Contar la historia por dentro es una de las razones que le dan sentido a la literatura. El deseo de dejar huella o de conservar las huellas de los seres queridos se une a la necesidad de comprender todo lo que cabe en una fecha, una cifra, el nombre famoso de una batalla o las resumidas explicaciones de un acontecimiento. La historia general se encarna en unos ojos, unos oídos y una soledad.  

El viento general pasa del todos nosotros al yo y al tú. He sentido de manera conmovedora esta dinámica al leer por segunda vez Las sacas de Patricio P. Escobal, un libro de valor histórico y personal muy significativo. Acaba de reaparecer gracias a pepitas ed., la destacable editorial riojana, con estudios de María Teresa González de Garay, Pío García y Jesús Vicente Aguirre. Como indica González de Garay, se trata de un clásico de la literatura autobiográfica imprescindible, porque lo normal es que no sobrevivan y no puedan contar su martirio las personas sometidas a determinadas situaciones.

El terror metódico y calculado de los militares golpistas de 1936 extendió la práctica de las sacas. Las patrullas entraban por las noches en los lugares donde habían encerrado a sus detenidos, leían en voz alta una lista de nombres y los sacaban para ejecutarlos. Después de aguardar a que su nombre fuese pronunciado por los labios asesinos, los presos salían con una breve despedida en busca de la muerte o se quedaban en su rincón a la espera de lo que sucediera en la noche siguiente. 

La primera vez que me interesé por la figura de Escobal fue gracias a las memorias de Manuel Fernández-Montesinos, Lo que en nosotros vive (Tusquets, 2008). Hijo del alcalde granadino ejecutado en 1936 y sobrino de Federico García Lorca, Manolo vivió el exilio en Nueva York. Allí conoció a Patricio P. Escobal, amigo de la familia: “un personaje pintoresco entre los pintorescos, riojano a la pata la llana, sin pelillos en la lengua, era ingeniero. Atlético y bien parecido, había simultaneado sus estudios con el fútbol y había llegado a ser capitán de Real Madrid e internacional en 1924”.

El terror metódico y calculado de los militares golpistas extendió la práctica de las sacas. Las patrullas entraban por las noches en los lugares donde habían encerrado a sus detenidos, leían en voz alta una lista de nombres y los sacaban para ejecutarlos

Mis debilidades madridistas y las explicaciones de Manolo sobre cómo había aprendido a hacer el salto inglés, recurso futbolístico conocido hoy con el nombre de chilena, me empujaron a buscar datos sobre Escobal y encontré Las sacas, un libro publicado en el exilio, en 1968, con una primera versión en inglés. No era entonces posible dar a conocer en España la historia del terror nacional. Joven deportista de éxito, mientras estudiaba ingeniería jugó los partidos que inauguraron los estadios de Chamartín en Madrid y Las Gaunas en Logroño, ciudad donde había nacido en 1903. Ingeniero municipal, fue apresado por los golpistas en el viejo Frontón Avenida, iniciando un itinerario de cárceles y celdas en las que convivió con las sacas nocturnas, la enfermedad y las historias personales de muchas víctimas. Su familia consiguió sacarlo de la cárcel y, después de vivir en libertad vigilada en un pueblo del País Vasco, salió al exilio en un barco de nombre Magallanes.

Su libro de memorias está dedicado a las víctimas de la Guerra Civil española. Está escrito sin rencor, pero con la claridad del que nos cuenta lo que no puede ser olvidado. Yo recuerdo a Escobal cada vez que se intentan crear equidistancias o repartir culpas, afirmando que los dos bandos cometieron barbaridades. Puede ser verdad, los seres humanos somos así cuando vivimos situaciones extremas y sin ley. Denunciar los excesos cometidos en nombre de los valores que uno defiende es la única forma de ser leal a esos valores. Pero en los estudios de la Guerra Civil y sus violencias no se pueden repartir daños de forma equilibrada. Los peligros del desorden incontrolado agravan las culpas de los que provocaron esa situación con un golpe militar frente a la autoridad legítima. Y una diferencia más: mientras el Gobierno republicano, con la dificultad de un ejército y una policía durante meses desmantelada, intentó contener la barbarie, el ejército golpista utilizó el terror de forma sistemática, empleando la ferocidad como estrategia de dominio. Y otra cuestión más: terminada la Guerra, la dictadura mantuvo en frío el terror durante 40 años.

Cuando apareció el libro, el novelista Ramón J. Sender escribió una reseña en La opinión de Los Ángeles. El novelista exiliado era también futbolero, seguidor del Bilbao, pero reconoció haber aplaudido el juego de Escobal en Chamartín. Con la misma ecuanimidad, resumió Las sacas: admirable libro que es un ejercicio lúcido de memoria para reconocer el mal en el pasado, deslindarlo en el presente e impedir que sus circunstancias propicias se repitan en el futuro”. 

Después de una entrevista en Nueva York, Escobal le dio su libro a Tico Medina para que se lo llevara a Santiago Bernabéu, un amigo de juventud.

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