La escalada del recibo de la luz

Tino, 'el de la luz': "En mi época casi nunca subía la factura, no ocurrían cochinadas como ahora"

Valentín Fuentes, conocido como 'Tino el de la luz'

Puerta a puerta. Así es como solía cobrar la luz el tinerfeño Valentín Fuentes, ya entrada la segunda mitad del siglo XX, a los vecinos de Santiago del Teide y Guía de Isora. “Yo me encargaba de controlar los pagos en los dos municipios”, explica hoy, a los 78 años de edad, a este medio. Valentín —o Tino el de la luz, como se le conocía— se desempeñaba en el antiguo oficio de lector-cobrador a sueldo de la empresa Union Electric Company (UNELCO), que después pasó a llamarse Unión Eléctrica de Canarias. Un empleo, el de lector-cobrador, que desapareció en el preciso momento en que se extendió la domiciliación bancaria. “Yo apenas recuerdo pequeñas subidas de la tarifa”, añade: “Desde luego, ninguna cochinada como la que estamos viviendo ahora”.

En la otra punta de España, en Barcelona, Antonio Guillén ocupaba otro puesto entre los escalones más rasos de la estructura de la electricidad española. Era electricista y, además, cortador de la luz. “Eso quiere decir”, aclara, “que cuando alguien no pagaba, había que proceder a cortarle el suministro”. No era agradable para él y reconoce —en esto coinciden ambos— que muchas veces ellos mismos pagaban la factura a las familias más humildes para no tener que cortársela. Hoy, con los precios en las cotas más altas de toda la historia, no darían abasto.

Tanto Guillén como Fuentes han observado con asombro lo ocurrido durante los meses de agosto y septiembre de 2021. Fecha tras fecha, los titulares de la prensa han informado de la constante escalada del precio de la luz —y los correspondientes récords— ante la perplejidad de los ciudadanos. “Lo que cobraba no solía llegar a las 20 pesetas mensuales”, recuerda Tino. Con su mono de color gris, las herramientas en el coche y mucho cuidado, se encargaba del cobro, el mantenimiento y los cortes en los dos municipios. “Había que ir con ojo”, advierte: “Tuvimos sustos con rayos que alcanzaban los transformadores”. 

Todo aquel aparataje, tal y como se puede leer en un informe de la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC), fue evolucionando a pasos agigantados. De hecho, la práctica totalidad de aquellos contadores analógicos con los que trabajaba Tino son ya inteligentes. Concretamente, a fecha de 6 de junio de 2019 (cuando se publicó el informe), el 99% de los contadores en nuestro país lo eran. A esa fecha, había unos 26 millones instalados. En el seno de la Unión Europea, España es líder en este campo.

Tanto la figura del cobrador-lector, cuyas competencias se centraban en leer los contadores y cobrar la factura, como la de cortador, que tenía la tarea de cortar la luz a quien no pagaba —por lo que tenía que manipular cableado eléctrico y, por tanto, poseer formación de electricista— eran populares en los barrios, aunque, en palabras de Antonio Guillén, había ocasiones en que “la cosa se ponía fea”. Al otro lado del teléfono, desde el salón de su domicilio en Sabadell (Barcelona), recuerda qué pasaba cuando a él, cortador de la luz, y a su compañero, lector-cobrador, les tocaba hacer la ronda por las zonas "más buenas de Barcelona". “Ya me entiendes”, apostilla. A sus 84 años, no se le va de la memoria cuando, encaramado él en lo alto de la escalera, un vecino enfadado con la factura le espetó:

—¡Como me cortes un cable, te bajo de golpe!

A lo que Guillén, o bien el lector-cobrador que esperaba abajo, respondió:

—Ya se encargará la Guardia Civil...

Y no es que ellos no empatizaran con los vecinos que no podían pagar. Al contrario. Ellos también eran obreros y muchas veces, recuerda, —“pero muchas”— pagaban la factura a las familias con menos recursos. “Se te partía el corazón cuando llegabas a un bloque y veías a niños esperando en la puerta para avisar a sus padres de que llegábamos”, desliza. A menudo, en los barrios más modestos, avanzaban de edificio en edificio entre gritos de '¡Que viene el de la luz!' y, ante la precariedad con la que se topaban, casi siempre terminaban por juntar entre la pareja de compañeros el importe suficiente para que alguna familia no se quedara sin suministro.

Al contrario de lo que pueda parecer, una vez la domiciliación bancaria empezó a imponerse y los contadores dejaron de ser analógicos para convertirse en inteligentes, los dos protagonistas de esta historia pudieron mantener su trabajo en el sector eléctrico, habida cuenta de que ambos eran electricistas y sus servicios continuaron siendo necesarios para mantenimientos y reparaciones. En cuanto a los sistemas de pago por domiciliación bancaria, que también amenazaron el trabajo de cobradores y cortadores, “están muy bien implantados en España y desde hace muchos años”, aseguran a este medio fuentes de la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU). Sin embargo, y aunque pueda parecer algo muy lejano, a finales del siglo XX todavía se cobraba casa por casa en algunos lugares, aunque más o menos recónditos, del país. En otras palabras, no hace tanto tiempo que desaparecieron los últimos cobradores de la luz.

