Una derecha democrática

La preocupación ya vieja sobre los peligros del invierno democrático se ha acentuado de manera contundente con la guerra desatada por Rusia en Ucrania y por el ascenso de formaciones de extrema derecha en las sociedades europeas. ¿Qué respuestas puede dar la civilización democrática en un panorama económico internacional en el que las potencias totalitarias ocupan un lugar muy importante? ¿Cómo evitar la consolidación en Europa de discursos identitarios que son herederos de los antiguos fascismos?

Las situaciones vividas en España en los últimos tiempos nos ayudan a comprender que resulta decisiva la existencia de una derecha democrática. El prestigio de las instituciones políticas es lo que hace posible un contrato social capaz de organizar la convivencia de distintas opciones ideológicas. El ruido de la crispación metódica daña la política tanto como la corrupción. Haber intentado ocultar situaciones de corrupción con un ruido político ensordecedor ha generado una dinámica de brusquedades. La demagogia, el machismo, los fanatismos autoritarios y la mano dura se fueron normalizando de manera peligrosa.

Esta dinámica cuenta, además, con nuevas formas de comunicación capaces de imponer a través de las redes supersticiones que resulta muy difícil combatir con una información veraz. Basar la política en el odio y el sectarismo impertinente de las identidades cerradas supone en el mundo de hoy una amenaza tan inquietante como el armamento nuclear. El odio nuclear se ha impuesto en muchas formas del ser.

Aunque en el ruido mediático reaccionario aparezca mucho la existencia de un radicalismo socialcomunista opuesto a la libertad, los hechos confirman que la izquierda se ha integrado bien en la democracia. Su búsqueda de justicia e igualdad se desarrolla dentro de las instituciones que permiten una democracia social. De ahí que sea también importante la existencia de una derecha democrática capaz de convivir con el respeto institucional y con un reconocimiento de la mínima igualdad necesaria para la permanencia del contrato social.

Ahora se echa de menos la voz de intelectuales de derechas dispuestos a defender un contrato social basado en la libertad, la igualdad y la fraternidad

Una derecha democrática implica no sólo una cuestión de formas, sino también de fondo. Es decisivo superar la crispación, el electoralismo compulsivo, las asociaciones corruptas para el robo organizado, la falta de respeto a la diversidad, el desprecio de la igualdad entre hombres y mujeres… Pero así mismo es importante comprender que las brechas económicas asfixiantes y el empobrecimiento de las mayorías son el mejor abono para la agitación de los nuevos fascismos.

Familias que viven en el umbral de la pobreza, incapaces de sostener las facturas del alquiler, la luz y la lista de la compra, y con derechos cívicos cada vez más deteriorados en lo que se refiere a la educación y la sanidad, pueden ser fácilmente convencidas de que un extranjero supone una amenaza y de que la convivencia respetuosa es una estupidez frente a las seguridades de la mano dura. Los discursos primarios cierran los ojos a la hora de comprender cuáles son las verdaderas causas de la pobreza.

De ahí que sea necesaria una derecha democrática capaz de abrir los ojos para discutir sobre las diferentes opiniones ideológicas, pero también una derecha que ponga límites al desmantelamiento de los servicios públicos y a la extensión, corrupta o no, de una avariciosa economía especulativa que hace insostenible la convivencia. Tiene poca justificación, por ejemplo, en medio de una pandemia y una crisis bélica, obsesionarse con las bajadas de impuestos a los ricos y con desprestigiar las inversiones públicas en ayudas sociales.

La izquierda aprendió hace años que sus ilusiones de justicia social se convierten en un horror en manos del estalinismo cuando se renuncia a la democracia. Vivimos ahora un momento distinto. Es la derecha democrática la que debe tomar conciencia de que va a resultar difícil sostener la libertad si la confundimos con la avaricia corrupta y la ley del más fuerte. Hubo muchos intelectuales de izquierdas capaces de oponerse de manera decisiva al estalinismo. La verdad es que ahora se echa de menos la voz de intelectuales de derechas dispuestos a defender un contrato social basado en la libertad, la igualdad y la fraternidad.

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