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Comunicación política

Políticos de toda la vida que se presentan como 'outsiders': de Abascal a Puigdemont

El diputado de Vox Ignacio Gil Lázaro, con Santiago Abascal.

Santiago Abascal debutó como concejal del Ayuntamiento de Llodio en 1999 (con tan solo 23 años) y nunca ha tenido un empleo ajeno a la política, salvo por la apertura de un bar que quebró al poco tiempo. Llegó de la mano del Partido Popular, formación en la que militó durante casi veinte años, y, tras romper su carnet de militante en 2013 ayudó a fundar Vox, partido que actualmente preside. Su trayectoria es similar a la de su compañero de filas, Ignacio Gil Lázaro, que lleva más de tres décadas en la Cámara Baja, primero al servicio del PP y ahora de Vox. Sin embargo, ambos se presentan como figuras emergentes y enarbolan un discurso rupturista que clama contra los “chiringuitos” y el “excesivo” gasto público.

Sus casos recuerdan al de Francisco Álvarez Cascos, que ocupó cargos de alta responsabilidad dentro del PP y del Gobierno. Fue vicepresidente y ministro de Fomento bajo el mandato de José María Aznar y previamente se hizo cargo de la secretaría general de Alianza Popular por orden de Manuel Fraga. Después de 34 años de militancia en el PP, fundó Foro Asturias, partido que ganó las elecciones en la comunidad foral tras años de bipartidismo. “Los asturianos piden un cambio”, dijo. Él, que lo había sido prácticamente todo en política, se presentaba como el cambio. Casi como un outsider.

“Un outsider en política es aquel que se presenta sin experiencia previa y al margen de los partidos tradicionales. Técnicamente, no podría serlo alguien con una dilatada trayectoria en el ámbito de la política. Otra cosa es que a veces se juegue con generar apariencias de ello a través de los discursos y las campañas”, explica a infoLibre Eduardo Bayón, consultor en comunicación política. “Es algo que hemos visto en auge en España tras la crisis de 2008 cuando la deslegitimación de las instituciones y de los actores políticos aumentó”.

La experta en marketing y comunicación política Gabriela Ortega apunta a las juventudes de los partidos o el activismo en asociaciones o colectivos como el paso previo para hacer carrera política. “Si no empiezas desde muy joven y vas haciéndote un hueco es muy difícil llegar”, asegura. En este sentido, señala que “una cosa es la percepción” en la que “todos quieren transmitir que son rostros nuevos y sin hemeroteca a sus espaldas” y otra la realidad, en la que “salvo contadas excepciones, hay un trabajo de años y de labrar relaciones personales hasta llegar a ka política nacional: en España es muy difícil entrar de nuevas”, asegura.

Este fenómeno de políticos de carrera que quieren evitar ser percibidos como tal es transversal y también cuenta con ejemplos en la izquierda. El precedente está en una Rosa Díez que desembarcó en el PSOE en el año 1979, formación en la que fue concejala, diputada y consejera del Gobierno vasco presidido por el nacionalista José Antonio Ardanza , así como presidenta de su delegación en el Parlamento Europeo, hasta el año 2007, cuando abandonó el partido para inmediatamente después fundar Unión Progreso y Democracia (UPyD). E incluso en el propio Pedro Sánchez, que se afilió al PSOE en el año 1993 y más de dos décadas después, en 2017, se convirtió en el candidato anti-establishment en las primarias frente a Susana Díaz.

“Ahora Pedro Sánchez es insider, pero lo es porque antes fue outsider”, son las palabras de Ignacio Sánchez-Cuenca, catedrático en Ciencias Políticas en la Universidad Carlos III, en una entrevista en infoLibre. “Si a Sánchez no lo hubieran echado del partido, y lo hubieran transformado en un apestado dentro del PSOE, él jamás habría ganado las primarias frente a Susana Díaz. Todos los políticos quieren ser outsiders o presentarse como tal por lo dañada que está la marca de los partidos”.

Gabriela Ortega cree que el discurso de “no somos lo mismo de siempre, que se vayan todos o yo no soy político” corre el riesgo de “denostar todavía más a las instituciones y a los partidos”. Aquí Bayón añade que ese tipo de discursos, “además de contribuir al auge de la antipolítica” se aprovechan “de ese clima antipolítica”. “Pero cuando esos candidatos llegan al poder, como ha sucedido con Sánchez, se olvidan rápidamente de ese discurso y son los más firmes defensores de la institucionalidad”, zanja Ortega.

Los hiperliderazgos: de Ayuso a Yolanda Díaz

Sobre las cenizas de partidos machacados por el desprestigio social se alzan candidatos carismáticos de todo tipo, más dados a someterse al juicio directo de los votantes que a lidiar con los engorros de la vida interna de las organizaciones políticas. Líderes fuertes, ambiciosos, solitarios, que se valen de instrumentos mutantes para sus fines. Es el caso de Isabel Díaz Ayuso (PP), Yolanda Díaz (UP) y Carles Puigdemont (Junts Per Catalunya). Los tres se presentan como líderes emergentes, aunque llevan décadas metidos en política.

A veces estos líderes se salen de los partidos para montar una organización de autor, a la medida de sí mismos (como es el caso de los citados Álvarez Cascos y Rosa Díez); otros trazan su propia agenda en contra del criterio de buena parte de su formación (al igual que Díaz Ayuso y Puigdemont); o los que directamente apuestan por una “refundación” de un espacio político para ampliar su base electoral (como hizo Aznar con Alianza Popular y trata ahora de hacer Yolanda Díaz).

