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Atilano Coco, el amigo 'olvidado' de Unamuno

Ángel Lozano Heras

A principios de octubre de 1936, en plena Guerra Civil española, Unamuno visitó a Franco en su cuartel general de Salamanca (actual Palacio Episcopal) para suplicar inútilmente clemencia para sus amigos presos, entre los que estaba Atilano Coco. Nacido en Guarrate (Zamora), fue este un pastor evangélico y miembro de Unión Republicana en esa época, que ejerció en la capital charra. O sea, protestante, maestro, republicano y masón de la Logia Helmántica como parte del Grande Oriente Español. Con este currículum, Atilano Coco tenía todas las papeletas para acabar aniquilado por los golpistas fascistas del general Franco. Y quizás su gran amistad con Unamuno complicó más su situación carcelaria a partir del 12 de octubre, cuando este protagonizó el celebre encontronazo con Millán-Astray.

Las notas que tomó Unamuno durante aquel acto en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca las escribirá, precisamente, en el reverso de la carta desesperada de la mujer de Coco, Enriqueta, pidiéndole ayuda, y que guardaba en su chaqueta. Esas notas fueron la base del alegato contra la barbarie fascista en el Paraninfo, que ha pasado a la historia. Son uno de los más preciados tesoros que se custodian en la Casa Museo del escritor vasco-castellano en la USAL.

Atilano, y su caso, es clave para entender lo ocurrido aquel 12 de octubre. Y fue también fundamental para la progresiva desafección de Unamuno con “las atrocidades y métodos represores y poco cristianos de los insurgentes”.

Este hecho influirá en el cambio de rumbo político de Unamuno, quien en un principio había avalado a los sublevados al creer que lo hacían “a favor de una rectificación de la República" para corregir los excesos revolucionarios del Frente Popular, que se había entregado al empuje radical anarco-comunista.

Durante todo el tiempo que Atilano Coco permaneció en prisión (unos cuatro meses) nunca fue acusado formalmente de nada, pero en su detención fue determinante el hecho de ser progresista y masón.

Finalmente, el reverendo Atilano Coco fue fusilado por el bando rebelde en la madrugada del 9 de noviembre de 1936. De la prisión provincial de Salamanca, fue sacado por orden del comandante militar, máxima autoridad de los rebeldes en la guerra. Oficialmente esa orden gubernativa era la de "puesta en libertad", según se le dijo a familiares y al propio Unamuno (y así consta en documento legal). Pero en realidad fue paseado, en una de las cientos de sacas de la prisión al monte de La Orbada, en la carretera de Salamanca a Valladolid, y ajusticiado sin formación de causa judicial. Esta era una práctica habitual adoptada por falangistas y miembros de la paramilitar Guardia Cívica con la anuencia de los guardias civiles que custodiaban la cárcel.

Se desconocía la situación de su enterramiento. El presbítero evangelista sigue siendo además un desaparecido y un olvidado. Nadie sabe dónde está la tumba del amigo de Unamuno. Como tantísimos ciudadanos españoles (unos 150.000) que continúan arrojados en fosas comunes y en cunetas repartidas por todo el país. Gente de bien, que por ser solo republicanos o haber tenido algún cargo en la República, fueron fusilados extrajudicialmente por las tropas franquistas. Y otros miles con juicios apañados y amañados.

Últimamente, unas investigaciones de la asociaciones Salamanca Memoria y Justicia y de la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH), señalan –con bastante probabilidad– que se encuentre en una fosa común de El Cubo del Vino (Zamora) junto a cinco represaliados más. En el próximo verano de 2021, con orden judicial, serán exhumados –en el lugar señalado– los restos de Atilano y de las otras cinco víctimas del franquismo: Dionisio Báncora Bravo, antiguo maître del casino de la ciudad charra. También dos jornaleros de Cantalapiedra, Cosme Francisco García Cívicos y Bienvenido González González. Asimismo, habría un pintor de Béjar, Andrés Pérez Corrales. Por último, se espera hallar a un comerciante natural de Ciudad Rodrigo, Eladio Rivera Huertas. ¡Ojalá sus ADN coincidan y tengan una digna sepultura y la Justicia humana e histórica que merecen!

“Claro que hubo una persecución religiosa [...]. Y fue terrible”, afirma el obispo anglicano de la Iglesia Reformada en España, Carlos López Lozano. Todo era justificable en pos de la Cruzada de Liberación del nacionalcatolicismo contra el comunismo y la masonería. “Y en ese escenario de primera violencia extrema, represión sanguinaria y persecución religiosa, resultó detenido y luego eliminado Atilano Coco por un grupo de paramilitares facciosos”.

"Han asesinado a dos catedráticos de Universidad uno de ellos discípulo mío y a otros. Últimamente también al pastor protestante (Atilano Coco), por masón y amigo mío. A mí no me han asesinado todavía esas bestias al servicio del monstruo" (Epistolario inédito II de Unamuno (1915-1936). Laureano Robles, Espasa Calpe).

“Nunca pude creer que la inmunda falanjería –hija, en gran parte, del miedo servil de los cuitados– pudiese llegar a tanta abyección y no quiero seguir [...]” (Cartas inéditas de Unamuno. O. C. Laureano Robles).

El anciano intelectual, cansado y desbordado por los acontecimientos de la guerra incivil, moriría pocos días después de escribir esa carta, en la tarde del 31 de diciembre. Y lo hacía en circunstancias, hoy más que confirmadas, muy sospechosas y con irregularidades en los trámites judiciales y sanitarios de su fallecimiento y entierro.

Nos ha llegado de esos momentos un relato histórico –mito– creado por la Falange de entonces. Y es que así lo diseñaron miembros del falangismo más intelectualoide para atraer a su causa la figura del filósofo y escritor vasco-castellano. Fue una estrategia bien perpetrada, desarrollada y escenificada por el departamento de Prensa y Propaganda de Franco (repleto de periodistas y escritores falangistas, y afines a Millán Astray).

Unamuno quedó en tierra de nadie; murió del mal de España, con el ninguneo de los que él denominó los hunos y los hotroshunoshotros.

Ángel Lozano Heras es socio de infoLibre

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