Palestina sí, crisis climática no: por qué lo transversal no siempre desarma las guerras culturales de la derecha

La estrategia política de la derecha española —la de Vox, desde luego, pero también la del PP— descansa en el marco narrativo de la guerra cultural. Una lógica sencilla y efectiva: dividir el espacio público en dos bloques irreconciliables, “nosotros” contra “ellos”. Nosotros, los patriotas, los defensores del orden, la familia, la tradición. Ellos, los progres, las élites globalistas, los enemigos de la nación. Nosotros, los defensores de la identidad cristiana frente al islam. Nosotros, frente a la invasión de migrantes. Nosotros, frente a los que anteponen el clima a la economía.

Esa simplificación binaria alimenta buena parte de su capacidad de polarización. Pero hay asuntos públicos que escapan de esa dicotomía, porque atraviesan fronteras ideológicas y generan reacciones transversales. La acusación de que Israel está cometiendo un genocidio en Gaza es uno de ellos. No se trata de un debate estrictamente ideológico, sino de una cuestión moral que interpela a ciudadanos de muy distinta procedencia política, como demuestran todos los estudios demoscópicos que miden el enorme respaldo social que la causa palestina tiene en España.

Ahí reside su fuerza: cualquiera, sea de izquierda o de derecha, puede sentirse sacudido por la evidencia de miles de muertos civiles, hospitales arrasados y un sufrimiento que se transmite en directo cada día por televisión.

Su carácter transversal erosiona la estrategia de la guerra cultural de la derecha porque quienes suelen disentir en casi todo acaban teniendo que asumir coincidencias inesperadas en el rechazo a la violencia indiscriminada. El genocidio en Gaza pone en dificultades el enmarcado ideológico (no se puede encasillar como “agenda progresista” una indignación compartida por comunidades religiosas, organizaciones humanitarias o votantes conservadores) y obliga a reposicionamientos incómodos, porque cada vez que la derecha se alinea ciegamente con Israel se topa con una ciudadanía que no percibe el conflicto en términos de geopolítica, sino de humanidad.

Efecto visible

En España, el efecto es muy visible. El PP mantiene un discurso alineado con el atlantismo, pero muchos de sus dirigentes perciben la indignación social. Su líder, Alberto Núñez Feijóo, trató de matizar su postura reconociendo una masacre, aunque Isabel Díaz Ayuso o José María Aznar se mantienen firmes en el apoyo cerrado a Benjamin Netanyahu. Vox, encerrado en su relato del “choque de civilizaciones”, tiene que hacer frente a la incomodidad de bases católicas y tradicionalistas que no toleran el sufrimiento de inocentes.

La socióloga y filósofa catalana Marina Subirats pudo ver en persona la transversalidad de la protesta del domingo frente a la Vuelta ciclista. Fue, dice, “impresionante”. “Había gente muy joven, gente de edad, gente mayor, una variedad realmente importante”. Si la reacción de la gente “va a más, acabará teniendo cierta capacidad de mover” incluso a la extrema derecha, dice. Porque “los partidos se mueven en función de cómo va variando la opinión de sus potenciales votantes”.

Cristina Monge opina que la respuesta de la derecha a esa transversalidad “le puede hacer daño (a la derecha) si no se posiciona bien”. “Yo creo que ellos no están cómodos con la actitud que han adoptado”, sostiene esta socióloga y politóloga, columnista de infoLibre, producto de esa actitud en la que están instalados de que “todo vale contra el Gobierno. Si el Gobierno dice blanco, yo digo negro”. No tenemos todavía elecciones a la vista, pero este es “el típico tema que tiene la capacidad de movilizar a la izquierda y al centroizquierda contra esa derecha”. De ahí que Feijóo ya haya amagado con un cambio de posición, todavía incompleto, resalta.

El valor transformativo de la movilización

Teresa Oñate, catedrática de Filosofía de la UNED, también cree que la transversalidad de la causa palestina está erosionando la estrategia polarizadora de la derecha y pone en valor, “desde el punto de vista transformativo, toda alianza en este momento de la ciudadanía”. A su juicio, está “calando en la sociedad civil” la relación entre “Hitler, Netanyahu, Gaza, Auschwitz, Dachau y Trump”. Y, a medida que eso ocurre, esa misma sociedad civil “se desenajena”. Aunque haya “una derecha todavía enajenada, prisionera”, frente a “las imágenes espeluznantes, monstruosas, de un genocidio que lleva entre 60.000 y 70.000 muertos”.

