El aborto desata la furia interna en el PP

En el PP están histéricos con la ocurrencia de sacar a pasear de nuevo el aborto. El propio Feijóo fue uno de los barones que más se opuso internamente a la ley del aborto de Gallardón, que acabó con la carrera política del exministro de Justicia en 2014, abandonado por todo el partido en su cruzada. Por eso celebran ahora que Almeida, que ha sido quien que ha abierto la espita, haya rectificado tan rápido.

El cabreo monumental que ha provocado es palpable entre diputados y altos cargos de Génova. “No será por falta de temas, tenemos la inmigración, la flotilla, tenemos el campo, tenemos los presupuestos, a la familia de Sánchez y decidimos contraprogramarnos con un asunto de los años setenta que está hoy enterrado. Así que dejemos de dar armas al enemigo”, comenta indignado un destacado diputado que lamenta haber dado pie al Gobierno a proponer blindar el derecho al aborto en la Constitución. Un regalo inesperado que el PSOE está encantado de recibir.

Los populares nunca han querido realmente modificar la ley del aborto. Oportunidades hubo de sobra durante los seis años del Gobierno de Rajoy, pero no se atrevieron por la contestación civil y porque las encuestas de entonces mostraban a un 40% de su electorado en contra de tocar un anteproyecto que se aprobó en el Consejo de Ministros pero nunca llegó al Congreso. 

El aborto se ha usado en distintas etapas para contentar al electorado ultraconservador y a los obispos cuando Vox aun no aglutinaba al sector de extrema derecha en sus filas como ahora. También se ha empleado cuando la cosa se ponía fea y había que desviar la atención de algún tema con otro que genera encendidas filias y fobias. Así el asunto espinoso quedaba enterrado por el debate público en torno a los derechos de la mujer. 

Puede ser lógico querer testar qué asuntos resultan cruciales para el electorado de derechas, pero la torpeza del aborto refleja el desconcierto y la falta de una estrategia sólida

En 2025 el aborto no es una prioridad, pero ejemplifica la desesperación y la falta de rumbo que provoca el trasvase de casi un millón de votos del PP a Vox desde las últimas elecciones y la incapacidad para frenarlo. Puede ser lógico querer testar qué asuntos resultan cruciales para el electorado de derechas y aferrarse a ellos para recuperar espacio, pero la torpeza del aborto refleja el desconcierto y la falta de una estrategia sólida. También agranda las grietas en las costuras del partido. 

“En el PP somos conscientes de que nadie aborta por capricho y de que es un derecho ya asumido por la sociedad. Una cosa es que se ayude a los padres a educar a los hijos para evitarles que tengan que pasar por eso y otra es desenterrar fantasmas del pasado”, dice una diputada consciente de que es una metedura de pata importante y de que el Gobierno va a estirar el asunto lo que pueda porque le viene de lujo. 

No hay que descartar que alguien haya calibrado que el aborto les venía bien para desviar el foco de la postura del partido frente al genocidio en Gaza, que tampoco está alineada con una parte de su electorado que lo rechaza abiertamente, al margen de cómo pretendan bautizar la masacre. Tras la intervención del rey y el reconocimiento del Estado palestino por Francia o Reino Unido, entre 150 países, el PP ha tenido que modular su discurso para que no se note demasiado que se están quedando solos en su apoyo a Israel.

Salvarse de la falta de humanidad que han demostrado es mucho más peliagudo porque los intereses que unen al PP desde los tiempos de Aznar con el sionismo no son tan fáciles de romper. 

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