De ayudar entre clase y clase a sacar sonrisas en un clima de llanto: España se vuelca con Ucrania

Imágenes de los proyectos en los que participan Tito, David Mingo y Nacho Camarero.

La frontera con Polonia se ha convertido en el principal punto de escape. Desde que comenzó la invasión rusa, casi dos millones de ucranianos han llegado al país europeo en busca de una vida mejor. Lo hacen consternados. En apenas un mes, han pasado de la normalidad absoluta a huir prácticamente con lo puesto. Toda una vida metida en una maleta que ahora arrastran a cientos de kilómetros de su hogar. Por estaciones como las de Varsovia, Cracovia o Wroclaw, donde las redes de ayuda tejidas por voluntarios se encargan de recibirles con los brazos abiertos. Solo por la central de trenes de la última urbe, una de las más grandes del país, se estima que han pasado tras el estallido de la guerra alrededor de 80.000 refugiados. Algunos lo han hecho para quedarse. Otros, probablemente, como paso previo a continuar su viaje.

En esta ciudad bañada por el río Óder, de poco más de medio millón de habitantes y anclada a medio millar de kilómetros del paso fronterizo de Korczowa, reside Tito. Con 21 años, este estudiante de ingeniería mecánica lleva desde septiembre de Erasmus. Eso no le ha impedido, no obstante, volcarse en las últimas semanas en la crisis ucraniana. Lo hace en los ratos libres. Entre clase y clase. No es el único. Él solo se encarga de poner voz a la iniciativa Ayuda en Wroclaw. Calcula que serán un centenar los que están echando una mano. Un buen grupo de ellos son españoles. "Pero también hay de otros muchos países haciendo la misma labor", resume en conversación con este diario.

Están sobre el terreno para lo que les necesiten. Se han puesto a disposición de una residencia de estudiantes que sirve como refugio temporal mientras los refugiados resuelven los trámites burocráticos. O de un almacén que se encarga de distribuir todo tipo de materiales de primera necesidad a asociaciones o casas de acogida. "Intentamos ofrecernos todo lo posible", apunta. Aunque el proyecto empezó centrándose en la ciudad, lo cierto es que en las últimas horas han recibido un aluvión de mensajes procedentes de España. "Redes que desde allí quieren ayudar, ya sea con donaciones económicas o enviando cosas. A nosotros nos dicen qué necesidades existen e intentamos hacer de unión entre todas las partes", señala.

Es miércoles. Son las 10.30 horas. Y Tito se prepara para salir. Antes de que acabe la mañana, tiene previsto pasarse por las instalaciones que una fundación ha cedido a los refugiados. Lo que hace unas semanas eran simples espacios vacíos, hoy hacen las funciones de centro de día para que los más pequeños puedan estar entretenidos mientras sus padres se encargan de hacer los trámites pertinentes tras la salida abrupta del país. "Nosotros ayudamos como monitores", explica. Reconoce que la barrera del idioma es "importante". Pero la sortean como pueden. En algunos casos, a base de gestos y juegos sencillos. En otros, con la ayuda de los muchachos y muchachas más mayores, que suelen tener un mayor dominio del inglés y que les hacen las veces de traductores con el resto del grupo.

La risa, un idioma universal

Quien no encuentra en el lenguaje una barrera es Nacho Camarero. Al menos, no cuando comienza la función. "Lo bueno es que lo que nosotros hacemos funciona con un idioma universal: la risa", señala desde Varsovia. Este asturiano de 44 años aterrizó en suelo polaco hace poco más de una semana para estudiar el terreno y hacer los contactos necesarios antes de la puesta en marcha de la gira que Payasos Sin Fronteras ha organizado por buena parte del país. Luego, con los preparativos listos, se sumaron a la expedición tres compañeros más: Boris Ribas, Lucia Pennini y Antoine Durdilly. La idea es recorrer estaciones de tren, puntos de recepción, centros culturales y escuelas. Desde la capital hasta Przemysl, Medyka y Lublin, cerca de la frontera con Ucrania.

Cuenta Camarero que ejercer como payaso nunca estuvo entre sus planes. Primero estudió Administración y Dirección de Empresas. Luego, se interesó por el teatro. Y allá que se fue, a Madrid, a estudiar para ello. Y más tarde puso el ojo en el mundo del circo, una preparación que consideraba que le podía venir bien a la hora de forjarse como actor. Y así llegó, casi de rebote, al papel de clown. Dice que le enganchó desde el primer momento. Catorce años de trabajo dan buena cuenta de ello. "Y ya si, además, le encuentras este sentido humanitario, de ayudar a los demás, te reconforta como persona", cuenta con orgullo. Es la primera gira que Payasos Sin Fronteras organiza tras la invasión rusa de Ucrania. Pero están preparando otra para abril.

Camarero atiende a este diario a pocos minutos de iniciarse una nueva actuación en la capital. Por el momento, ya se han dejado ver en la estación de trenes y en grandes instalaciones que actualmente hacen la función de centros de acogida de refugiados. "Se les ve cansados, tristes, preocupados", cuenta. Reconoce que al principio existen algunas reticencias respecto a la ayuda que ellos tratan de ofrecer. Pero, al final, la acogida es "muy buena". Camarero tiene grabada a fuego en la cabeza una frase que escuchó hace pocas horas tras una de las funciones: "Gracias porque pensé que aquí era imposible que hubiera risas". Esa es, justamente, la medicina que él se encarga de aplicar. "Ayuda a reconfortar el alma y las mentes. Reír es sano tanto física como psicológicamente", sentencia.

