Una revolución identitaria en la ciencia ficción

"Si los Wachowski se impusieron la tarea de hacer un show de ciencia ficción que fuera emocionalmente maduro y sexualmente fluido, que se planteara preguntas sobre la fe, el poder y la identidad, entonces deberían darse a sí mismos un positivo". Así de contundentemente cerraba The Guardian su análisis sobre el final de Sense8, la primera serie de los creadores de Matrix (junto a Michael Straczynski), estrenada en la plataforma de streaming Netflix el pasado junio y aún sin fecha de llegada a España. 

La serie se enmarca, sin duda, en el vasto campo de la ciencia ficción, extendido hacia lo sobrenatural. En ella, ocho personas de ocho puntos distintos del globo sufren una experiencia traumática cercana a lo paranormal y empiezan a estar conectados por una extraña fuerza. Lo que siente uno, lo siente el otro; las habilidades de uno son adquiridas como por ciencia infusa por el otro. Ninguno sabe exactamente lo que está pasando (tampoco el espectador) ni por qué.

No es el argumento el elemento revolucionario de la propuesta: se ha comparado ya con la exitosa Lost o HeroesLost Heroes, y los aficionados al género pensarán también en las sagas Orphan Black, Misfits o Fringe. A medida que se suceden los episodios, los ocho protagonistas van descubriendo, gracias a extrañas apariciones, que forman parte de un complot mundial que les supera. Para el espectador (y quizás para los propios Wachowski), este elemento no deja de ser en ningún momento más que una forma de hacer avanzar la historia. La trama se convierte en un elemento secundario

Porque los pilares de Sense8 son esos ocho personajes, esas ocho vidas (tan distintas: desde un policía blanco estadounidense hasta un superviviente de las calles de Kenia), que se desarrollan en San Francisco, Chicago, México DF, Reikiavik, Londres, Berlín, Nairobi, Seúl y Mumbai. Los Wachowski estuvieron rodando en cada una de esas localizaciones, aunque tenían equipos de dirección locales que aligeraban parte del trabajo. 

Comunidad frente a individualismo

"Tratamos de tomar esa cuestión de si somos todos iguales, o cuán diferentes somos. Si hay una universalidad en la condición humana o si está formada culturalmente. Bueno, es una idea intelectual, pero comenzamos a experimentarla de verdad mientras avanzábamos en esta travesía", explicaba Lana a la web io9.com

Los ocho sensates podrían justificar el argumento de que las diferencias culturales son insalvables: una joven y atormentada DJ (Tuppence Middleton); la heredera de un poderoso banquero coreano, luchadora de peleas ilegales en su tiempo libre (Bae Doona); un keniata fan de Van Damme que trata de conseguir medicinas para su madre, enferma de sida (Aml Ameen); un ladrón de joyas atrapado en los mecanismos de la mafia (Max Riemelt); un actor de telenovelas obligado a ocultar su homosexualidad (Miguel Ángel Silvestre); una mujer transexual, hacktivista y blogger (Jamie Clayton); una farmacéutica hindú a punto de casarse con un hombre al que no ama (Tina Desai); un policía que trata de resolver un antiguo caso de asesinato (Brian J. Smith). 

Sense8 utiliza un elemento narrativo (las experiencias extrasensoriales de los protagonistas) para lanzar una tesis política. Si el policía hubiera nacido en Nairobi, tendría la vida de ese conductor de autobús que cuenta hasta el último dólar. Si el ladrón de joyas hubiera nacido en el cuerpo del actor, se sentiría igualmente atraído por el novio de este. Los personajes llegan a entenderse tan profundamente, poniéndose en la piel del contrario, que podrían ser intercambiables.

No hay frontera natural y necesaria entre los seres humanos, concluyen los Wachowski. Ante el individualismo creado por el sistema capitalista, el lado amable de la globalización (o el optimismo sobre la capacidad de la tecnología de acercar mundos absolutamente dispares) minimiza las diferencias culturales y crea comunidad. "[Los Wachowski] utilizan la fluidez de la identidad como arma contra un mundo que demanda una estratificación [social] rígida", defiende la crítica de la revista Rolling Stone

Deconstrucción de la identidad sexual

Hay dos pistas que señalan que la identidad sexual y el deseo son una de las piedras de toque de la obra de los Wachowski. Primero, la presencia de Nomi, una mujer transexual atacada por su familia y despreciada incluso en los círculos más feministas, cuya pareja es otra mujer. Segundo, el personaje de Miguel Ángel Silvestre, un actor mexicano que finge ser heterosexual para poder continuar con su carrera, y que, en medio del engaño, acaba viviendo en un trío formado por él, su novio y su falsa novia.

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¿Cuál es la identidad de estos personajes y quién la define, quiénes son sus objetos de deseo? La respuesta se hace más difícil aún cuando los ocho sensates empiezan a compartir también aquello que les excita, dando lugar a confusas escenas en las que, por ejemplo, el policía puede verse a sí mismo besando al novio del actor (con el consiguiente efecto cómico), y que desembocan finalmente en una extraña orgía con tintes espirituales solo posible en una cadena de pago como Netflix.

No es la primera vez que los Wachowski exploran los límites de la identidad sexual y la construcción cultural del deseo. Lo hacían en Cloud Atlas, e incluso apuntaban maneras en Matrix: ¿La chica del vestido rojo no era, finalmente, una forma de accionar un deseo construido culturalmente? El interés de los creadores en este tema ha sido frecuentemente relacionado con la experiencia de Lana Wachowski, anteriormente conocida como Larry, y que completó su proceso de reasignación de género en 2012.

En perspectiva, el discurso que Lana Wachowski dio en la gala de la Human Rights Campaign, que le otorgó ese mismo año el premio a la Visibilidad, da ciertas claves sobre el espíritu de la serie. Entonces los hermanos estaban promocionando Cloud Atlas, y la directora declaró haber sido consciente de "haber hecho una película sobre ese tema: sobre la responsabilidad que los humanos tenemos ante los demás, que nuestras vidas no son enteramente nuestras". Un propósito que parece continuar en Sense8. Una frase le valió entonces los aplausos más enérgicos de la noche: "[Hay que] cuestionar la patología de una sociedad que rechaza tomar conciencia del espectro de género de la misma manera que antes rechazó ver el espectro de la raza o la sexualidad". 

"Si los Wachowski se impusieron la tarea de hacer un show de ciencia ficción que fuera emocionalmente maduro y sexualmente fluido, que se planteara preguntas sobre la fe, el poder y la identidad, entonces deberían darse a sí mismos un positivo". Así de contundentemente cerraba The Guardian su análisis sobre el final de Sense8, la primera serie de los creadores de Matrix (junto a Michael Straczynski), estrenada en la plataforma de streaming Netflix el pasado junio y aún sin fecha de llegada a España. 

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