Tecnología digital

De WhatsApp a Telegram: Vox, de red en red entre bulos masivos y ataques al Gobierno

Un pasajero observa su móvil en un tren de la Estación María Zambrano de Málaga.

Vox se ha pasado a Telegram como aplicación de mensajería instantánea favorita. El movimiento ha sido efectuado tras una campaña de intensa difusión de un bulo: que el Gobierno controlaba WhatsApp y que las páginas de verificación Newtral y Maldita decidían qué se puede reenviar y qué no. No es cierto. El sistema de mensajería instantánea ha limitado, en todo el mundo y con carácter general, los reenvíos masivos de un mismo contenido, para evitar la propagación de fake news. La empresa, propiedad de la gigante tecnológica Facebook, no los lee. Tampoco Ana Pastor o Pedro Sánchez. La mentira no ha impedido que la formación de ultraderecha hable de "censura progre" y se pase a la herramienta de origen ruso desarrollada por los hermanos Nikolái y Pável Dúrov. Aseguran que allí estarán libres de la supuesta actividad censora del Ejecutivo y sus aliados, pero no es la razón principal: esta app de mensajería instantánea, creada en agosto de 2013 y con 200 millones de usuarios en todo el mundo, les facilita la difusión de sus mensajes.

La entrada que creó Vox en su página web para promocionar el uso de WhatsApp ahora no menciona nada de dicha aplicación: solo facilita el acceso a su canal de Telegram. Mediante un click, cualquiera puede entrar en el espacio de la formación ultraderechista en esta herramienta de mensajería. Pero a diferencia de WhatsApp, que no permite con tanta facilidad el envío masivo de mensajes, estos llamados canales que utiliza la aplicación rusa (aquí puedes acceder al de infoLibre) permiten que un solo emisor pueda mandar contenido a decenas de miles de usuarios en segundos. No hay límites de seguidores, como en Twitter o Facebook. Y los mensajes distribuidos a través de los canales aparecen como si se tratara de la conversación con un amigo se tratara, solo que la comunicación es unidireccional: no se puede responder.

En WhatsApp, este proceso para enviar un mismo mensaje a muchas personas es muy engorroso. Esta aplicación no cuenta con nada parecido a los canales de Telegram: solo funcionan de manera parecida las listas de difusión, con las que un usuario puede mandar un mismo mensaje a muchas personas a la vez. No a través de una misma conversación con todos, sino con mensajes en el canal establecido ya previamente entre los usuarios. Estas listas tienen un límite de 256 usuarios, por lo que se requieren varias cuentas, con varios números de teléfono, para aumentar el número de destinatarios. El receptor también tiene que dar su número. No es útil. "Creo que lo que ha ocurrido ha sido que Vox ha escogido un buen momento para hacer algo que ya quería hacer", resume Alexandre López, investigador de comunicación digital en la Universitat Oberta de Catalunya.

Si WhatsApp cuenta con esta limitación, entonces, ¿cómo se explica el aumento de su uso como herramienta de comunicación política? Precisamente por los mensajes reenviados, que ahora la aplicación ha limitado. Los emisores no son una sola cuenta, sino muchos. Y es casi imposible rastrear el origen del mensaje, que en multitud de ocasiones incluye información sesgada o directamente falsa. No se puede comprobar quién lo escribió o lo mandó primero. En estos días de emergencia sanitaria, multitud de usuarios han recibido bulos en sus smartphones que han seguido difundiendo a través del botón reenviar, un peligroso proceso por el que una mentira se convierte en verdad. "El consumo de información por WhatsApp es mucho más alto cuando surge una crisis", explica López. El resultado más evidente es, explica, el de las elecciones de Brasil que ganó Jair Bolsonaro.

Se ha demostrado que el 97% de los mensajes en WhatsApp que circularon en campaña y que intentaban desprestigiar al candidato opositor del ultraderechista eran falsos. No se trataba de una cuenta oficial de la Alianza por Brasil, sino de muchos usuarios –se sospecha que pagados por Bolsonaro– esparciendo multitud de mentiras que se viralizaban escondidas en el anonimato. En Telegram eso es más difícil: siempre que se use el botón de reenviar y no se copie y pegue el mensaje, aparece el nombre del usuario que mandó el mensaje en primer lugar. Así ha sido desde el principio.

En definitiva: el sistema de la aplicación rusa permitirá a Vox con mucha más facilidad difundir sus mensajes oficiales, pero hace mucho más difícil que campañas de desinformación basadas en el anonimato se viralicen, como ocurre en el programa de Facebook. "Hay que tener otra cosa en cuenta: WhatsApp tiene unos 2000 millones de usuarios y solo 200 millones de usuarios tienen Telegram", apunta el administrador de sistemas Javier Casares. La formación de extrema derecha española fue las que más y con más éxito usó WhatsApp durante el anterior ciclo electoral y tanto su programa como sus postulados corrieron por la pólvora entre muchos españoles: con una herramienta con menos implantación eso será más difícil.

