La idea de Europa se queda sin relato frente a la hoja de ruta de la extrema derecha

Unos lo llaman “Resetear Europa”. Son los autodenominados Patriots, la tercera fuerza política del Parlamento Europeo, de la que forman parte los partidos del primer ministro húngaro, Viktor Orbán; del líder ultra francés Jordan Bardella; el Chega portugués; la Lega italiana; el FPÖ austriaco o el español Vox.

Otros han optado por calcar el lema de Donald Trump y hablan de “Hacer Europa Grande otra Vez”. Son los miembros del grupo de Conservadores y Reformistas, donde están el PiS polaco y Los Hermanos de Italia de Giorgia Meloni, entre otras formaciones extremistas.

Militan en grupos diferentes y discrepan de muchas cosas, pero los objetivos finales de ambas versiones de la extrema derecha en materia europea son perfectamente reconocibles: promover la soberanía nacional, limitar la intervención de la Unión Europea, defender la identidad cristiana (en particular en contraposición a la religión musulmana), oponerse a la inmigración y cancelar el Pacto Verde Europeo.

Ya no buscan que sus respectivos países abandonen la UE. Lo que quieren es reducirla al mínimo, frenar los intentos de federalizar Europa y bloquear cualquier iniciativa que plantee llevar el proyecto de la Unión a un nivel superior de integración.

Unidos contra la unidad europea

Las dos patas del movimiento ultra europeo llevan años trabajando documentos en los que tratan de dar forma a este programa y, desde hace poco, como explica en un artículo reciente Cesáreo Rodríguez, catedrático de Ciencia Política de la Universitat de Barcelona, ya cuentan con un texto unificado: El Gran Reseteo. Restaurar la soberanía de los Estados miembros en la Unión Europea. Una propuesta con dos escenarios mediante una reforma institucional para una nueva UE.

Rodríguez señala un doble problema: “De un lado, la UE es incapaz de convertirse en actor geoestratégico internacional relevante por la cortedad de miras y el tacticismo de las élites europeístas y, de otro, no cesa de aumentar la oposición de las derechas reaccionarias en toda Europa a la supranacionalidad”. La política de las autoridades comunitarias “no puede ser más miope”: no culmina la unión económica y monetaria, articula un plan de rearme estrictamente estatal, no dinamiza la transición energética, no implementa a fondo los cambios digitales y tecnológicos, mantiene políticas migratorias restrictivas y es incapaz de impedir que los regímenes iliberales instalados en algunos de los Estados miembros prosperen sin dificultad.

Frente a esta estrategia, cada vez mejor coordinada, de las extremas derechas europeas —con el apoyo indisimulado de Donald Trump—, los grandes partidos que construyeron Europa, representados hoy por el PP Europeo y por los Socialistas y Demócratas Europeos, parecen no tener un relato propio. Si tienen un objetivo claro, definido para hacer avanzar el proyecto europeo, hace ya tiempo que dejó de ser reconocible.

Los partidos tradicionales

¿Están ganando los ultras el relato europeo? Andrés Ortega, licenciado en Ciencias Políticas y Máster en Relaciones Internacionales por la London School of Economics, escritor y analista, no cree que los partidos tradicionales hayan renunciado a construir un relato ambicioso sobre el futuro de Europa. El problema es que “no saben hacia dónde ir en cuestión de integración europea”. Les “resulta difícil” admitir, después de siglos de dominio, que el mundo ha cambiado y ha dejado de ser eurocéntrico y occidental.

Desde la crisis de 2008, explica este experto —reciente ganador del Premio Internacional de Ensayo Jovellanos por Soledad sin solitud (Nobel, 2025)— Europa no se ha recuperado. Y la dependencia militar, económica, financiera, tecnológica y cultural de Estados Unidos se ha incrementado. “Europa se ha quedado atrás”. Si es “difícil construir un relato a 27, no digamos ya una política exterior o de seguridad y defensa común”.

La globalización de bienes, servicios, capitales y personas puesta en marcha por la UE, unida a la revolución tecnológica en curso, “está vaciando las clases medias”. De ahí el “rechazo a la globalización por parte de la ultraderecha y a la inmigración, necesaria en una Europa que envejece rápidamente, pero que transforma las identidades”.

Adam Majó, director de l’Oficina per a la Defensa dels Drets Civils i Polítics de la Generalitat y autor de Europa, la utopia practicable (Icaria, 2022), asegura que las diferentes corrientes políticas europeas mantienen “una ambigüedad desesperante” en relación con el modo en el que imaginamos y queremos que sea la UE para 2040.

“El EPP (Partido Popular Europeo, por sus siglas en inglés) practica un europeísmo retórico”, señala. Se niega a avanzar si no es a base de crisis sobrevenidas como el covid o la guerra de Ucrania y, mientras tanto, “sostiene un discurso abiertamente nacionalista en cada uno de los países”. Entretanto, el europeísmo de la socialdemocracia, aunque “es más honesto”, asegura, no es capaz de traducirse “en un horizonte ambicioso y comprensible”.