Del pueblo de Aranjuez para el pueblo ucraniano

Martes, 1 de marzo. El diario El Mundo publica una entrevista con Rostislav Filippenko, un joven matemático ucraniano que apenas supera la treintena y que reside en Madrid. El estallido de la guerra le ha pillado visitando a la familia en Jarkov, la segunda ciudad más grande de Ucrania. Desde las páginas del periódico, cuenta que los hospitales están desbordados. Y que todo aquel que quiera echar una mano puede escribirle a la dirección de correo electrónico. Un grito de auxilio al que responde otro profesor. Es David Mingo, imparte Historia en el Colegio Sagrada Familia de Aranjuez y no duda en dejarle un mensaje en su buzón en cuanto tiene un minuto. "¿Qué necesitáis?", preguntó. "Medicinas", le respondió a más de 4.000 kilómetros de distancia.

Fue el punto de partida para la construcción de un convoy que ha permitido trasladar desde esta localidad madrileña hacia el este más de 8.000 kilogramos de ayuda humanitaria. "Pusimos puestos de recogida en el municipio durante doce días", cuenta Mingo desde suelo polaco. Casi un tercio del cargamento son medicinas, que será el pueblo ucraniano el encargado de decidir "dónde hacen falta en cada momento". Algunas, las más habituales, donadas por los propios vecinos. Otras, por empresas, clínicas o farmacias. Todo ello, por supuesto, bajo la supervisión de profesionales. "Médicos colegiados, farmacéuticos y enfermeras se han encargado de empaquetar absolutamente todo y elaborar los picking list. Al final, son ellos los que saben cómo se tienen que hacer estos traslados", señala.

El resto de la carga está compuesta por ropa de abrigo, enseres, material para bebés o comida en lata. Todo ello aportado por el pueblo de Aranjuez, Leganés, Fuenlabrada, Villaconejos o Chinchón para el pueblo ucraniano. Las ocho toneladas se han encargado de transportarlas voluntarios. En concreto, trece personas. En el convoy, que en todo momento ha contado con el respaldo del Ayuntamiento o la Fundación Juanjo Torrejón, viajan compañeros del colegio de Mingo, familias del centro, policías locales del municipio madrileño o un conductor de ambulancias. En algunos casos, con sus coches particulares. En otros, con un par de grandes furgones, según cuentan desde la organización, que les ha prestado una empresa local: Instalaciones Torrejón.

Una vez que descarguen todo el material, emprenderán el viaje de vuelta. Esperan hacerlo con refugiados a bordo. "No se va al libre albedrío, sino que se traerán de vuelta a personas muy específicas. Con arraigo aquí, con la burocracia ya hecha", explican desde la organización. Mingo calcula que al menos una decena llegarán a Aranjuez, donde esperan poder iniciar una nueva vida lejos de los bombardeos y los traqueteos de fusil. "Algunas tienen familia o conocidos aquí. Y las que no, ya disponen de una casa de acogida", sentencia el profesor.

Segundas residencias gratuitas para refugiados

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La búsqueda de techo para todas estas familias ucranianas se ha convertido en una prioridad para Ivan Tambasco. El italiano, que lleva afincado en España desde comienzos de la década de los noventa, es la cara visible de Emergency Home, una iniciativa solidaria puesta en marcha durante la pandemia para alojar a personal sanitario y esencial que ahora se vuelca con el conflicto en el este del Viejo Continente. En concreto, se encargan de hacer de enlace entre aquellos que ponen a disposición una solución habitacional –ya sea una casa grande, un piso o una simple habitación– y quienes necesitan un hogar para empezar de cero. "Nos estamos encontrando con una gran muestra de solidaridad, pero todavía es necesario que se abran más casas", apunta Tambasco en conversación con este diario.

Cuenta el fundador de Emergency Home que el único requisito para que se gestionen esas propuestas es que el nuevo hogar esté listo para vivir. "Que tenga muebles y los suministros dados de alta", dice. Y por supuesto, que se ofrezca totalmente gratis. "Todos aquellos que quieran cobrar un alquiler, que acudan al mercado libre", asevera. En una semana han recibido a través de la página web, que está disponible en ucraniano, 150 ofrecimientos de alojamiento y 250 solicitudes, en la mayoría de los casos mujeres con niños. "Además, contamos con la ayuda de treinta voluntarios que conocen el idioma y que nos echan una mano como traductores cuando resulta necesario", explica.

Buena parte de los alojamientos que se ofrecen se sitúan en los principales núcleos urbanos. Tambasco, no obstante, cree que va a ser necesario que se abran más puertas. Por eso, lanza un grito a todos aquellos que tengan segundas residencias vacías. "Por ejemplo, una casa en el pueblo que está totalmente cerrada es una oportunidad para que una familia pueda volver a empezar", sentencia.

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