Lo que está pasando con la movilización propalestina “es enormemente positivo” porque “permite que vuelva a fluir la historia y el pensamiento crítico”, señala Oñate. Frente a “una derecha inculta, ignorante, que no quiere pensar”, aunque también que no es, en gran parte, “malintencionada”. Cuando leen, explica, “ofrecen las posibilidades de otro discurso, de una comprensión no polarizada”, lo que abre la puerta a una ciudadanía “transversal, democrática”.

La filósofa argentina Carolina Meloni, especializada en filosofía política contemporánea, cree que lo sucedido con la Vuelta marca “un antes y un después” en la visibilidad de la protesta por “la contundencia de la ocupación del espacio público y la rotundidad con la que nos hemos comprometido a decir basta”.

La posición de la derecha y la extrema derecha, explica, “se ha venido abajo” porque la gente se ha movilizado de manera masiva para comprometerse con una causa justa. “Es una cuestión de justicia lo que está de por medio, y eso para mí es fundamental”. “Es un gran triunfo, sobre todo de la sociedad civil. Es un gran triunfo precisamente haber desplazado” el marco cultural de la derecha “y erosionarlo”.

Al margen de los partidos

“Es muy interesante”, añade, que sea “una lucha que no ha podido ser apropiada por partidos políticos. Es cierto que hay partidos políticos que se han sumado a esa lucha, pero yo creo que la potencia de este movimiento es que no ha podido ser institucionalizado solo por un partido”. Es un movimiento que ha sido abrazado por hombres y mujeres de distintas edades, distintas generaciones, distintas condiciones sociales, desde profesores universitarios hasta clase obrera. Eso es el secreto para que, realmente, este movimiento a nivel global haya tenido el éxito que está teniendo”.

Las movilizaciones propalestinas no son de ahora, recuerda Meloni. “Es un movimiento que procede de la sociedad civil, que lleva dos años de trabajo constante”. Ahora hace falta ver “hasta dónde llega todo lo que está sucediendo y qué medidas políticas urgentes se toman respecto a Israel, que es lo que más urge, porque en Palestina la gente sigue siendo asesinada”.

“Hay una célebre fotografía de alguien que cruza los brazos mientras los demás hacen el saludo nazi”, apunta Roberto R. Aramayo, profesor de Investigación en el Instituto de Filosofía del CSIC. “En esta época contra-ilustrada, donde prima la desinformación y el relato sobre los hechos, es fundamental resquebrajar esos discursos hegemónicos que quieren imponer a toda costa sus dogmatismos”.

Concha Roldán, propfesora también en el mismo instituto, no cree, en cambio, “que puedan lanzarse las campanas al vuelo” y creer que “la transversalidad social y política de las recientes movilizaciones” pueda extenderse “a otras cuestiones de corte más identitario hacia las que las derechas dirigen insistentemente su polarización ideológica y, sobre todo, emocional”.

En este caso concreto, asegura, se dieron cita elementos que ayudaron a diluir las diferencias de opinión. “Pero no creo que pueda extrapolarse a una erosión generalizada de los marcos identitarios y polarizadores que se están empleando sistemáticamente por las derechas en las guerras culturales”.

La pregunta, efectivamente, es por qué otros temas, supuestamente transversales, como las políticas de igualdad o la crisis climática, no logran el mismo resultado.

Subirats lo tiene claro: “Tanto en el cambio climático como en el feminismo se ha conseguido convencer a mucha gente de que, si estos movimientos avanzan, ellos van a perder algo”. Los chicos más jóvenes, pone como ejemplo, se oponen frontalmente al feminismo y eso “está siendo una de las líneas fuertes de captación de gente por parte de la extrema derecha”. “Los hombres se empiezan a dar cuenta de que pierden ciertas ventajas y, cuando alguien pierde privilegios”, toma posición “en contra”.

Ocurre lo mismo, señala, con el cambio climático. “Si no se explica bien, resulta que los más perjudicados son siempre los más pobres. El que tiene un coche viejo, que no tiene dinero para cambiarlo, y le dicen que ya no podrá circular”. Ahí hay “resistencias muy fuertes” que han sido y están siendo utilizadas por la extrema derecha “para reclutar gente”.

La diferencia de Gaza

Eso no sucede con Gaza, por eso se extiende a todo el mundo. Nadie obtiene un beneficio o perjuicio personal al tomar partido por la humanidad. “Desde este punto de vista es mucho más fácil” que el apoyo a Palestina sea un tema compartido y que la derecha tenga mucho más difícil dividir a la sociedad.

La crisis climática, en cambio, aunque nos afecta a todos de una u otra manera, es “una idea mucho más abstracta y alejada”. Prohibir los coches de combustión y tener que comprar vehículos más caros, por el contrario, es un problema concreto para quien no puede pagar.

