¡La banca siempre gana! Helena Resano
Las palabras, cuando se dicen o se escriben en público, son una forma de acción. Opinar es participar en la vida pública, asumir una forma de responsabilidad. Por eso conviene valorar desde un punto de vista ético no sólo los contenidos de las opiniones, sino también los contextos en los que esas opiniones se mueven. Corresponde al compromiso ético distinguir los aspectos que son prioritarios en una situación de crisis y las cuestiones que, más allá de los contenidos y de su valor, quedan situadas en un segundo plano.
La vida cotidiana es muy pedagógica a la hora de enseñarnos a elegir entre las prioridades y lo segundos planos. No me gusta hacer falsas promesas. Le prometo a mi hija que vamos juntos al cine este domingo por la tarde. Es bueno compartir nuestro tiempo, hablar sobre lo que vemos y pensamos. Pero resulta que su madre se pone enferma por la mañana y la necesidad de estar con ella, de cuidarla, se convierte en una prioridad. Que la promesa del cine quede en un segundo plano, no significa que no tenga valor, que uno renuncie a considerar importante lo que hay dentro de ella. Dejarla en un segundo plano supone comprender que algunas cosas son más urgentes y que es necesario elegir con sensatez entre todo aquello que demanda nuestra atención en el tiempo que marcan los relojes, los despertadores, las noticias, los síntomas, los malestares y los remedios. La salud de una madre es una prioridad.
El compromiso ético necesita saber distinguir los asuntos que entran en conflicto. Desde luego la corrupción de un político es algo despreciable. Ponerse al servicio de los negociantes para tener una ganancia fraudulenta y personal es despreciable y se deben tomar medidas inmediatas. Pero esa gravedad queda en un segundo plano de la discusión cuando no es un político, sino todo un partido el que pone la hacienda de un país y sus leyes al servicio de las grandes fortunas. Así que resulta conveniente criticar la corrupción de cualquiera, pero sin formar parte de la estrategia de las grandes fortunas para poner al ministerio de Hacienda y a las leyes del país a su servicio.
También forma parte de la responsabilidad ética la decisión de pedir la palabra en las discusiones. A veces el silencio es tan triste como los gritos desaforados de la soberbia. Cuando uno opina y asume una acción pública, puede caer en la tentación de la soberbia, en el deseo de llamar la atención, de afirmar el propio ego, de buscar en la revuelta un hueco para los intereses personales. Voces revolucionarias pueden jugar así al servicio de las élites económicas y de sus estrategias políticas. Pero también el silencio es una tentación cuando las dinámicas van en contra y defender las propias opiniones en público puede acarrear aislamientos, insultos en las redes sociales y acusaciones de complicidad. La autorrepresión es una costumbre cada vez más extendida porque las opiniones en público acarrean las antipatías de los que necesitan crispar la realidad para convertir la diversidad en una guerra a muerte. La acción de opinar no sólo granjea antipatías, sino problemas de imagen y dificultades en el trabajo.
Y, como todo se enreda, a veces las críticas que afectan a las tristes situaciones que están en segundo plano sirven de pretexto para guardar silencio y no tomar postura pública en los debates que son prioritarios. Las críticas necesarias al mal comportamiento de algunos estafadores encuadrados en la izquierda pueden derivar en la innecesaria estrategia de guardar silencio en todo lo demás para salvarse de los insultos fieros de la extrema derecha.
Mi manera de pensar me exige una crítica clara contra las actividades corruptas de algunos políticos del PSOE, pero sin participar en la estrategia de acoso y derribo de un gobierno progresista que ha aprobado muchas leyes en defensa de la justicia social
En este artículo no quiero meterme con nadie. Hablo de mí, de los compromisos éticos que brotan en mi mesa de trabajo en medio de esta situación generalizada de crisis y crispación. Mi manera de pensar me compromete a defender la política contra las dinámicas que quieren desprestigiar las instituciones públicas y el ejercicio social de la política y la democracia. Mi manera de pensar me exige una crítica clara contra las actividades corruptas de algunos políticos del PSOE, pero sin participar en la estrategia de acoso y derribo de un gobierno progresista que ha aprobado muchas leyes en defensa de la justicia social. Mi manera de pensarme me obliga a oponerme al desprecio de los derechos humanos, voces que quieren criminalizar con bulos a los migrantes pobres, mientras reciben con los brazos abiertos a migrantes millonarios latinoamericanos dispuestos a invertir mucho dinero en pseudoperiódicos, unos medios sostenidos con el único objetivo de mentir y facilitar la llegada al Gobierno de un partido que baje los impuestos a los ricos y les ayude a ganar dinero con sus inversiones en el negocio de la vivienda.
Mi manera de pensar me impide la comodidad del silencio, aunque haya mil hienas dispuestas a insultar e inventar bulos. Sin remedio, y mientras el mundo empuja al pensamiento neoliberal hacia la extrema derecha, yo sólo soy un poeta rojo partidario de la política, los servicios públicos, las instituciones democráticas y la justicia social.
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