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Toda una vida blanqueando al PP

Alfons Cervera

El culebrón después del 23J se hace cada día más grande. Sabemos que las habas están contadas, pero siempre hay alguna aparente novedad que nos devuelve a la casilla de salida. El PP no puede formar gobierno, se mire por donde se mire. Sólo cuenta seguro con la extrema derecha. En la otra parte siguen las dudas de los pactos. Si llegarán a tiempo los de Junts, si se añadirá Coalición Canaria, si al final iremos a nuevas elecciones dentro de unos meses. Ahora el PP y Vox se han sacado de la manga una aparente novedad: los de la extrema derecha no entrarán en el gobierno si es investido finalmente como presidente Núñez Feijóo. A ver si así consiguen arrancar los votos del PNV. Y de repente ¡hale! a seguirle el rastro a esa aparente novedad. Pero qué novedad ni qué niño muerto. No hay ninguna novedad. Hay lo de siempre: la derecha y la extrema derecha van de la mano desde que se levantan hasta que se acuestan. Y como se acuestan juntas, pues juntas se levantan. Le dan la vuelta a la canción de Los Chunguitos: “Si me dan a elegir / entre tú y la riqueza / Con esa grandeza / que lleva consigo. / ¡Ay, amor! / Me quedo contigo”. El PP y Vox se quedan con todo, con el amor que se tienen y con la pasta. Nada de romanticismos.

Lo que más me cabrea de esa aparente novedad es que el PP y Vox nos consideren gilipollas. Que Vox no entre en el gobierno es simplemente eso: a ver si el PNV se lo piensa, forma piña con el PP y así pueden seguir los dos cómplices con los apaños de siempre, aunque uno de esos cómplices insulte la responsabilidad institucional diciendo que se hace a un lado a la hora de formar gobierno. Como si no los conociéramos. Mientras las variables políticas sean las que son, la derecha tendrá que ser cada vez más de extrema derecha hasta que la succione como hizo con Ciudadanos. No le queda otra, mientras tanto: pactar con los de Abascal sin ninguna consecuencia hasta que las ranas críen pelo, como decía María Martín cuando contaba la búsqueda de su madre en el documental El silencio de otros.

El pedigrí democrático del PP ha estado siempre en entredicho. Nunca ha perdido su tufo a franquismo. Nunca

Pactar con Vox es el destino de un partido que fue aupado a las cimas de la democracia sin creer en ella. Desde que “apareció” hace unos pocos años, siempre se ha dicho que Vox es un partido que no cree en la democracia, que lo que quiere es asaltarla desde dentro, como en lo de Troya, que lo que les pone de verdad es la dramaturgia franquista y sus parrafadas aprendidas de los golpistas del 36 exaltando la exterminación del enemigo. Pero Vox surge hace nada, como quien dice. Antes estaba en el PP. Sin ninguna duda. Se murió Franco y de repente en este país desaparecieron los franquistas. ¿Dónde estaban esos franquistas? Pues unos pocos repartidos entre la Fuerza Nueva de Blas Piñar y la Alianza Popular de Fraga Iribarne. Los demás, la mayoría, estaban, bajo distintas siglas que acabaron como el rosario de la aurora, en la UCD de Adolfo Suárez y Abril Martorell. Cuando se vio que ese franquismo, el de Fraga y los ministros franquistas que lo refundaron, no levantaba un gato del rabo y entraba en bancarrota, se refundan en el 89 con las siglas del PP. Por lo tanto, qué nos ha hecho pensar todos estos años que el PP es un partido incorporado plenamente a las exigencias democráticas. Entre otras razones para negar esa incorporación: nunca ha condenado el franquismo. Es más, algunos de sus más elocuentes y rimbombantes responsables han hablado y hablan maravillas de la dictadura. Y otro ejemplo de plena actualidad: ¿es que Díaz Ayuso y Esperanza Aguirre no son más de Franco que el torero Vicente Barrera y Pablo Motos juntos? Es decir, ¿no son perfectamente intercambiables los dos partidos? Pues claro que lo son.

El pedigrí democrático del PP ha estado siempre en entredicho. Nunca ha perdido su tufo a franquismo. Nunca. El pitorreo que se han traído Rajoy, Casado, Hernando y tantos otros gerifaltes del PP con las víctimas del franquismo es una buena muestra de su complicidad con los tiempos más siniestros de la dictadura. Y no te veas lo último de lo último; el propio Feijóo nombrando como guerra entre nuestros abuelos lo que fue un golpe de Estado contra la República seguido de una guerra larga y una dictadura de las más crueles que ha dado la infamia contemporánea. Luego, al surgir Vox de su costilla, es como si de verdad fueran dos partidos distintos. Pero si vemos lo que están haciendo los dos partidos desde su gobierno común en el País Valenciano (y en otros sitios) nos damos cuenta de que hay entre ellos escasas diferencias. La nueva secretaria autonómica de Cultura en ese gobierno, que se llama Paula Añó y es de Vox, lo ha dicho bien claro: sabe perfectamente quiénes son los enemigos. Su lenguaje de siempre: la amenaza de las listas negras, de la censura contra todo aquello que no sea lo suyo. Leer y escuchar lo que ha dicho esa señora provoca escalofríos. Y por si faltaba algo, se añade a las políticas de confrontación política, cultural e ideológica el conseller de Educación por el PP, José Antonio Rovira, reabriendo irresponsablemente la violenta batalla lingüística y cultural que llevaba calmada aquí desde hace muchos años.

Por eso no entiendo esa necesidad que tiene la izquierda de inventarse una derecha democrática. Desde hace tiempo decimos que se ha estado blanqueando a la extrema derecha, que ese blanqueo la ha hecho adquirir una pátina de normalidad en el panorama de la política. Y con eso nos conformamos. Pero creo que a quien de verdad llevamos blanqueando desde siempre es al PP. Si Vox sale de la costilla de Alianza Popular, el PP sale de la costilla facha del partido de Fraga y otros seis ministros franquistas. Pero vamos a ver: ¿de dónde sale Aznar, de qué garantía democrática, de qué otro sitio que no sea el de las raíces autoritarias que la derecha de este país no ha abandonado nunca? Y otra pregunta: ¿se puede ser demócrata sin ser antifascista? Está claro como el agua clara que el PP no es antifascista. Antes al contrario: lo hemos visto abiertamente alineado con el fascismo sin que se le mueva una pestaña. ¿Nos vamos a la foto de Colón de hace unos años? ¿O a los gobiernos del PP y Vox bendecidos por Feijóo y sus compañeros de directiva? ¿O a las políticas deleznables, inhumanas, de Díaz Ayuso y Martínez-Almeida en Madrid? ¿O al que te vote Txapote de las últimas contiendas electorales? ¿O a la amenaza nada velada de emular a Trump y el pucherazo si la izquierda gana las elecciones del 28M y el 23 J? En fin: añadan ustedes los casos en que la cercanía entre el PP y comportamientos fascistas no los separa ni un pelo.

El culebrón político del verano se agranda a cada paso. No sé qué se inventarán los del PP y Vox para marear la perdiz y ver qué réditos pueden sacar de ese mareo de cara a la urgente necesidad de formar gobierno con Feijóo de presidente. No lo van a conseguir. Ahora bien, mi felicidad sería completa si, además de que al final del culebrón hubiera un gobierno de coalición parecido al que había hasta ahora, dejásemos de blanquear al PP como si fuera un partido incuestionablemente democrático. Para nada es ese su pedigrí. Para nada.

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Alfons Cervera es escritor. Su último libro es Maquis (Edición 25 aniversario en Piel de Zapa).

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