Ayuso se afilió al PP en el año 2005 y un año después empezó a trabajar como asesora en la Comunidad de Madrid y siguió acumulando cargos en los años posteriores. Desde su llegada a la presidencia madrileña y especialmente con la llegada de la pandemia, ha potenciado su perfil propio con un estilo marcadamente trumpista que no convence a todos en el PP. Por su parte, Puigdemont también llegó a la política institucional en 2006, si bien se afilió a Convergència a principios de los 80. Tras su paso por la alcaldía de Girona y el ascenso a la presidencia de la Generalitat, sus posturas rupturistas chocaron con las de una parte de su partido y ello provocó una escisión en el espacio postconvergente.

La vicepresidenta Díaz también aparece como un rostro nuevo, pese a que lleva en política desde el 2005. Fue teniente de alcalde en Ferrol en 2007, cargo que compatibilizó con su trabajo como abogada laboralista. Años más tarde fue diputada en el Parlamento gallego y en 2015 llegó al Congreso gracias a la coalición de En Marea. Ahora Díaz quiere iniciar un “proceso de escucha” que desemboque en un “proyecto de país” y suponga una refundación política de calado para hacer frente al “politiqueo” imperante.

En la construcción de estas figuras se ha producido un claro cambio de paradigma: un gran líder, mejor que cien dirigentes. A juicio de Sánchez-Cuenca, esto se explica por la “mala reputación” que tienen los partidos y que puede llevar a la construcción de hiperliderazgos. “Los hiperliderazgos tratan de establecer una vía directa con la ciudadanía sin pasar por los comités federales, las estructuras de los partidos y, de esta manera, satisfacer esa queja que está muy extendida en España y en otros países desarrollados de que la voz de los ciudadanos llega muy amortiguada y silenciada a las esferas de poder”, señala.

Por su parte, Bayón considera que estos hiperliderazgos han existido “desde la restauración de la democracia” y se han potenciado con la aparición de las tertulias de televisión, “que contribuyeron a una mayor personalización de la política”. “Si ahora notamos más la diferencia es por la devaluación de las marcas de los propios partidos y porque han surgido nuevas formaciones en torno a liderazgos fuertes o mediáticos”, valora el analista.

Estos liderazgos son, habitualmente, ratificados mediante primarias. Sin embargo, el consultor en comunicación política cree que la forma en la que se han implantado en España “en un intento de dotar de mayor legitimación a los partidos en ese momento en el que sufrían un desprestigio importante” ha servido para “retroalimentar los liderazgos fuertes, incluso socavando la existencia de contrapesos internos y órganos deliberativos en el seno de las fuerzas políticas”.

Ortega evita la palabra hiperliderazgo y cree que este fenómeno no se puede comparar con lo que sucede en países latinoamericanos con sistemas presidencialistas. “La institucionalidad de los partidos, en general en toda Europa, es absoluta. Podrán cambiar de nombre o renovarse con otras siglas, pero siempre va a haber partidos que sustenten estos liderazgos”, asegura. “Lo primero que quieren hacer los líderes autócratas es, precisamente, eliminar los partidos políticos. No es bueno que haya hiperliderazgos tan fuertes, porque la institución se pierde y acabas dependiendo completamente del líder”, valora.

La desafección política y el pesimismo se extiende en España

El empeño por rehuir de lo que se entiende por política tradicional y presentarse como actores políticos nuevos y transformadores, se debe a lo que conocemos como desafección, es decir, desconfianza hacia las instituciones y percepción de la política como problema. Un sentimiento que está arraigado en la sociedad española. Los indicadores sociales de confianza en las instituciones, que ya sufrieron una notable caída a partir de la crisis de 2008, están cayendo de nuevo. 

La última vez que el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) lo preguntó, hace un año, un 49,5% de los encuestados consideraba que los políticos y los partidos eran uno de los tres principales problemas del país, récord absoluto desde el inicio de la serie. Datos que completan otros organismos como el Eurobarómetro y el Pew Research Center, que apuntan a que nueve de cada diez españoles desconfían de los partidos políticos y más del 70% recelan del Congreso, los sindicatos y de las administraciones, tanto a nivel autonómico como central. “Ese desgaste conlleva al aumento de políticos que, sin ser outsiders, inciden con mayor frecuencia en sus marcas personales frente a la de sus partidos”, apunta Bayón.

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“Los partidos están tan gastados que los nuevos partidos ya no se llaman partidos. Se ha pasado del Partido Popular, el Partido Comunista o el Partido Socialista a nombres que tratan de escabullir la naturaleza partidista. Tenemos a Vox, a La République En Marche (Francia), Cinco Estrellas (Italia), Podemos, Ciudadanos… todos tienen nombres para ocultar que son partidos políticos”, reflexiona, por su parte, Sánchez-Cuenca .

La Encuesta sobre tendencias sociales, publicada por el CIS en diciembre de 2021, muestra que hay más encuestados convencidos de que dentro de cinco años tendrán menos confianza de los que piensan que tendrán más. Se trata de una visión negativa de las instituciones democráticas que hace al mismo tiempo sentir que antes la situación era mejor y prever que será peor en el futuro. 

Una nostalgia y pesimismo que afecta especialmente a los más jóvenes. Los más de 15,3 millones de españoles que hay entre la mayoría de edad y la generación del  baby boom conforman un bloque con los esquemas de la generación de posguerra rotos. Para el profesor de Ciencias Políticas, este pesimismo latente “es un síntoma inequívoco de que los partidos tradicionales son incapaces de resolver los problemas que hay planteados en el país”.

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