Antes de
Friedrich antes de Nietzsche, un joven en busca de la pregunta adecuada
Lucha, batalla, introspección, preguntas, duda. Son cinco palabras que podrían describir de forma más o menos satisfactoria la niñez y juventud de Friedrich Wilhem Nietzsche (Rocken, 1844 - Weimar, 1900). Carlos Javier González Serrano, profesor e investigador experto en la figura del filósofo, lo dice mucho mejor: "Nietzsche estuvo siempre en busca no de certezas, sino de la pregunta adecuada". Mucho se ha escrito sobre la figura del pensador alemán, pero no tanto, quizás, sobre su infancia y su primera juventud. "Ya con catorce o quince años reflexionaba sobre cuestiones como la libertad", desliza González Serrano. Nietzsche no solo se preguntaría, entonces, sobre la existencia de un Dios, sino que iría más allá: "Si Dios existe ¿dónde queda mi libertad?". Sin duda, la religión es uno de los temas fundamentales en su pensamiento y, probablemente por cuestiones biográficas, fue el primero que apareció, el primero que despuntó. "La gran lucha del niño Friedrich", subraya el profesor, "fue desligarse del legado religioso protestante de su familia".
Nietzsche sufrió mucho con la muerte de su padre, pastor luterano igual que sus abuelos, a pesar de que solo contaba cuatro años de edad cuando falleció. Debido a todo ese torrente religioso familiar afloró en el pequeño, tan pronto, el dilema religión-libertad. "Su madre incluso quería que él también fuera párroco", completa González Serrano. Así que la batalla, además de en el terreno de las ideas, se libró también en un ring absolutamente práctico: Nietzsche tuvo grandes discusiones con su madre para esquivar lo que el destino parecía haber previsto para él. Cuando logró zafarse del proyectado hábito, el joven se interesó por la filología, pero pronto vio que "aunque esa disciplina le daba un aparato técnico, lo que él necesitaba era un aparato espiritual, emocional y crítico", explica el profesor. Nietzsche quería entender la vida en sí misma. Quería, primero, entender su propia vida, conocerse a sí mismo para, después, hacerse las preguntas adecuadas sobre la vida en un plano más general y, por supuesto, poder explicarla. "Él prácticamente siempre tuvo tantas ansias por adquirir conocimiento, como por explicarlo", concreta el profesor.
Y todo ese saber, todo ese conocimiento, lo adquiría Nietzsche con férrea disciplina. Hay que imaginarse a un adolescente que se levantaba cada día a las cinco de la mañana, con voluntad religiosa, para leer y estudiar. Cuando alcanzó la edad de entrar en el instituto, lo becaron para ingresar en Pforta, uno de los más prestigiosos a los que podía acudir. "Allí", apunta González Serrano, "Nietzsche sería todo un motor intelectual para sus compañeros, fundaría revistas, frecuentaría tertulias y discutiría los temas relevantes de su tiempo". Ahora bien, por mucho que lo más destacado de ese joven Friedrich fuera su dedicación casi completa a los asuntos académicos y que su introspección estuviera muy por encima de la de cualquier chaval de su edad, no dejaba de ser un muchacho que acababa de salir de su Rocken natal y tenía todo por descubrir. "Sabemos que Nietzsche llegó ebrio alguna vez a la residencia y que frecuentaba burdeles", tercia el profesor, que recuerda que en la época era normal que los jóvenes tuvieran de así sus primeros contactos con el sexo.
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Contrarrevolución, élite y guerra
"En clave política, de Nietzsche se ha hecho una interpretación absolutamente errónea, muchas veces en clave nazi". González Serrano explica que fue, en gran parte, su hermana quien tuvo la culpa, habida cuenta de que terminó por casarse con un hombre muy próximo al régimen. De todos modos, tal y como puede leerse en Anti-Nietzsche: la crueldad de lo político (Taugenit, 2020), también sería un error tratar de interpretar el pensamiento nietzscheano desde una perspectiva ajena a la política o a los acontecimiento que lo rodearon. Al poco tiempo de que Nietzsche hubiera accedido a una plaza de catedrático en la Universidad de Basilea, que le fue concedida, incluso, sin haber cursado el doctorado, en sus escritos dejó clara cuál era su postura en cuanto al movimiento revolucionario socialista de la Comuna de París, que estalló en Francia en 1871. Prácticamente lo repugnaba. Ya por aquel entonces, el joven profesor de filosofía tenía una concepción del todo elitista de las clases sociales. "Nietzsche", reza Polo Blanco en el ensayo, "identifica a los socialistas como los «nuevos bárbaros»" y los considera una suerte de "hordas pestilentes que destruirán la cultura europea". También se postuló abiertamente en contra de la democracia.
Así, si AIT, la organización a la que pertenecían Marx y Bakunin y que desembocaría, más tarde, en la Primera Internacional, era la revolución, el pensamiento de Nietzsche era todo lo contrario: la contrarrevolución. Contraponía el pueblo, "que jamás podrá imaginarse como algo noble y elevado", a las élites a las que él mismo pertenecía y con las que se relacionaba prácticamente en exclusividad. También son tiempos en los que se dedicará con fervor a reflexionar sobre la unidad de Alemania y se preocupará por la creación de un sentimiento nacional, en un momento en que el país todavía permanece desintegrado. Ese era el Nietzsche de antes de los treinta años. Fue también por aquel entonces, en 1870, cuando sirvió en la guerra franco-prusiana como sanitario. Para Nietzsche, la guerra es indispensable. Como escribiría después, es "la única capaz de devolver a los pueblos fustigados esa energía de los campos de batalla". Él la experimentó. Estuvo en ella. Incluso, tal y como explicaría después, temió por su vida en muchas ocasiones. Sin embargo, no rezaba a Dios para que lo salvara, como sí hacían sus camaradas, Nietzsche se consagró a Schopenhauer, el que había sido su admirado maestro. Por mucho que andando el tiempo terminara renegando de él, en esa guerra franco-prusiana, como contó él mismo, Nietzsche se ponía tras su caballo, miraba al cielo y rezaba: "Por favor, Schopenhauer, ayúdame".