De Ucrania a Palestina, la persistencia de la banalidad del mal de Arendt

Hannah Arendt.

Desde hace tiempo los telediarios y periódicos dedican un espacio diario a la guerra de Ucrania y al conflicto palestino-israelí. Cuando somos testigos de toda esta violencia nos podemos preguntar: ¿cómo es alguien capaz de llevar a cabo semejantes atrocidades? Nuestro consuelo pasa por pensar que nunca lo haríamos porque no somos malas personas, no somos “monstruos” como ellos. Sobre esto reflexiona Hannah Arendt (1906-1975), una filósofa y teórica política alemana de origen judío que pensó —entre otras muchas cuestiones— sobre la violencia, los totalitarismos o el conflicto entre Palestina e Israel. 

Arendt acudió en 1961 al juicio de Adolf Eichmann, un oficial nazi encargado de organizar el traslado de los judíos a los campos de concentración. En la cobertura que hace de este juicio utiliza por primera vez la expresión de “banalidad del mal”. La filósofa llega a la conclusión de que Eichmann había dejado de preguntarse si sus acciones eran éticas, actuando sin pensar demasiado y sin remordimientos, alienado por un sistema que había burocratizado “el ejercicio del mal”. No creía que este oficial fuera un “monstruo” o un ser cargado de maldad, sino un hombre que tenía anulado el juicio y el pensamiento propio y se dedicaba a seguir las órdenes del régimen nazi sin cuestionarlas. “La banalidad del mal reside en la capacidad de los seres humanos de sistematizar actos crueles como si fueran tareas normales del día a día sin importancia con el pretexto de ‘cumplir con su deber’, sin que por ello recaiga cargo de conciencia sobre ellos”. Así lo explica Claudia Morilla Bejarano en un análisis sobre la aplicación de este concepto en la guerra de Ucrania. 

La “banalidad del mal”, a pesar de ser una expresión que surge en el contexto del Tercer Reich, sigue siendo actual a día de hoy. Antonio Gómez Ramos, profesor de Filosofía de la Universidad Carlos III de Madrid, explica que para Arendt “la banalidad del mal era la incapacidad de reflexión sobre por qué se hace lo que se hace”, y en este sentido se puede aplicar a “los funcionarios o soldados rusos”, pero también “a mucha parte de la reacción del mundo occidental ante lo que pasa en una guerra o en otra”. Lo ve claro también en el contexto del conflicto palestino-israelí, donde algunos países se posicionan a favor de Israel “sin pensar mucho” en sus razones. 

Por su parte, Cristina Basili, profesora de Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid, destaca la relevancia de Arendt cuando reflexionamos sobre la relación entre el mal y el poder. “Su pensamiento rompe con el paradigma tradicional que concibe un mal absoluto frente a unas víctimas inocentes”, explica. Si se piensa de esta manera “hay claramente una gran distancia entre los que hacen el mal y los que lo sufren”. Sin embargo, Arendt plantea que “el mal no es algo absoluto o excepcional, sino que viene a ser banal en la medida en la que se vincula con cierta mediocridad, viendo cómo un hombre común puede llegar a cometer acciones que para nosotros son radicales o casi diabólicas”, comenta Basili a infoLibre. 

La prensa, un espacio para la banalización del mal

El pensamiento de Arendt nos aleja “de la paradoja del amigo o del enemigo que se emplea a menudo para explicar la guerra” en los medios de comunicación. Y es que los conflictos actuales se “justifican o legitiman sobre esos dispositivos de enfrentamiento entre nosotros y ellos, entre quienes tienen el derecho y quienes son terroristas, como ocurre en el caso de Israel y Palestina”, explica la profesora. Gómez Ramos lo tiene claro: “Los medios de comunicación son un espacio de banalización del mal”.

Basili asegura que aunque la prensa trata de acercar y concienciar sobre el sufrimiento de otros, muchas veces esto tiene un efecto “desensibilizador” o de normalización. Denuncia junto con Gómez Ramos cómo mediante la simplificación de los conflictos o guerras los medios invitan a su audiencia a tomar partido en pro o en contra de una de las partes, algo con lo que Arendt no estaría de acuerdo pero que ocurre tanto en la guerra de Ucrania como en el conflicto palestino-israelí. La realidad es siempre mucho más compleja, y la prensa a menudo es un espacio de poca reflexión del mal, donde, según afirma Gómez Ramos, únicamente se profundiza en los extremos. 

Para que haya un buen debate público se requiere que los medios de comunicación sean “eficientes, racionales y honestos”, explica el filósofo, pero lamentablemente cree que Arendt estaría de acuerdo en que la prensa actual banaliza, normaliza y simplifica en exceso cuando se habla en clave bélica. 

La urgencia del pensamiento crítico

Para conseguir la banalización del mal en el Tercer Reich se tuvo un gran control sobre el lenguaje y el pensamiento colectivo, anulando la capacidad de reflexión de los alemanes e insensibilizándolos. Ante esto, Arendt reivindica la importancia del pensamiento como arma contra la manipulación. Creía que la ausencia de pensamiento podía ser el punto de partida de eventos o decisiones que dieran lugar a la banalidad del mal. Hoy en día esta lección nos sigue resultando útil. Además de la propaganda que puedan estar recibiendo la población y soldados de países en guerra, Basili pone de ejemplo la proliferación de las fake news y la posverdad, desafíos contemporáneos que deben abordarse mediante el ejercicio de un juicio crítico (y político). 

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Gómez Ramos, por su parte, resalta la banalidad del mal presente en “la condena y exigencia de condena” que hacen los medios de comunicación de hechos aislados, fuera de contexto. Se juzgan actos violentos sin tener en cuenta los distintos puntos de vista o las circunstancias que rodean a un hecho. Denuncia cómo se “automatiza” la condena de quien el “espacio de discurso ha decidido de antemano que es el malo, cerrando la posibilidad a más reflexiones”. Esa “condena sin reflexión”, que no se para a ver más allá de la etiqueta del malo, es lo que Arendt llamaría banal. 

Por cuestiones como estas la filósofa abogaba por el ejercicio del pensamiento crítico como un antídoto crucial contra la manipulación y la banalidad del mal. Como sugiere Basili, fortalecer nuestro pensamiento crítico nos hace menos susceptibles a fuerzas que buscan controlar nuestras percepciones. Pero además, Arendt va más allá, proponiendo que la construcción de una sociedad más justa y ética va de la mano de la participación activa en la conversación pública y en los asuntos públicos. Para Arendt la guerra o la violencia eran el fracaso de la política, por ello insiste en que se pensara en esta última como algo distinto del enfrentamiento. “Para ella la política es entre ciudadanos iguales”, explica Gómez Ramos. Era tan importante que la definía como “aquello que acontece cuando no hay violencia”, según Basili. 

En definitiva, el análisis de Arendt sobre la banalidad del mal nos incita a reflexionar profundamente sobre la naturaleza de la condición humana y los peligros inherentes a la falta de pensamiento crítico. Su obra nos hace reconocer que la capacidad de cometer actos atroces no se limita a “monstruos”, sino que puede surgir en contextos donde predominen la conformidad, la despersonalización y la falta de reflexión. Arendt nos invita a mantenernos alerta ante las amenazas de la manipulación, la desensibilización y la normalización de la violencia al mismo tiempo que considera la participación política activa algo esencial para evitar la deriva hacia la violencia y la guerra, es decir, la ausencia de política. 

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