Liberales y Verdes, en cambio, se atreven a plantear propuestas más abiertamente federalistas y postnacionalistas, mientras que la izquierda de tradición marxista, aunque ha superado el antieuropeísmo de la Guerra Fría, mantiene “una actitud estrictamente reactiva que la incapacita para plantear alternativas de conjunto”.

Élites y 'marxismo cultural'

“La extrema derecha emplea todas las referencias a Europa como un componente muy asociado al voto contrario a las élites”, explica a su vez Pablo Simón, politólogo y profesor titular en la Universidad Carlos III de Madrid. El también autor de Entender la política (Alfaguara, 2023), describe la capacidad de los ultras de manejar “varias pelotas al mismo tiempo”. De un lado, la crítica del déficit democrático, que en su lenguaje consiste en decir que “nadie sabe muy bien quiénes son estos burócratas que nos mandan, mientras que nuestros parlamentos nacionales no se enteran de nada, y eso no puede ser”. En segundo lugar, la idea de que son “élites que están compradas y que trabajan a favor de las clases financieras, de lo woke, de la Agenda 2030, de todo este conglomerado que ellos llaman ‘marxismo cultural’”.

Simón da mucha relevancia a que los ultras ya no propongan dejar la UE, sino cambiarla desde dentro para “que vuelva a ser meramente una suerte de alianza entre diferentes países”. Quieren echar el freno a “la nación europea” y sustituirla por una mera cooperación entre las naciones.

En su opinión, la aparente falta de discurso y de proyecto por parte de los partidos tradicionales —los que han protagonizado la construcción europea— tiene más que ver con el hecho de que, por ejemplo en España, “el consenso es muy amplio” y “no es un tema divisivo”. Pero también “es verdad que, en general, es más complicado defender el statu quo. La Unión Europea es un artefacto difícil de gestionar”, mucho más que la idea que los ultras tratan de proyectar de que, si deshaces la Unión Europea, puedes avanzar hacia más prosperidad de la nación”.

El “gran reseteo”, explica Ortega, no es una propuesta “coherente”. “Es muy epidérmica o reactiva”. No responde a un análisis profundo o realista. “No hay, por ejemplo, alternativa al euro o al mercado único, salvo romperlos”.

“La integración europea ha avanzado tanto” —prosigue este experto— “mucho más de lo que pensaron los padres fundadores, que lo que ahora se plantea toca a lo más profundo que queda de la soberanía nacional: la defensa, los impuestos, la seguridad, la cultura, los idiomas, después de haber comunitarizado asuntos como la inmigración”. De ahí la resistencia que tratan de agitar los ultras.

Pero es un espejismo hablar de “recuperar soberanía”, prosigue Ortega. “Ese mundo ha quedado atrás. Y estas extremas derechas europeas (no hay solo una) no se percatan de que, para competir con los nuevos actores globales —no solo Estados o China, sino unas empresas de un tamaño y un alcance nunca vistos antes en la historia, ninguna europea—, el repliegue en la idea nacional solo llevará al fracaso”.

Majó, a su vez, sostiene que “en todo lo que dice la extrema derecha hay un 80% de propaganda y un 20% de propuesta política”. “El discurso antieuropeo (anti-Bruselas, en realidad) no pretende tanto deshacer lo hecho (nadie propone ya dejar la UE o el euro) sino impedir avances futuros”, opina. “Y, sobre todo, blindar la estructura intergubernamental (de club de Estados) de la Unión”.

Es decir, “vetar cualquier intento de reformar los tratados para democratizar la UE y dar más poder al Parlamento y menos al Consejo”. En consecuencia —continúa— “también se oponen a dar más peso político, autonomía y presupuesto a la Comisión, a culminar la armonización fiscal o bancaria y a establecer y garantizar derechos sociales comunes”.

Un discurso que se contagia

El problema es que, “en este empeño en congelar la estructura de la Unión, la extrema derecha encuentra aliados explícitos e implícitos en las dos grandes familias políticas europeas y, desgraciadamente, también en la izquierda”. Y que el planteamiento estrictamente aliancista fragiliza la Unión, porque en él prevalece el interés nacional inmediato al común. En consecuencia, la posibilidad de nuevos exits y del fin del proyecto común es también muy real.

Entre esos aliados más o menos explícitos de los ultras está la socialdemocracia danesa, cuya primera ministra, Mette Frederiksen, acaba de hacerse cargo de la presidencia rotatoria del Consejo de la Unión. La Meloni del norte, como la conocen en Bruselas por sus propuestas en materia de inmigración, pero también una firme partidaria del rearme europeo, aun a costa de hacer que sus conciudadanos se tengan que jubilar a los 70 años para poder pagarlo.

