Aproximarse a la homoerótica de las mujeres que vivieron en el Madrid de los años 20 y 30 del pasado siglo implica encontrarse con un silencio sepulcral, navegar en el vacío. ¿Cómo abordar sentires y deseos tan subalternizados que no llegaron siquiera a enunciarse en su día? ¿Podemos referenciar las identidades lesbianas o bisexuales del pasado a través de las categorías que empleamos en la actualidad? Las fuentes para conocer los encuentros formales e informales entre mujeres amantes —y que además estaban conectadas por múltiples inquietudes intelectuales comunes— son escasas, como también lo ha sido el interés de la academia por investigar los espacios específicamente femeninos. Por fortuna, la intensa correspondencia epistolar que muchas mujeres mantuvieron durante años, así como la difusión fragmentaria de diarios, fotografías, memorias y ficciones literarias ambientadas en lugares de gran popularidad de la época han permitido que hoy podamos conocer parcialmente esos espacios.
Algunos de estos lugares de liberación sexual que congregaron a decenas de mujeres burguesas fueron los llamados círculos sáficos, donde podían escapar esporádicamente del yugo familiar para dar rienda suelta a sus pasiones pero también debatir, comentar lecturas, recitar poesías, presentar sus obras de teatro y reflexionar sobre cuestiones políticas y culturales. Instituciones como la Residencia de Señoritas de Madrid y el Lyceum Club Femenino fueron quizás los círculos sáficos más emblemáticos, aunque también acostumbraban a reunirse en cafés de la capital o casas de amigas para mayor intimidad y seguridad. No obstante, deben entenderse por encima de todo como lugares simbólicos, redes clandestinas y rituales de resistencia lesbiana en tiempos de silencio. Llegaron a recibir también apelativos como el Club de las Maridas, ya que muchas eran esposas de autores reconocidos y mantenían relaciones homo extramatrimoniales.
Códigos velados para disfrazar el deseo entre mujeres
La investigadora Eva Moreno, en su estudio sobre la reconstrucción de los círculos sáficos madrileños en las obras de Elena Fortún y Rosa Chacel (habituales de estos espacios), habla de “hogares temporales” de aquellas mujeres que anhelaban tener un contacto con las vanguardias para escapar del ambiente opresivo en el que vivían. Por tanto, las tertulias literarias y cafés bohemios como el Bar Dublin o el Café Roma escondían redes de apoyo mutuo que jamás se nombraban como lo que verdaderamente eran para evitar la rumorología. Al referirse a los círculos a través de epístolas, estas escritoras empleaban códigos velados para disfrazar el funcionamiento de los encuentros.
De esta forma, la Dra. Angela Acosta, coeditora del número especial de Feminist Modernist Studies sobre la modernidad sáfica española, infiere a infoLibre que existían determinados “códigos sáficos” para apuntar a la identidad sexual lesbiana sin llegar a nombrarla per se, utilizando por ejemplo referencias a la literatura anglosajona. “Podían mencionar las cartas a Catherine Mansfield o también apuntar a otras personas de ese ámbito. Eso fue súper importante para saber si tu nueva amiga tenía interés en esos temas, si conocía la literatura sáfica, qué libros podrías recomendarle. Eran códigos secretos para escapar la censura o la represión”, explica.
Este hecho a su vez revela el perfil de mujeres que acudían a los círculos. La inmensa mayoría disponía de un capital económico y cultural poco frecuente, no sólo sabían leer y escribir, lo que ya era un privilegio reservado a las élites, sino que habían viajado, gozaban de cierta independencia y se movían en ambientes vanguardistas propios de la modernidad. La historia femenina que conocemos se circunscribe casi siempre a las genealogías de las mujeres acaudaladas, ya que son las únicas que han podido legar un testimonio de sus experiencias a través de la escritura. Por tanto, la brecha epistémica sí entiende de clases, no solo de géneros. Encontrar evidencia de las obreras en los archivos y los manuales de literatura es una tarea prácticamente imposible.
La residencia de señoritas de Madrid
La escenógrafa y pintora Victorina Durán ejerció la docencia en la Residencia de Señoritas de Madrid —fundada por María de Maeztu durante la Segunda República— y frecuentó en numerosas ocasiones los círculos sáficos de este lugar. Este espacio, que en su momento reunió a figuras como Alfonsina Storni, Victoria Kent, Gabriela Mistral, Carmen Conde o Teresa de la Parra, sirvió de puente entre las mujeres “modernas” en Europa y América Latina gracias a los programas de intercambio existentes, que favorecieron redes internacionales de solidaridad entre mujeres.
