP.

Veamos.

Recordemos que Iglesias inició su intervención diciendo: “Bueno, ahora sí que ha comenzado la moción de censura” .

Lo único que había comenzado con Casado era la “guerra civil” (en expresiva y quizás exagerada valoración del vicepresidente) en la derecha.

De inmediato, en tono coloquial, le dijo: hemos conversado en privado, nos reconocemos como representantes de dos tradiciones, sé que no eres un ultra, has hecho un discurso brillante, inteligente, Donoso Cortés, Cánovas y tal y tal… Un preámbulo para concluir: pero “HA LLEGADO TARDE, LA DERECHA ESTÁ INHABILITADA PARA QUE LLEGUEMOS A ACUERDOS”.

En mi opinión estas conclusiones no se ajustan ni a la realidad ni a las necesidades democráticas del presente. Casado no llegó a pisar firme el terreno de intentar acuerdos, de colaborar desde una posición crítica a la gobernabilidad de España. Y si hubiera llegado ¿cómo puede decirse que llega tarde?.

Basta con mirar el panorama actual, arriba sumariamente descrito, agravado por ahora cada día que pasa, para saber que nunca es tarde si la dicha fuera buena. A lo único que ha llegado tarde Casado es a poder detener, por sí solo, el ascenso de Vox; por eso su stop, su “ hasta aquí hemos llegado”, ha tenido que ser tan estentóreo y tan ostentoso. Ahí sigue Vox como tercera fuerza en el Congreso. Con la bronca en la calle, con el bombardeo tóxico en las redes.

Así que es mucho suponer que su aislamiento parlamentario en esta ocasión se ha traducido, de inmediato, en su aislamiento político y social, y que llega tarde el PP o que es innecesario para dar cumplimiento a la tarea.

Sin necesidad de llegar a hablar de guerra civil, es evidente, para quien quiera verlo, que la foto de Colón la empezó a cuartear Ciudadanos durante los debates del primer estado de alarma, con su apoyo a todas sus prórrogas, con su disposición a negociar los PGE. No desmerece ese hecho que tal actitud sea también una necesidad, para dar utilidad a su menguada representación parlamentaria; acrecida en su importancia, tanto más cuanto más tiempo permaneciera el PP tras la estela de Vox. Casado –aunque no pueda borrar esa foto como se borran incluso los antecedentes penales– la quemó en la hoguera parlamentaria, auto de fe, después de haber valorado que ese seguidismo conducía al PP a la insignificancia y reducía a papel mojado su liderazgo personal.

En suma, en la moción se hizo patente que en el ámbito nacional-estatal, existen y actúan, ya no en bloque, tres derechas diferenciables. Todo el golpismo mediático se lamenta del hecho (Ciudadanos ha pasado a ser llamado “Súbditos”. Casado ha cometido un error irreparable, etc, etc). El Gobieno ¿puede hablar y actuar como si no se hubiera producido, so riesgo de contribuir a aumentar el desconcierto en la opinión pública?

Sin embargo, Iglesias –que tenía encomendada la respuesta del Gobierno a Casado– tomó la ocasión para reunificarlas en un bloque. Al decirle (y de paso también a Arrimadas) que llegaba tarde y que “la derecha “estaba inhabilitada para llegar a acuerdos con el Gobierno de coalición le daba lo que necesitaba para seguir ocultando lo que su brillante discurso cegaba.

En realidad, los dos Pablos actuaron en correspondencia con la idea que tienen de la imagen y el interés electoral de sus partidos. Casado se resiste a colaborar, negociar, pactar con el Gobierno aduciendo la presencia de UP. Iglesias lo mismo respecto al PP y a Cs .

Ese interés común en no pactar, en aparentar que no hay pacto posible, les une.

Lo que les une debilita a la democracia española, más aún en plena crisis sanitaria.

Ambos temen. Uno teme reconocer lo obvio, que la presencia de Unidas Podemos en el Gobierno de España es plenamente legítima. El otro teme que abrirse a acuerdos –más allá de los que dieron lugar a la investidura de Sánchez y al Gobierno de coalición– debilite su posición en este.

El vicepresidente disimuló ese temor tirando del recurso de su condición profesoral; y al nivel de tertulia se puso a dar –a señorías, que parecía considerar párvulas– una lección de historia de las ideas sobre el liberalismo y el conservadurismo españoles. Dejémoslo estar.

