José Antonio Cegarra Sánchez

Vivo junto a mi esposa en un pueblecito cerca del Mar Menor. Los campos que rodean nuestras viviendas están llenos de hombres con chalecos reflectantes recogiendo la cosecha de melones. Uno de ellos es Said, nuestro vecino, que se ha traído a su familia de Marruecos, la mujer y dos hijos adolescentes. La casa donde viven alquilados es pequeña, mal ventilada, con escasa luz natural y muy pocas comodidades. La única que se pueden permitir.

Hace unos días me tropecé con la hija y nos saludamos. Solo pudo articular un “hola” porque no ha tenido tiempo de aprender más. Pero sí es capaz de expresarse en francés, un idioma en el que hemos podido comunicarnos y entablar alguna pequeña conversación. Lo que más desea ella, me dijo, es aprender español.

En la puerta de nuestra casa, bajo el pino, hemos montado la clase. Cinco sillas y una mesa de plástico. A las ocho de la tarde una hora de estudio. Hasta que llega el padre después de su jornada laboral. Primero vino ella sola, pero a las siguientes clases también se han incorporado la madre y el hermano. A la niña le encanta pronunciar la palabra “vecinos”.

Les enseñamos conceptos básicos, diálogos, quieren relacionarse con jóvenes de su país, que hay bastantes en la zona, pero también sienten la necesidad de hacerlo con los españoles, de ahí su interés. Y son aplicados, amables, vivos, educados. Acaban de llegar y no se muestran inadaptados a nuestros usos y costumbres. Los suyos son agradecer con una taza de té, unos frutos secos o un cazo con harina, el gesto de sus vecinos. También ofrecer su ayuda cuando trabajamos en el huerto frente a la casa.

Les enseñamos conceptos básicos, diálogos, quieren relacionarse con jóvenes de su país, que hay bastantes en la zona, pero también sienten la necesidad de hacerlo con los españoles, de ahí su interés

Es muy pronto para explicarles conceptos como “remplazo demográfico” o “reemigración”, pero algún día lo escucharán y cuando sepan algo más de nuestro idioma, no comprenderán las razones de quienes así se expresan. Menos aún, cuando estos representantes públicos lanzan sus mensajes subidos a una tribuna, bien vestidos, en lugares climatizados, una aspiración de confort lejana para los chicos extranjeros.

Los ojos de esta niña, de su hermano, de su madre, se iluminan cuando han logrado cierto progreso en su aprendizaje. Esto provoca en nosotros un estímulo, unas ganas de seguir apoyándoles, que contrasta con ese mensaje extraño, abyecto, que pretende atraer el apoyo de una parte de nuestra población.

En el librito La idea de Europa, George Steiner nos retrata como “un bípedo capaz de un sadismo indescriptible, de ferocidad territorial, de todo género de codicia y vulgaridad”. Más adelante, añade que “ese peligroso mamífero también ha generado tres ocupaciones, adicciones o juegos de una dignidad trascendente: la música, las matemáticas y la cavilación especulativa”, donde incluye a la poesía definiéndola como música del pensamiento.

Me quedo con el segundo párrafo, más esperanzador, porque desde hace siglos, esos tres conceptos no han podido ser eliminados de la civilización, pese al sadismo que periódicamente reaparece en ciertas épocas de la historia.

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José Antonio Cegarra Sánchez es socio de infoLibre.

José Antonio Cegarra Sánchez

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