En todo caso, si Vox piensa de verdad que en Telegram va a estar más seguro de los supuestos ataques censores del Gobierno, se equivoca: la configuración del sistema no lo hace más fiable que WhatsApp. "En principio todos los sistemas de mensajería son seguros, en cuanto a la posibilidad de que un Gobierno sea capaz de leer las comunicaciones. Pero Telegram tiene una desventaja: la información no está cifrada por defecto", explica Casares. El whatsapp que un usuario envía se cifra antes de llegar al servidor, y se desencripta cuando llega al receptor. Por lo que, en teoría, si un agente externo tiene acceso al servidor para leer el contenido, no podrá. Esto solo pasa en Telegram si se activa conscientemente la opción.

El experto señala que, de todos modos, ninguna de las dos opciones son totalmente seguras si se pretende evitar una injerencia externa. Aunque se puedan cifrar los mensajes, ni WhatsApp ni Telegram permiten el anonimato total: los gestores de ambas aplicaciones "saben en todo momento quién habla con quién", afirma Casares. O mejor dicho: pueden saberlo si se lo proponen. Queda registrado. Si a Vox le importara la privacidad y la lucha contra la censura gubernamental, su opción tendría que haber sido Signal. Su sistema, explica el informático, impide que nadie pueda saber no solo el contenido de los mensajes, sino quién emite un mensaje y quién lo recibe. Este artículo explica al detalle cómo funciona.

Los ataques de la ultraderecha a las redes

No es la primera vez que Vox ataca a una aplicación digital quejándose de supuesta censura. Ya lo hizo con Twitter en enero, tras la decisión de la red social de microblogging de capar la cuenta de la formación ultraderechista. microbloggingEl motivo fue un tuit enviado a la portavoz del Grupo Socialista del Congreso, Adriana Lastra, en el que se afirmaba que el PSOE promueve la pederastia con dinero público. La red social entendió que el mensaje incitaba al "miedo": "Prohibimos dirigir a las personas contenido destinado a incitar al miedo/difundir estereotipos de temor sobre una categoría protegida, lo que incluye afirmar que los miembros de una categoría protegida tienen más probabilidades de participar en actividades ilegales", justificó la compañía. Lo único que tenía que hacer Vox para recuperar el control de su cuenta era borrar el tuit, pero se negó y denunció a Twitter por cercenar su libertad de expresión. La Fiscalía Provincial de Madrid rechazó su petición de medidas cautelares, asegurando que una empresa privada tiene todo el derecho a restringir la utilización de su plataforma si entiende que no se cumplen las condiciones que el usuario se compromete a cumplir cuando accede.

Finalmente, Vox decidió borrar el tuit el 14 de marzo y Twitter reactivó todas las funciones del perfil automáticamente. Lo hicieron, aseguraron, porque la ciudadanía necesitaba su voz en tiempos de emergencia sanitaria, aunque desde el comienzo de la pandemia ya han difundido varios bulos relativos a la gestión de, como ellos lo llaman, "el virus chino". Maldita ya ha desmentido algunos: relativos al contenido de los informativos de RTVE, los asesores del Gobierno contra el covid-19 o el 8M. Y está acreditada una campaña de desinformación de la ultraderecha, con la creación de cientos de miles de cuentas falsas.

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Al igual que han hecho con WhatsApp, durante el episodio de la cuenta de Twitter de Vox, el vicesecretario de Comunicación del partido, Manuel Mariscal, habló de "censura" y apuntó al Ejecutivo: "(Twitter) ¿recibió presiones de algunos lobbies? ¿Tal vez del propio Gobierno?", se preguntaba tras la suspensión de la cuenta. El procedimiento es calcado: erigirse como las víctimas de un supuesto ataque a la libertad de expresión y culpar a sus adversarios políticos de la actuación de multinacionales digitales con interés limitado en los asuntos españoles. 

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump –referente de Vox en muchas cuestiones– también ha atacado en varias ocasiones a redes sociales y a empresas tecnológicas por banear cuentas o limitar el alcance de contenidos falsos. "Los principales grupos tecnológicos no deben censurar las voces de los estadounidenses", dijo Trump durante un encuentro sobre redes sociales en 2019. Afirmó que las grandes plataformas discriminan activamente a los conservadores: aseveraciones que, como las de Vox, nunca se han podido probar.

La ultraderecha estadounidense y la española comparten un asesor: Steve Bannon, director de la campaña de Trump en 2016 e ideólogo populista que acuñó los "hechos alternativos" como término eufemístico para referirse a las campañas de desinformación, odio y manipulación, con mucha fuerza emocional, que ayudaron a la victoria de sus candidatos: no solo el propio Trump, también Bolsonaro y Salvini en Italia. Sus armas: Twitter, Facebook… y también WhatsApp.

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