La impunidad de los dictadores

Julián Lobete Pastor

En esta época de auge de dictadores, conviene recordar la impunidad con que suelen cometer sus delitos. En concreto, se recordará en este comentario la impunidad en la que murió el dictador chileno Pinochet, en el 52.º aniversario de su golpe de Estado y la muerte de Salvador Allende, al que una vez más hay que rendir homenaje. 

Nuestra guía para mostrar la impunidad de Pinochet es la obra de Philippe Sands Calle Londres 38, que narra de forma muy completa y detallada todo lo sucedido a raíz de la detención de Pinochet el 16 de octubre de 1998. 

“Cuatro policías se reunieron frente a la habitación 801,en la octava planta de una clínica médica situada en una calle del centro de Londres. Había una intérprete presente y eran las últimas horas de la tarde del viernes… La intérprete le informó a Pinochet en español que estaba detenido y le leyó sus derechos. Ha sido usted acusado de asesinato ,le dijo, por un juez español que desea extraditarle a Madrid para ser juzgado por un genocidio que usted perpetró en Chile, por torturar a personas y hacerlas desaparecer”, relata Sands. 

La orden de detención de Pinochet emitida por el juez Garzón no habría sido posible sin el trabajo paciente y constante de muchos años de Joan Garcés, que fue asesor de Allende y al que el presidente hizo salir de la Moneda al comenzar el bombardeo del palacio presidencial. “Alguien debe contar lo que ha sucedido aquí, y solo usted puede hacerlo”, le dijo el presidente. Garcés no olvidaría aquella orden. 

El relato de Philippe Sands se titula Calle Londres 38, una calle de Santiago de Chile. En el número 38 tenía su sede el Partido Socialista que fue convertido por la dictadura en centro de detención, tortura y asesinatos y por el que pasaron algunas de las personas mencionadas en la obra de nuestro autor. 

En este comentario se va a dar un salto importante en la obra para situarnos al final de la estancia de Pinochet en Londres, no sin recomendar la lectura completa de la misma.  

Una indemnización, una placa y un trato

El gobierno británico pagó a Pinochet 980.000 libras para cubrir los gastos de su estancia en Londres. El Comité de Apelación de la Cámara de los Lores decidió que había que resarcir a Pinochet con fondos públicos por las vistas tenidas ante los tribunales ingleses “ dadas las circunstancias excepcionales del caso”, según narra Sands. Hubo una demanda después de que se fuera, por costas judiciales, aunque causara indignación, manifestó el abogado inglés de Pinochet. Una burla más a la justicia, un dictador asesino indemnizado por un gobierno democrático presidido por Tony Blair. 

La placa que conmemoraba la derrota de la Armada Invencible española en 1588  fue un regalo de Margaret Thatcher. “Una prenda de mi estimación por la gran injusticia que cometieron deteniéndole" le escribió la mandataria británica. Uno de los abogados chilenos del dictador dijo: “ Perfecto, los españoles se lo merecían”. Sin comentarios 

El trato no escrito entre el gobierno chileno y el británico para la salida  indemne de Pinochet hacia Chile fue fraguándose mediante contactos secretos entre ambos gobiernos cuando la presencia del dictador en Londres supuso un problema para los dos. El español dejó hacer. 

Los británicos exigieron dos cuestiones que se revelaron demasiado formales. La declaración de la enfermedad de Pinochet, en el sentido de que no estaba capacitado para afrontar un juicio, y la promesa del gobierno chileno sobre la pérdida de inmunidad del dictador y que este pudiera ser juzgado en Chile a su vuelta. 

La primera cuestión fue muy fácil. El gobierno y el ejército chileno elaboraron unas instrucciones sobre cómo debían comportarse y contestar a los médicos. Encontrar médicos que firmaran un informe positivo para el dictador no debió ser demasiado difícil, aunque ninguno de los médicos que le habían tratado en los quinientos días que Pinochet permaneció en Londres lo hubiera firmado. 

Para convencer a los británicos de que se estaba dispuesto a juzgar a Pinochet, los emisarios chilenos mostraron a los británicos una fotocopia de un documento firmado por el dictador aprobando la actuación de la Caravana de la Muerte, una expedición comandada por el general Arellano que recorrió el norte de Chile cometiendo asesinatos y torturas. Tal documento no ha vuelto a aparecer ni en Inglaterra ni en Chile. 

El director se burla

La salida de Pinochet de Londres se produjo de forma clandestina. No se dio a conocer el itinerario, ni el aeropuerto de salida y la caravana que le condujo cambió de ruta varias veces. 

“El avión llegó a Santiago el 3 de marzo del año 2000, poco antes de las once de la mañana hora local. Una banda militar tocó Erika una marcha alemana de 1938 que gustaba mucho a la Wehrmacht y a las SS y luego Lili Marlene, la canción preferida de Pinochet. Con el bastón entre las piernas, le subieron a un ascensor y lentamente le bajaron al suelo. Sacaron la silla de ruedas a la pista y se detuvieron. Pinochet se levantó con ayuda, dio unos pasos al frente, abrazó al general Izurieta, su sucesor en la jefatura del ejército, y se dirigió a la terminal saludando y sonriendo. La banda tocaba, los seguidores el vitoreaban y Pinochet sonreía encantado”, cuenta Sands. 

