Efecto Cerdán: se hunde el PSOE, cae el PP y se dispara Vox
El análisis independiente de las tablas del primer CIS post-Cerdán nos da una fotografía de los efectos electorales del terremoto que ha sacudido la arena política española en el último mes, a la espera de las réplicas posteriores. Hay que leer estos resultados como lo que son, una muestra en caliente del estado de ánimo de los españoles, realizada entre los días 1 y 7 de julio, y por tanto en plena vorágine informativa. Lo previsible es que en septiembre las cosas sean ya diferentes.
El Partido Popular ha alcanzado la primera posición en las encuestas con 7.600.000 votos, el 30,5% de los válidos y 133 escaños, cuatro menos de los que obtuvo en las últimas elecciones generales. A su derecha, con 4.600.000 votos, viene Vox, con el 18,5% y 67 escaños, lo que nos da una medida: la derecha tiene ya un colchón de seguridad amplio. Juntos se van a los 200 asientos y el PP no podrá gobernar en solitario, salvo que Vox le regale sus diputados.
Por detrás del PP viene el PSOE (24,6%) con 6.100.000 votos, que apenas rescata los 100 escaños, 21 menos de los logrados en julio de 2023, lo que sitúa en números las dimensiones del roto en la izquierda. Desglosamos estos resultados en el cuadro siguiente.
Sánchez necesita mucho más para restaurar la confianza
Los números no mienten. Su valoración se ha desplomado entre el conjunto de españoles, y lo más importante, entre sus propios votantes, del 6,8 de junio al 6,3 de julio (y aun así sigue por encima del tirón de Feijóo entre los suyos, que se queda en 6,2). Si la cara es el espejo del alma, la del presidente de Gobierno en la comparecencia en el Congreso del pasado miércoles 9 era un poema: afilada por la pérdida de peso, el agotamiento y el estrés.
Sin cuestión de confianza en el horizonte, que era una de las pocas salidas que le quedaban a Sánchez para restaurar la confianza de unos socios situados entre la espada y la pared, su comparecencia en el Congreso se convirtió, como era previsible, en un juicio sumarísimo de la derecha, pero no en el viacrucis que podía haber sido si el bloque de investidura se hubiera resquebrajado. Hubo reproches, claro. Sus explicaciones llegan tarde y algunas medidas de su plan anticorrupción sonaron poco creíbles tras siete años gobernando, pero ninguno de sus apoyos imprescindibles le dio la espalda, más allá de advertir de que las cosas podrían cambiar si hay financiación irregular del partido.
El presidente buscaba ganar tiempo y lo consiguió, a sabiendas de que su mejor aliado es la pausa estival y la precipitación del PP, que ya anda repartiéndose puestos en el Gobierno. Volvemos al escenario de “resistir es ganar”. Aunque sea a costa de agotar el depósito de paciencia de la ciudadanía. La mayoría de españoles da por finiquitada la legislatura a la espera de urnas, y sólo la aprobación de presupuestos en otoño podría imprimirle una vida extra. En el punto en el que estamos no puede descartarse nada: ni un desmoronamiento progresivo, como sucedió con Zapatero-Rubalcaba, ni una estabilización en frío si el frente judicial no abre nuevas fugas de agua.
El PSOE se desangra por la izquierda (medio millón de votos), por la derecha (600.000), hacia otros partidos y el voto en blanco (700.000) y hacia la abstención (700.000). Y aunque se ha especulado que el mayor daño lo está sufriendo entre las mujeres, la caída en voto declarado de junio a julio entre ellas (26%) es solo ligeramente superior a la que experimenta entre los hombres (24%), y el apoyo sigue superior entre las primeras que entre los segundos.
Hay pocos precedentes que inviten a pensar en un vuelco de una situación que puede definirse de límite, con algunos problemas que ya estaban presentes antes del escándalo de Koldo, Ábalos y Cerdán. La aritmética, si bien ajustada, venía señalando una mayoría de las derechas en torno a los 180 escaños prácticamente inalterada desde los primeros meses de legislatura. Hoy son 200.
