Váyase usted a la mierda
Son tiempos difíciles para una valoración pausada de la política en un mundo que ha optado por descomponerse sin argumentos fiables para una nueva composición. Pareciera que hemos elegido el odio y la furia como dos estados del ser humano que tienen que ver con las capas ocultas de nuestros comportamientos más primitivos y que, por esto mismo, acudimos a la conversación o al debate sin mucho sostén para conversar o para debatir. Pero podríamos pensar que la materia de la que están hechas las nuevas sociedades no soportaría sosegados análisis, acertados juicios de valor y premisas lógicas en silogismos válidos. Más bien estamos en el momento de la comunicación con prisa, del juicio improvisado y el nerviosismo extremo.
A poco que pongamos atención a los representantes políticos en su conjunto, advertiremos que no templan el discurso porque no es necesario para llegar a comunicar aquello que pretenden. El insulto y la testosterona galopante se imponen de manera total cuando lo que se intenta es captar votos para una elección que sitúe en el centro mismo del poder, que aglutine a mayorías y que active a las masas para la acción social.
Ya no vienen de la mano la clase política y el discurso inteligente y ponderado, de la misma manera en la que no se entiende el concurso de la oratoria (elemento indispensable en la historia de la comunicación política) y el líder carismático y amplificado en cualquier partido político. A estas alturas, los liderazgos tienden a establecer cauces entre los eslóganes vocingleros y el levantamiento de la masa enfervorecida, el “váyase usted a la mierda” y la actitud de afirmación de los votantes. Y me temo que funciona.
Un eslogan que forma parte ya de los argumentarios de los poderosos porque saben que, con él, se elevan a la categoría del que maneja la espada ante las personas que traten de discutir sus propuestas
La política internacional otorga un componente fundamental para entender el nivel de discurso: El miedo. Existe un núcleo social que tiene miedo como la única contestación necesaria ante la ofensa, que recibe a los nuevos líderes con miedo, que habla del miedo, que se erige como gran temedor ante el poder enorme del que trata de inocular miedo, que aminora su pulso para que nadie sea capaz de oírlo a riesgo de ser descubierto débil y asustado.
“Váyase usted a la mierda” es la gran arma ante el que trata de construir un discurso coherente y pausado, ante los que proponen una nueva manera de mirar el mundo, ante las personas que afirman que es posible la solidaridad, la paz y la libertad bien entendida. “Váyase usted a la mierda”, articulan los otros para generar miedo.
Un eslogan que forma parte ya de los argumentarios de los poderosos porque saben que, con él, se elevan a la categoría del que maneja la espada ante las personas que traten de discutir sus propuestas. Y no hay nada mejor para ellos que sentir el poder omnímodo de un “váyase a la mierda” saliendo de las fauces poderosas de quien lo pronuncia.
A la contra, un pueblo que formó juicios con la defensa de las democracias, con el conocimiento de la historia y con aquellos acontecimientos que sentaron las bases de sociedades en libertad y comprometidas con las libertades, con los derechos y con la voluntad férrea de ser correa de transmisión del progreso social y ético. Y una formación intelectual repleta de conocimiento que muere de tedio en los departamentos de las universidades, en los foros de debate, en el periodismo, en las revistas especializadas, en los libros y en los espacios artísticos, donde las propuestas son tan innovadoras como lúcidas y, si se me permite, necesarias para caminar.
Pero hay miedo y hay un “váyase a la mierda” como el argumento más poderoso de los nuevos poderes. Hay escepticismo para la acción política inteligente frente al optimismo de quien construye su discurso desde las coordenadas del insulto y el desprecio al otro, sea este afroamericano, latino, europeo o subsahariano. O sea alguien que se educó con una formación progresista o sobre las bases de la reivindicación para la libertad, o con la sensibilidad del que se sabe parte indispensable de movimientos sociales hacia la construcción de políticas de sostén del humanismo, o ante las personas que piensan con la fuerza de un proyecto común.
“Váyase usted a la mierda”. Un argumento de peso para estos nuevos soportes que tratan de hacer del mundo se manera de pensar el mundo. Y si esa es su manera de pensar el mundo, si es el gran argumento para su discurso, y ganan con ello, estaremos en condiciones de decir que estamos perdiendo la batalla de la información, la que otorgan los libros, la de los seres inteligentes, la de la capacidad humana para educar en libertad, en compromiso y en responsabilidad.
Decía Josep María Esquirol en un aforismo: “Sin palabras vivas, la vida mengua”. Ahora es tiempo de arrebatarles las palabras para, lejos de usarlas para destruir, las convirtamos en procesos vivos de construcción donde hacer grande la vida. Depende de nosotros, los que no tenemos miedo aún, los mismos que hemos aprendido a usar el lenguaje con amplitud y hondura, los que estamos atentos.
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Javier Lorenzo Candel es poeta.