Una vez más el dictador se burlaba de los gobiernos, de sus opositores y del mundo. Aunque hay que decir que quienes facilitaron su salida algo así podrían haber imaginado. En cierto sentido fueron cómplices de la burla.  

Pinochet frente a la justicia chilena

Cuando Pinochet regresa de Londres, el juez Juan Guzmán lleva más de dos años investigando el papel del dictador en el asesinato y desaparición de los chilenos. La detención en Londres dio un gran impulso a la investigación, dijo luego el juez Guzmán. “ Cuando regresó a Santiago, el tabú se había roto. Pinochet había dejado de ser intocable.”  

Tres días después de la llegada desde Londres, Guzmán pedía a la Corte de Apelaciones de Santiago que declarase que Pinochet carecía de inmunidad por el delito de secuestro permanente, detención y desaparición de 19 personas. Tres meses después la Corte resuelve por estrecha mayoría que Pinochet no gozaba de inmunidad en el caso de la Caravana de la Muerte.   

Aunque Pinochet recurrió la sentencia, la Corte Suprema confirmó el 8 de agosto de 2000 que no gozaba de inmunidad en virtud de la legislación chilena. 

Para pasar de investigar a acusar, el juez tenía que interrogar a Pinochet sobre los delitos que se le imputaban. El interrogatorio se fijó para el 2 de enero de 2001, pero el dictador no compareció. Finalmente, el interrogatorio se produjo el 24 de enero del mismo año. Después del interrogatorio, Guzmán pasó a un despacho vecino para redactar la declaración, desde el que pudo ver cómo Pinochet se levantaba, iba un poco encorvado, pero caminaba con rapidez y facilidad. Creyendo que no le veían, parecía bastante animado. “Qué mal le han aconsejado”, pensó el juez. “Qué imprudente. Después de lo que se ha dicho de su mala salud , yo veía que era mentira”. 

El 29 de enero de 2000, el juez dictó un nuevo auto de procesamiento y ordenó el arresto domiciliario del dictador, pero cinco meses más tarde y pese a la opinión contraria de algunos médicos chilenos, la Corte de Apelaciones suspendió el juicio de Pinochet, porque su salud era demasiado frágil, según argumentó dicha Corte. Por su parte, la Corte Suprema tardó un año en confirmar la suspensión. 

En 2002, el juez Guzmán estaba seguro de que no había nada que hacer. Pinochet se había librado. Lo mismo pensó el dictador que dimitió de su cargo de senador, según la narración de Philippe Sands en su libro. 

No solo asesino, también malversador y ladrón

“La vida no es lo que parece y Pinochet y sus asesores no se fijaron bien en las consecuencias que la detención en Londres tuvo en otros lugares. Uno de estos lugares fue Washington D.C.” comenta Sands. 

En 2003 un subcomité del senado de Estados Unidos auditó el banco Riggs en el que Manuel Contreras, antiguo director de la represiva Dina, tenía cuentas relacionadas con el asesinato de Orlando Letelier. Un año después, el Subcomité descubrió que Pinochet tenía más de 26 millones de dólares en 125 cuentas que se habían abierto en diferentes bancos estadounidenses para evita controles. 

Los dictadores actuales, Putin, Netanyahu, Trump, entre otros, cometen y cometerán múltiples delitos. Hagamos lo posible para que la muerte no les salve de ser juzgados

En junio de 2005, la Corte de Apelaciones de Santiago falló que Pinochet no gozaba de inmunidad por los delitos financieros cometidos en Chile, que le imputaba la investigación sobre el caso Riggs. Un mes después, los tribunales dictaminaron que tampoco gozaba de inmunidad en el caso del Proyecto Colombo, en el que se le acusaba de dos asesinatos durante el golpe de estado. Siguieron más acusaciones: por asesinatos, torturas y detenciones en Villa Grimaldi; por el asesinato de Eugenio Berrios, el químico que trabajaba con gas sarín en Via Naranja y por el asesinato de dos guardaespaldas del presidente Allende. 

El 25 de noviembre de 2006, Pinochet emitió un comunicado en tono conciliador pero expresando su apoyo a “todos aquellos compañeros de armas que eran encarcelados, perseguidos y represaliados por los crímenes cometidos”. 

Dos semanas después, el 10 de diciembre, sufrió un infarto. Acusado de múltiples delitos, despojado de toda inmunidad, declarado apto para ser juzgado y sometido a arresto domiciliario, fue trasladado al hospital donde falleció”, resume Sands en Calle Londres 38

A pesar de sus múltiples delitos nunca llegó a ser juzgado

Los dictadores actuales, Putin, Netanyahu, Trump, entre otros, cometen y cometerán múltiples delitos. Hagamos lo posible para que la muerte no les salve de ser juzgados y denunciemos a los que harán todo lo posible para que nunca sean juzgados, como  los aprendices de dictadores que nos rodean.  

Agradecer a personas como Philippe Sands, Joan Garcés, jueces y fiscales de todo el mundo, sus esfuerzos para que los crímenes de los dictadores no queden impunes.

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Julián Lobete Pastor es socio de infoLibre.  

Julián Lobete Pastor

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