En determinadas luchas sociales “hay perdedores”, recuerda, o personas que se sienten perdedoras: frente a las mujeres, frente a las medidas de protección del medio ambiente, frente a los inmigrantes. Y no “grandes capitalistas”, sino personas del común, con pocos recursos, que perciben todo esto como una amenaza.

Monge comparte este razonamiento y añade el ingrediente de la ausencia de propuestas de la izquierda, al menos en temas tan cruciales como el de la inmigración. “Vox no niega el cambio climático: se opone a las políticas de transición, que no es lo mismo”. Su discurso es que “lo que no puede ser es que paguen los agricultores” o que “no se les deje regar”. Y se aprovecha de que, probablemente, “hay un problema, porque no va a haber agua” y tampoco se está haciendo con los agricultores “un proceso de transformación y de transición”. La ultraderecha “acierta donde, efectivamente, existe un malestar de fondo que responde a un problema real”, advierte.

Ocurre algo parecido con la inmigración, que siempre ha existido y que no es un problema, subraya. Pero que se convierte en uno “si no lo gestionas bien”. Si a una “materia inflamable” como esta “le metes pobreza, desigualdad, hacinamiento, condiciones indignas de vivienda, jornadas laborales cuasi esclavistas”, cualquier “cerillita” acaba desatando “un incendio”.

Pensamiento crítico

En opinión de Teresa Oñate, es “la ausencia de una cultura de pensamiento crítico” lo que “impide la comprensión de los nexos. La conexión entre el ecofeminismo, la ecología y los movimientos anticapitalistas es el pensamiento crítico de nuestra época”, afirma con rotundidad. “No se puede pensar el ecofeminismo sin el ecologismo, no se puede pensar sin la crítica al capitalismo y no se puede pensar sin un contexto geopolítico”.

Concha Roldán cree posible encontrar “puntos de sutura que a veces rompen con los enfrentamientos polarizados (plagados de mentiras o de lo que ahora se ha dado en llamar posverdades) y hacen que aflore una racionalidad colectiva que percibe la realidad de las cosas”. Igual que, “ni siquiera desde el cinismo, se puede justificar la muerte de tantos inocentes (causa propalestina), no puede ser que se siga ejerciendo violencia y matando a las mujeres por ser mujeres” o negar “unas olas de calor insoportables y sequías que muestran que algo está cambiando en el planeta (lucha climática)”.

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Puede que la conjunción de causas diversas haga que, en un momento determinado, emerjan nuevos consensos sociales entre actores que, en otras cuestiones, siguen, sin embargo, defendiendo ideologías conservadoras “a piñón fijo”, explica Roldán. Como ocurre, dice, en el caso del feminismo. “Las derechas están sabiendo volver a articular el relato patriarcal conservador y volver a defender el desempeño tradicional de papeles domésticos y del cuidado de las mujeres, así como su carácter de objetos eróticos al servicio de los deseos del varón”.

“Hay que rehuir la trampa de las trincheras maniqueas y evitar suscribir una tesis porque sea la defendida por los presuntamente más afines”, recomienda Aramayo. Los problemas político-sociales y económicos que afectan a la ciudadanía deben presentarse sin bandería, instando a que se fragüen consensos entre quienes piensan diferente”. Las formaciones políticas progresistas, asegura, “deberían comprender que sus discrepancias y matices resultan letales, porque sus partidarios aprecian las autocríticas incluso más que los reproches a quienes creen estar en posesión de la verdad”.

En su opinión, “resulta muy difícil combatir los eslóganes absolutamente simplistas de la derecha más extremista, porque brindan soluciones mágicas para problemas muy complejos, apelando con su sensacionalismo exacerbado a nuestras emociones”. Así que urge, recomienda, potenciar “un espíritu crítico que filtre las informaciones y sepa recurrir a fuentes acreditadas. El mundo de la cultura tiene que jugar un papel primordial, intentando desactivar los embustes, patrañas y bulos, planteando de una forma comprensible el diagnóstico de los problemas a resolver”.

La estrategia política de la derecha española —la de Vox, desde luego, pero también la del PP— descansa en el marco narrativo de la guerra cultural. Una lógica sencilla y efectiva: dividir el espacio público en dos bloques irreconciliables, “nosotros” contra “ellos”. Nosotros, los patriotas, los defensores del orden, la familia, la tradición. Ellos, los progres, las élites globalistas, los enemigos de la nación. Nosotros, los defensores de la identidad cristiana frente al islam. Nosotros, frente a la invasión de migrantes. Nosotros, frente a los que anteponen el clima a la economía.

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