Recibió otra de Casado, que no se fue por los cerros de Úbeda. Le planteó una vez más la dimisión por no gestionar las competencias propias de su cargo, sin corresponder al cortejo parlamentario que Iglesias le había dedicado antes. Y luego tiró de la Transición, referente histórico de nuestra actual crisis de gobernabilidad. Incorporó al haber del actual PP, toda aquella parte de la derecha que fue clave en aquel periodo: la que se agrupó, breve pero decisivamente, no tras Fraga sino en y tras la UCD. Exhibió que estuvo más que habilitada para pactar, recordó la poderosa imagen de los abrazos entre Suárez, Carrillo, la Pasionaria, Gutiérrez Mellado...

Iglesias antes había dicho que, en sus encuentros con Casado, ambos se reconocían mutuamente como representantes de dos tradiciones españolas; pero ahora no le contestaba. Como si no tuviera nada que decir. Como si quisiera olvidar o no supiera que la tradición a la que se vincula “habilitó” para llegar a acuerdos incluso a esa derecha que venía del régimen franquista. En fin, como si no supiera, u olvidara, que esa derecha –que articuló Suárez desde el Gobierno– no solo estaba habilitada, sino que fue capaz de arrebatar la iniciativa política a cuantos habían luchado contra la dictadura, dando inicio a la transición que le puso fin; y que solo se vio forzada a compartir esa iniciativa tras los resultados electorales de junio de 1977.

En fin, que Casado quiso y supo aplicar el referente de la Transición (y su rosácea interpretación de la misma) a favor de su posición actual y la de su partido, incorporando la dimensión intergeneracional de esta referencia.

No puede decirse lo mismo de Iglesias.

El vicepresidente se había quedado en el donosismo y en el canovismo; lo cortés ante Casado le había quitado lo valiente, aunque había terminado sentenciando “el fin de las condiciones de posibilidad de una derecha mínimamente moderada en España”.

Si tal fuera así carecería de sentido democrático el intento de llegar a acuerdos con cualquier sector de la derecha. Pero ¿es así?

La Unión Europea y el nacional extremismo soberanista 

La existencia de una derecha como la alemana –que el mismo Iglesias resaltó ponderando el valor de Merkel– y de otras, como la francesa, que hacen frente a sus ultraderechas, conlleva precisamente la posibilidad que el vicepresidente niega. Al menos por dos causas entrelazadas, como se pudo apreciar en la moción. Una estructural, en términos políticos y económicos: que España forma parte de la UE.

Otra, más reciente, más circunstancial: que Vox es el tercer partido en votos y escaños. La “anomalía” española (en relación a Alemania y Francia), en el sentido de que la ultraderecha no tuviera su propio partido, se ha acabado.

Que puedan identificarse raíces políticas, sociológicas, culturales compartidas con el PP de Fraga, de Aznar y de Rajoy no ha evitado que el PP se haya visto obligado a romper clamorosamente y a entrar en dura competencia con Vox. La diferencia esencial en el discurso de Casado respecto al de Abascal radicó precisamente en la posición ante la UE. De Bruselas llegaba Casado. Es fácil concluir que la derecha democrática europeísta está interesada en tener su par en España.

Pero pronosticar, como hizo Iglesias, que tal derecha no avalará que el PP vuelva al Gobierno de España, porque sólo podría hacerlo de la mano de Vox, resulta una valoración excesiva de la virtud democrática de esa derecha; y, en todo caso, de su fuerza mas allá de sus fronteras para vetar, quitar o poner gobiernos en España.

Además, ¿acaso puede obviarse y descartarse la posibilidad de diversas fórmulas de gobierno (incluida la llamada de “gran coalición” ) una vez que ya se ha abierto la vía de los gobiernos de coalición en España?

Bastante es que esas derechas europeístas presionen al PP para que se distancie y se enfrente a Vox, salido de sus entrañas. La razón y el interés que puede sustentar esa presión es la defensa de la UE y de sus condiciones de progreso. Esta es y seguirá siendo una unión de Estados, aunque su mantenimiento y avance se hace a costa del “soberanismo” de esos mismos Estados y en lucha contra la derecha ultranacionalista.

Lo trascendental es que cada vez se pueden trazar menos líneas de demarcación en la política española sin hacer entrar en juego el factor Unión Europea; y menos aún en este corto y decisivo plazo, marcado por la positiva actitud de las instituciones de la UE ante la crisis desencadenada por la covid-19, tan distinta a la respuesta dada a la de 2008 y que tendrá proyecciones sobre el futuro inmediato, a las que no estamos prestando la atención debida como país.

Abascal mostró su cínica extrañeza cuando Casado denunció su antieuropeísmo y creyó defenderse de la acusación sobradamente fundada invocando que la UE en sus inicios lo fue de Estados soberanos y que a ese origen habría de volverse. Luego se desahogó descaradamente frente a los representantes en el Congreso de las formaciones soberanistas y nacional-independentistas, calificándolos de renegados y de ilegítima su presencia en la sede de la soberanía nacional española. Y estos se despacharon a gusto: que si las continuidades del franquismo, que si Cataluña es antifranquista y “no pasarán”, que si viva Andalucía libre, que desde la patria gallega quieren construir un mundo mejor, que si se teme a una transición verdaderamente democrática, que si quieren una ruptura y una pronta república vasca y ustedes tendrán la suya, que si la independencia es la solución a una gran injusticia lingüística y social...

