ANIVERSARIO 29-O

Un año después de la dana, los valencianos blindan sus casas para resistir a la siguiente: "No nos vamos"

Varias personas hacen una cadena humana para homenajear a las víctimas de la dana, en la Rambla del Poyo, a 26 de octubre de 2025, en Paiporta, Valencia.

Las viviendas a pie de calle se convirtieron en una trampa mortal durante la dana de cuyo paso se cumple ahora un año. Una decena de municipios pasó días en lo que se parecía mucho a un escenario de guerra. Más de 300.000 personas se vieron afectadas por la riada y son plenamente conscientes de que se juegan la vida quedándose en esas zonas, pero nadie quiere marcharse. Unos nacieron aquí, otros llegaron por trabajo o por amor, pero muchos vinieron por necesidad, atraídos por unas viviendas asequibles situadas a 10 minutos en coche del centro de València. Ya sea por apego o porque es imposible encontrar algo parecido al mismo precio, los vecinos están decididos a quedarse y este año se han dedicado a blindar sus casas para la próxima tormenta, que llegará más pronto que tarde.

Rubén Barrera se compró una casa a un par de calles del barranco de la Saleta hace apenas dos años. Un apartamento grande donde criar a su hijo recién nacido con una terraza para cenar en verano. Mucho más de lo que podía permitirse en la capital. El inconveniente es que tenía que conformarse con un bajo en Aldaia –una ciudad dormitorio–, de ahí el precio de saldo, pero con el dinero sobrante pudo reformarla a su gusto. Sin embargo, el 29 de octubre del año pasado, una ola de lodo entró en la casa, obligo a la pareja y a su niño a escalar hasta la planta de arriba para evitar ahogarse. “Ocurrió todo en segundos. Fui a por cinta americana para sellar la puerta y el agua la reventó. Nos salvó una escalera de pintor que teníamos en la terraza”.

Pese al susto de ese día y el dineral que se han gastado en volver a adecentar la casa –“por ahora, más de 30.000 euros”– , la dana no le ha echado de allí. De las personas que participan en este reportaje, es el único que se ha planteado irse, pero finalmente ha decidido reforzar la puerta y atrincherarse allí en los meses de lluvia. “Le hemos dado muchas vueltas, pero por ahora vamos a quedarnos. Por una parte está el apego, pero sobre todo es que no podríamos tener una casa así en otro sitio”, afirma Barrera. Una razón de peso podría ser que la casa ha perdido valor, pero no ha pasado. “Te sorprendería, pero nos la quitarían de las manos. Mucha gente está comprando pisos tras la dana, incluso bajos”, añade.

Un paseo por Alfafar, Benetússer o Catarroja evidencia que muchos más han optado por quedarse pese a que aquella fatídica tarde decenas de familias quedaron atrapadas en plantas bajas. Casi un centenar de cuerpos (de 229) se encontraron en el interior de garajes y domicilios. Algunos fueron arrastrados a los bajos por la riada, pero algunos valencianos fueron sorprendidos sacando el coche o en su propio salón.

Paco, un vecino de Benetúser que llegó de La Mancha hace 56 años, relata como “un tsunami” chocó contra su coche cuando intentaba sacarlo del parking. Al salir de su casa todavía había una pequeña lámina de agua en la calle, pero una ola le pilló desprevenido a él y a siete vecinos más que fueron a lo mismo. Paco consiguió escapar por la ventanilla porque su coche se quedó atrapado en una esquina. Le abrieron un portal y allí se quedó hasta la madrugada, sin que su mujer tuviese noticias de él durante horas, pero no todos tuvieron la misma suerte y tres personas de ese grupo no pudieron salir de los garajes. “Para mí que se quisieron ayudar entre ellos y se fueron juntos”. “La vida sigue, pero yo hoy estoy mucho peor que entonces”, cuenta mientras pasea junto al portal en el que se refugió. En todo caso, ni él ni ninguno de sus amigos que le acompañan se plantea mudarse. "No nos vamos a ir porque aquí ha llovido siempre y hemos salido adelante. No sé qué pasó ese día, pero no creo que se repita", subraya.