En este contexto, el presidente Pedro Sánchez “está más aislado que nunca”, ratifica Simón. “En términos de construcción europea tenemos un Consejo en el que hay una mayoría de derecha y de extrema derecha”. El proyecto europeo “vuelve a estar en una posición en la que los avances en favor de la integración son difíciles, porque tenemos otra vez muchos shocks al mismo tiempo”, de los que, “probablemente, la relación transatlántica sea el mayor de todos”.

Ortega hace memoria y recuerda que la cuestión migratoria no es nueva; lleva pesando en Europa desde hace lustros. “Recuerdo unas encuestas en los 90 que reflejaban cómo empezaba un rechazo a la inmigración (sobre todo africana) en todos los partidos en España”. Es una cuestión identitaria “que mira hacia el pasado más que hacia el futuro. Ahora bien, ahí está. Y si no se controla la inmigración, se generará un rechazo hacia otras políticas que propugnan los partidos del centro y alrededores”.

En cuanto a la defensa, “el discurso único” sobre la guerra de Ucrania ha terminado por hacer mella, más aún cuando “cunde la duda” sobre la garantía de disuasión y defensa de EEUU. “Pero el crecimiento en los gastos de defensa lleva ya en curso varios años”, recuerda. Aunque, “claro, no es lo mismo estar en Dinamarca —que además siempre ha sido más atlantista que europeísta— que verlo desde España o Italia, con unas percepciones de amenaza diferentes”.

El caso de Mette Frederiksen refleja, en opinión de Majó, “un cierto consenso en torno a planteamientos nacionalistas que, por otro lado, son también más hegemónicos que nunca a nivel mundial”. Y ocurre en un momento en que la ciudadanía ligada a la nacionalidad (el pasaporte) se ha convertido en la principal fuente de desigualdad del mundo, por encima (pero en estrecha relación) de la racialidad, del género, de la opción sexual e incluso de la clase social en sentido estricto.

Los deberes de la izquierda

Y advierte: “Las propuestas que tienden a separar identidad nacional de derechos —y la UE, con todas sus contradicciones, va en ese sentido— tendrían que ser una prioridad para la izquierda”. Más teniendo en cuenta que esta despolitización de lo nacional no implica (o no tendría que implicar) perder diversidad cultural o lingüística, sino todo lo contrario.

¿Y el futuro? Uno de los problemas —subraya Andrés Ortega— es que el discurso sobre Europa de las extremas derechas “ha contaminado al resto de las fuerzas políticas, temerosas de perder votos, sobre todo ante estas dos cuestiones: la inmigración y la identidad”. Aunque hay otro elemento que también viene de lejos: la crisis de la política en toda Europa, donde faltan liderazgos nacionales con una proyección europea. ¿Qué líder nacional es un líder europeo, siquiera conocido por el resto de los europeos? “Quizás la única que se me ocurre sea Meloni…”, señala.

El problema que viene —añade Adam Majó— no es tanto que la derecha (la nueva y la vieja) refuerce su discurso securitario, fronterizo, nacionalista y racista, “sino que la izquierda sea incapaz de aprovechar oportunidades históricas como la integración europea para reivindicar la universalización de los derechos civiles, políticos y sociales”.

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O para promover la libre circulación de personas dentro y fuera de la Unión; para superar el occidentalismo y apostar por el multilateralismo; para “priorizar el soft power basado en el comercio” y la coherencia “en vez de la doble vara de medir” y el militarismo; y para construir una identidad europea basada en una diversidad propia de Europa, que va mucho más allá de 27 Estados y sus respectivas lenguas oficiales. “En ese sentido, los movimientos políticos de los pueblos sin Estado de Europa podrían ser un aliado más que un obstáculo en la construcción del mosaico —que no rompecabezas— europeo”.

Más que un riesgo de retroceso, en este contexto Pablo Simón cree que el proyecto europeo corre riesgo de entrar en “una senda de decadencia”, cuando no “de parálisis”. Tanto el informe Letta (abril de 2024) como el informe Draghi (septiembre de 2024) dicen que “hay que avanzar en términos de integración, ser más ambiciosos y apostar más por determinadas ventajas comparativas”. Pero “en términos políticos, cuesta”.

“El riesgo, más bien, es que sigamos avanzando demasiado lento en un mundo que se mueve enormemente rápido. En el que la competencia entre China y EEUU terminará haciendo que nuestro peso, en términos agregados, sea menor”, resume el profesor de la Carlos III.

Unos lo llaman “Resetear Europa”. Son los autodenominados Patriots, la tercera fuerza política del Parlamento Europeo, de la que forman parte los partidos del primer ministro húngaro, Viktor Orbán; del líder ultra francés Jordan Bardella; el Chega portugués; la Lega italiana; el FPÖ austriaco o el español Vox.

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