Tales ramas del debate provocado por Vox en realidad desmerecían la contribución positiva que en conjunto los partidos minoritarios han aportado en este tiempo pandémico. Además, toda esa autoreivindicación frente al ultranacionalismo español de Vox –contrario a la Constitución española– revela una similar mirada retrógrada sobre la relación entre democracia, nación, Estados y Unión Europea. Esta no pasa ni por la vuelta a su origen de hace 70 años ni menos aún a una multitudinaria Europa de las naciones de hace 700. Las batallas más decisivas de la conservación y ampliación de la democracia se juegan en espacios territoriales cada vez más amplios, y en espacios no menores que el de los Estados.

Si es una dañina ilusión pretender el regreso a un Estado español centralista y de independencia soberana ante Europa, no lo es menos la ilusión de que la identidad nacional es razón suficiente y es razón democrática para la creación de nuevos Estados. Las nacionalidades catalana, vasca y gallega no están oprimidas como sí sucedía bajo la dictadura franquista, cuyo centralismo tuvo efectos muy perniciosos pero muy silenciados para Andalucía, Extremadura, las dos Castillas, Aragón...

Las formaciones nacional-independentistas tienen escaños legítimos en las Cortes, tal es el nivel inclusivo de la democracia española. Pretender que esas identidades nacionales den causa a otros tantos Estados soberanos debilita y amenaza con fracturar la democracia española y torpedea el progreso de la Unión Europea, donde también cabe el respeto a esas culturas nacionales con raigambre histórica.

Fijemos la atención en Rufián, portavoz de ERC (en el Congreso 13 escaños, 869.934 votos), para quien la bicha es Cs (el partido más votado en las últimas elecciones catalanas, 10 escaños y 1.637.540 votos en el Congreso). Aleccionó al Congreso –y en especial a la izquierda que está en el Gobierno– sobre lo que es Vox, "puro fascismo que está a dos pasos de la Moncloa”; exhibió izquierdismo afirmando que no se puede distinguir a Felipe González de Abascal (curiosa forma esta de ganar crédito y aliados para su cruzada antifascista). Animó al Gobierno a ser valiente, aunque ERC en Cataluña no dé ninguna muestra de valentía admitiendo que su aspiración a presidir la Generalitat –en disputa con Puigdemont tras las elecciones del próximo febrero– no podrá pasar de gobernar la autonomía y dialogar sobre una salida al “conflicto”.

Posiblemente Rufián pase a ser considerado, al igual que Iglesias y Casado, como uno de los mejores parlamentarios de nuestro Congreso. Desde luego es de los ocurrentes más incisivos y graciosos, sin ínfulas doctorales. Casado tuvo la ocurrencia de que el PP es la destilación del pensamiento de Stuart Mill y del mejor liberalismo histórico español. Iglesias se despachó con la ocurrencia autogratificante de que el Gobierno está configurando “un bloque de dirección de Estado con sentido histórico”. Rufián deslizó la ocurrencia de que Felipe VI es el diputado 53 de Vox.

Ahí la tienen: una bandera para esa ficción en que se imaginan a la cabeza de los pueblos de España lanzados a la conquista de sus respectivas soberanías, en forma de repúblicas, frente a la franquista monarquía de los Borbones. Esta ficción les podrá ser muy gratificante y hasta darle réditos electorales pero alienta el voxismo.

Termino.

Cuando se habló de todo esto último no fue tras el comienzo de la moción de censura (según la había declarado inaugurada Iglesias al subir al estrado). Sucedió cuando realmente ya había terminado con el anuncio de Casado de que votaría ‘no’. Y tiene importancia para lo que está por venir. Lo que aún no ha terminado es el tortuoso camino del principal partido de la oposición que debería llevarlo a la colaboración, desde esa posición crítica, en la gobernabilidad de la democracia española.

¿Por qué han fallado las encuestas en USA?

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Lo que aún está por resolver es la incógnita de si el Gobierno está dispuesto ahora a presionar o facilitar que el PP dé pasos en ese camino. En cuanto a los dos Pablos no hay que pedirles que se besen, tan solo que si son capaces de reconocerse en privado lo sean también de reconocerse en público.

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José Sanroma Aldea es abogado y formó parte del equipo de expertos designados por el PSOE para elaborar la propuesta de reforma de la Constitución.

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