Como refiere la investigadora y docente Elena Lindholm, las décadas previas al régimen de Franco ofrecían “pequeños espacios de cierta tolerancia hacia las mujeres que desafiaban los límites del comportamiento femenino tradicional, especialmente entre los círculos de artistas y autoras de vanguardia, donde trasgredir límites formaba parte del proyecto artístico común”. Por su parte, la profesora titular del Departamento de Estudios Hispánicos e Hispanoamericanos de la Universidad Toulouse, Jean Jaurès Thérèse Courau, cuenta en una investigación en torno al lesbianismo cosmopolita y los círculos sáficos españoles que en esa residencia se gestaron textos que hoy conforman algunas de las primeras manifestaciones de literatura lésbica en español.
Otros círculos presentes en el entorno europeo fueron el Templo de la Amistad de Natalie Clifford Barney en París y el salón de Virginia Woolf en Tavistock Square. La obra Becoming Lesbian de la historiadora Tamara Chaplinlos pone de manifiesto que los referentes de los círculos sáficos de Madrid fueron los cabarés parisinos donde comenzaba a explorarse el deseo entre mujeres, creándose una contracultura sáfica que salpicaría más tarde a España.
El deseo negado y borrado de la historia
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Es importante enfatizar que durante estos años la sociedad no castigaba per se la homosexualidad femenina porque tampoco la reconocía como tal. El conflicto llegaba cuando, fruto de estos encuentros, las mujeres dejaban de lado sus deberes matrimoniales. Esto es así porque la mera idea de que una mujer pudiera desear a otra no entraba siquiera dentro del imaginario colectivo —la mujer ha sido históricamente un sujeto deseable pero no deseante, la negación de su capacidad de deseo hacia otras es clave para entender este contexto de silencio y borrado identitario—. Por ello, la clandestinidad de los círculos obedecía a ocultar las negligencias de las mujeres como madres y esposas, que además se relacionaban entre sí sexoafectivamente.
“En aquel momento no se entendía que dos mujeres podían llegar a tener una relación más allá de la amistad porque, por supuesto, no existía. El matrimonio era la forma o el paso que tenía que dar cualquier mujer”. ¿Cómo tú vas a relatar algo que realmente se te ha prohibido o que no se te permite pero tú realmente sí que lo estás sintiendo?”, señala a este medio Cristina Álvarez, vocal de Feminismos y formación de la FELGTBI+. Había un deseo que se consideraba enfermo y que era invisible, casi siempre enmascarado tras el velo de la amistad femenina. Por este motivo, añade, cuando se empieza a utilizar el término “invertida”, este calificativo no apela necesariamente a las identidades lesbianas o bisexuales, sino a todas aquellas mujeres que desobedecen la imposición patriarcal, sobre todo del matrimonio y la maternidad, rompiendo con las normas de género preestablecidas.
Los círculos, precisamente por las dificultades que planteaba en todos los sentidos enfrentar la clandestinidad, fueron transitorios y apenas pudieron dilatarse en el tiempo en el caso de la Academia de las Brujas, espacio ubicado en el segundo piso de la casa de Vicente Alexandre (se llegaron a reunir un total de seis veces) pero algunos pudieron mantenerse a flote durante el franquismo desde el exilio. Cuando estalla la Guerra Civil en 1936, autoras que habían marchado a Latinoamérica como Victorina Durán, Elena Fortún y Rosa Chacel siguieron reuniéndose en países como Francia, Argentina, México o Chile durante un tiempo. Sin embargo, las que permanecieron en España atrapadas bajo el manto del régimen fascista de Franco vieron como la represión sexual, la censura estatal y la subyugación de la mujer al matrimonio se recrudecían como nunca antes, haciéndose imposible la continuidad de estos encuentros.
Aproximarse a la homoerótica de las mujeres que vivieron en el Madrid de los años 20 y 30 del pasado siglo implica encontrarse con un silencio sepulcral, navegar en el vacío. ¿Cómo abordar sentires y deseos tan subalternizados que no llegaron siquiera a enunciarse en su día? ¿Podemos referenciar las identidades lesbianas o bisexuales del pasado a través de las categorías que empleamos en la actualidad? Las fuentes para conocer los encuentros formales e informales entre mujeres amantes —y que además estaban conectadas por múltiples inquietudes intelectuales comunes— son escasas, como también lo ha sido el interés de la academia por investigar los espacios específicamente femeninos. Por fortuna, la intensa correspondencia epistolar que muchas mujeres mantuvieron durante años, así como la difusión fragmentaria de diarios, fotografías, memorias y ficciones literarias ambientadas en lugares de gran popularidad de la época han permitido que hoy podamos conocer parcialmente esos espacios.