Un mercado eléctrico entre lo público y lo privado

Si Fuentes trabajaba en UNELCO, Guillén lo hacía en la Empresa Nacional Hidroeléctrica del Ribagorzana (ENHER). Son la mejor muestra de un mercado eléctrico dividido entre el sector público y el privado hasta bien entrado el último tramo del siglo. Mientras que la primera empresa era de capital privado y extranjero (primero de la Union Electric Company y, más adelante, de la Central Public Service Corporation de Chicago), la segunda la fundó el Instituto Nacional de Industria (INI), una instutución se creó en 1941, durante la dictadura franquista. Pero el sector eléctrico en España había arrancado mucho antes, tal y como se puede leer en Endesa en su historia (1944-2000), que escribieron para la propia compañía Gonzalo Anes, Santiago Fernández y Juan Temboury y que se puede consultar en el Fondo Histórico de la Fundación Endesa. El sector se empezó a dinamizar, sobre todo, en 1911, cuando apareció la Unión Eléctrica de Cataluña o Barcelona Traction Light and Power, más conocida como ‘la Canadiense’. A partir de ese momento, fueron naciendo otras como la Hidroeléctrica Española, la Hidroeléctrica Ibérica, la Cooperativa de Fluido Eléctrico de Barcelona —creada para evitar el monopolio de ‘la Canadiense’—, Saltos de Albacete, Electra de Viesgo, la Compañía Sevillana de Electricidad y un largo etcétera.

Así las cosas, el mercado eléctrico español anterior a la Guerra Civil se fue moldeando por medio de un montón de empresas privadas que competían por hacerse con un buen trozo del pastel y, ya en 1930, el sector daba muestras de gran concentración, habida cuenta de que “las cinco mayores empresas sumaban el 53% de toda la potencia instalada y el 50% de la producción nacional anual” y “las diez primeras, el 70% de la potencia y el 67% de la producción”. Precisamente en ese año aparecía, en Canarias, UNELCO, donde, andando el tiempo, terminaría trabajando Tino ‘el de la luz’.

Después de la guerra comenzó el baile de fusiones y disoluciones, y durante la década de los cuarenta se empezaría a configurar el panorama empresarial que ha sobrevivido hasta hoy. En 1944 se fusionarían la Hidroeléctrica Ibérica y Saltos del Duero para formar Iberduero, que, años más tarde, en 1992, se uniría con Hidroeléctrica Española, dando como resultado la actual Iberdrola. Ese mismo curso, el INI decidió participar del sector energético y fundó la Empresa Nacional de Electricidad (Endesa) y, un año más tarde, la Empresa Nacional Hidroeléctrica del Ribagorzana (ENHER), donde trabajaría durante toda su vida como electricista y cortador Antonio Guillén. Durante los siguientes 44 años, el sector cabalgaría entre lo público y lo privado. Poco a poco, Endesa fue absorbiendo sociedades. También algunas públicas que había creado el INI. La casualidad quiso que, en 1983, Antonio y Tino, los dos protagonistas de esta historia, terminaran trabajando, ambos, para la empresa estatal, que ese año adquirió UNELCO, la ENHER, Gesa y Encasur.

A partir de ahí, el estado iría vendiendo paquetes de participación de Endesa hasta que, en 1998, se privatizó por completo. En la actualidad, con Endesa, Iberdrola, Naturgy y EDP, la empresa privada domina el mercado eléctrico español.

Sin datos de la evolución de los precios durante el siglo XX

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Este medio se ha puesto en contacto con el Instituto Nacional de Estadística (INE) y con la OCU con el propósito de obtener una relación de los precios desde mediados del siglo XX hasta la fecha. En los tres casos, la respuesta ha sido la misma: no existen tales datos. Fuentes de compañías eléctricas y otros actores conocedores del sector argumentan, además, que “el precio de la electricidad es difícilmente conmensurable porque no se trata del mismo producto, ni del mismo servicio ni de la misma forma de tarifar”. El INE, por su parte, solo proporciona datos desde el año 1976, “aunque en ningún caso hay una rúbrica exclusivamente dedicada a la luz en el hogar, sino a la 'Calefacción, alumbrado y distribución de agua'". De todos modos, Endesa sí que ha remitido a infoLibre unos recibos donde se puede distinguir el precio que se pagaba en algunos domicilios por la luz. Dos datan de los primeros años de la dictadura y uno de tiempos de la Guerra Civil.

En uno de ellos, fechado en 1958, el pagador debía abonar una cantidad de 39,05 pesetas (no llega a 50 céntimos). Y se la debía pagar, precisamente, a un lector-cobrador que trabajaba, como Tino, en Unión Eléctrica de Canarias, pero, en lugar de en la isla de Tenerife, en Gran Canaria. Otro recibo, en este caso peninsular y fechado en 1950, marca que el vecino tenía que efectuar un pago de 10,98 pesetas. En la parte superior del recibo se puede apreciar el sello de la Sociedad Eléctrica del Chorro, una de aquellas empresas que fueron apareciendo en España a principios del siglo XX y que, en su mayoría, eran impulsadas por las oligarquías locales. El último de los recibos, también de UNELCO, data de 1935 y el pagador debe abonar, por dos meses de electricidad, la cantidad de 240 pesetas (un euro y medio, aproximadamente).

Desde sus hogares en Guía de Isora y Sabadell, Valentín Fuentes y Antonio Guillén asisten perplejos a la “cochinada”, como la describe Valentín, que representa la subida del precio de la luz. Son la última generación de lectores-cobradores y cortadores. “Ojo, que la luz se sigue cobrando y cortando”, sonríen. Lo que pasa es que ya no hay un Tino ni un Antonio que se paséen entre los edificios ni que tengan que escalar los postes. Aunque, como aseguran fuentes de Endesa, “hasta los años ochenta se siguió cobrando casa por casa en algunos puntos de nuestra geografía”, hoy por hoy, en ningún vecindario se oye ya eso de «¡Que viene el de la luz!», entre otras cosas porque la luz, si uno no paga, se va sola.

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