En todo caso, sacar adelante los presupuestos primero, tras un año de parálisis de país, y allanar el camino para la unidad popular a las izquierdas del PSOE, segundo, siguen siendo requisitos imprescindibles para que se dé el mejor de los supuestos para la bancada progresista. Y ambos están hoy lejos de darse. Respecto a la unidad de las izquierdas, que hoy suman 17 escaños que fueron 31 en 2023, este CIS deja algunos aprendizajes. Sumar recupera algo de aire, si no en votos, sí en escaños (de los 10 de junio a los 12 actuales) y Podemos, que ha vuelto al relato de 2015 contra el bipartidismo, sigue sin romper la barrera del 5% y los 5 diputados. La formación morada apenas se beneficia de la fuga masiva de votantes del PSOE, que en principio podía suponer una ventana de oportunidad, lo que limita su recorrido y dibuja un escaso premio si es a costa de la demolición de todo el bloque. Respecto a los presupuestos, amnistía mediante, la pelota sigue estando en el tejado de Junts, y sin presupuestos lo que vendrá es mayor desafección y hartazgo a la izquierda.
El PP, entre la euforia y la preocupación
El PP, sin hacer nada, o pese a hacerlo, está hoy muy cerca de La Moncloa, y si no confunde a sus electores con extraños malabarismos lo roza con la punta de los dedos. En solitario o acompañado, porque el bloque suma gracias a la efervescencia de Vox, que ha roto el cascarón y conquista el 18% de los votos. Palabras mayores.
Cabe preguntarse si el desplazamiento de 600.000 electores del PSOE de julio de 2023 hacia el PP es estructural, y hay dudas razonables porque lo que sucumbe, y lo vemos mes tras mes, es una cultura política que se expresa en una forma patrimonialista de entender lo público (tanto por parte del PSOE como del PP), y que tiene al personal asqueado, con unas tasas de desafección hacia la clase política récord. Que el primer problema de los españoles sea la clase política no es una novedad, pero que sumados gobierno, políticos, partidos y corrupción (37%) vayan camino de triplicar al drama de la vivienda (14%) y de cuatriplicar al paro y los problemas económicos (10%), da pistas de hasta qué punto estamos debilitando nuestra democracia.
Del congreso del Partido Popular hay que significar el portazo táctico, elevado a “compromiso”, de no gobernar con Vox, que pretende ser un punto de inflexión en la legislatura. Feijóo aspira a ocupar un espacio electoral propio que se dimensione a costa de electores del PSOE, aprovechando su desconcierto actual, y para ello ha impuesto un movimiento que será acertado o no en función de la credibilidad que imprima a su posición, hoy en duda.
El peor enemigo del PP es su querencia a autolesionarse. En la misma semana que el PP ha renegado de un pacto con Vox ha sembrado la duda sobre el voto por correo, ha abrazado las palabras de un Aznar que ve a Sánchez en la cárcel y se ha situado en las tesis duras en relación con la inmigración. Se puede estar en una posición o en otra, pero en los dos al mismo tiempo es difícil.
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De un lado está la incoherencia que supone esta pretensión con la política de pactos de sus gobiernos autonómicos, y de otro, la falta de consistencia para llenar de contenido esa posición central, que no se ganará solo desde el reparto de sillones ni desde las alusiones a los prostíbulos del suegro de Sánchez, partícipe a título lucrativo del abominable negocio de la prostitución. El ataque personal puede ser un reflejo más del estado de nervios de quien ve a Vox cada vez más cerca.
Si la transferencia origen PSOE al PP se consolida (hoy está en el 6%) daría forma a un escenario de transformación hegemónico del PP por la falla sistémica de los socialistas, como ya sucediera a finales de 2010. Por el contrario, si tras el verano vuelve a valores por debajo del 5% el PP corre el riesgo de quedarse en tierra de nadie, sin los pretendidos votos del PSOE y enviando capazos a Vox, que hoy tienen más motivos que ayer para atacar al PP. Los populares no dudan en alimentar la desafección para beneficio propio, y con ello al monstruo que le viene devorando por la derecha. En la actualidad un 1.200.000 votantes del PP en 2023 optarían por Vox.
La fórmula enunciada en el congreso popular podría traducirse en parecerse a Vox (para ganar sus votos) sin pactar con Vox (para ganar los del PSOE), y si van por ahí el camino será pedregoso porque en el terreno de la impugnación frente al sistema la derecha extrema ejerce de macho alfa, como acabamos de comprobar una vez más con su nuevo envite al plantear abiertamente un proceso de expulsión masiva de inmigrantes, siguiendo los pasos de Trump en Estados Unidos. Feijóo tiene números ahora mismo para armar una posición diferencial real que no se quede en lo táctico, esa que prometía cuando aterrizó en la arena madrileña. Otra cosa es que vaya a hacerlo.