Los hidrólogos y expertos en cambio climático advierten, sin embargo, de que hay que hacer una revisión profunda del urbanismo en la provincia de Valencia porque la dana del año pasado podría repetirse en cualquier momento si se vuelven a dar las condiciones. Es cierto que los registros de lluvia y de caudales de ese día alcanzaron una potencia inimaginable, que debería ocurrir tan solo una vez cada 2.000 años –sobre el papel–, pero el calentamiento del Mediterráneo convierte la atmósfera en imprevisible. Salvador Lara, decano del Colegio Oficial de Arquitectos de la Comunidad Valenciana, reconocía la semana pasada a infoLibre que hay que sentarse urgentemente a revisar dónde se puede vivir y dónde no.

Muchos valencianos creen sin embargo que no volverá a llover así en mucho tiempo, aunque al mismo tiempo se apresuran a proteger sus casas por lo que pueda pasar. Junto a la estación de renfe Benetússer-Alfafar vive Ana Escuder, en un lugar que ese día fue especialmente crítico. El muro de hormigón que protegía las vías hizo de dique y el barrio se convirtió en una piscina de metro y medio de altura. Finalmente, la pared reventó, salvando a los vecinos de Benetússer, pero condenando a Alfafar, el municipio que está al otro lado de las vías y donde el lodo entró en estampida.

La experiencia fue traumática, pero Escuder no solo se va a quedar, sino que ha comprado un bajo para que viva allí su madre, demasiado mayor para subir escaleras. “Antes estaba en mi casa, pero no veía la luz del sol. Ahora al menos puede salir, y si hay aviso por lluvias nos la subimos arriba como sea, pero no tenemos otra opción”, confiesa. Eso sí, ha sellado el nuevo apartamento con todo lo que ha podido: un escalón de 30 centímetros y una puerta blindada con raíles en el marco para poder poner y quitar unas planchas de acero que aguanten la embestida del agua. “También hemos construido la ventana a 1,5 metros, por donde llegó el agua, y le hemos puesto una cerradura por si hay que salir por ahí”, añade.

Parece una distopía reformar una casa pensando en estas cosas, comenta con sus vecinos, pero esa es la nueva normalidad. En la conversación participa también Rubén Coronado, presidente de la Asociación de Vecinos de la Estación de Benetússer, un pequeño grupo que ha crecido a raíz del abandono que ha sufrido su barrio tras la dana. Se quejan de que el Ayuntamiento se ha olvidado del margen derecho del municipio, una zona de bajo poder adquisitivo y uno de los puntos con mayor densidad de población de España. Como en muchos lugares del sur de València ciudad, el polvo todavía se acumula en las esquinas, pero aquí las alcantarillas continúan completamente atascadas y hay varias naves abandonadas medio derruidas que en cualquier momento pueden venirse abajo.

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Aun así, Coronado coincide con sus otros paisanos en que incluso en su barrio, abandonado por la Administración, hay gente interesada en mudarse. “Cuando pasó la dana un amigo me dijo que al menos ahora podría comprarse una casa e independizarse. Pero ni así. Desde entonces las casas no han parado de subir”, afirma.

En general, el paisaje de los municipios de l’Horta Sud un año después es el de una recuperación a cámara lenta. Las familias que tenían ahorros han podido pintar sus casas, comprar muebles y cambiar puertas y ventanas, pero es habitual encontrarse todavía portales prácticamente intactos desde aquel día, con barro es las escaleras y una línea marrón a dos metros de altura que marca el nivel que alcanzó el agua. Algunos locales han reabierto, pero se estima que alrededor del 10% de los negocios cerraron para siempre. Muchos de los garajes también permanecen clausurados, generando problemas de aparcamiento en los municipios, y es común encontrarse coches sobre las aceras o en parkings improvisados en descampados.

Otro problema muy grave, que todavía persiste, son los ascensores rotos, porque han dejado incomunicados a personas mayores que ya no salen a la calle. “Mi vecina del cuarto lleva sin salir a la calle prácticamente un año, salvo una vez que la ayudó la Policía para ir al médico”, relata Ascensión Valverde, desde el centro de mayores de Alfafar. “A Eugenio le pasó lo mismo. Se le murió el hijo intentando salvar a una y el padre se quedó con tal depresión que perdió la movilidad y no ha vuelto a salir”, recuerda otro de los jubilados.

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