Librepensadores
Búscate la vida
Hace unos días que fui al hospital que me corresponde. Era el primer día que funcionaban las máquinas que han puesto para atender a los usuariosatender. Introduces tu tarjeta sanitaria y te dan un papelito con un código de letras y cifras. En la sala de espera -vacía casi, al igual que pasillos y resto del hospital- había una pantalla con los códigos que se correspondían con los que te asigna la máquina en cuestión. No funcionaba bien y tenían que ser las profesionales que allí trabajaban quienes gestionaban la visita al especialista, mientras algunas personas mayores miraban la pantalla más perdidas que Amudsen en el Polo Norte.
En el ambulatorio de mi localidad se continúa -por mor de la pandemia- sin poder ver personalmente tu médico de familia. El modus operandi es el siguiente: llamas por teléfono (varias decenas de veces, durante toda la mañana hasta que te cogen el teléfono… no siempre eso sucede), te contesta una persona y si le dices que quieres una consulta con tu médico de familia, te pregunta: “¿Qué le pasa?”. Unas horas después te llama un médico y te escucha y receta por teléfono. Descubro que la persona que te coge el teléfono es una auxiliar administrativa, que no tiene por qué preguntarte -es algo privado entre tu médico y tú- qué te pasa.
Tu médico de familia -no siempre, a veces es otro profesional al que no conoces: tres distintos en mis últimas llamadas-, no te ausculta, no te ve… te puede recetar ir al psiquiatra cuando le has pedido una interconsulta con el urólogo (caso real que no pongo en duda). Te receta una pomada contra las hemorroides cuando quizá pueda ser otra dolencia más grave y sangrante (otro hecho real constatado).
La oficina de la Seguridad Social ya no recibe a los usuarios. En la puerta han colocado un papel con una dirección de internet para regular -si procede- las visitas a las oficinas. Algo muy útil para las personas mayores -muchas- que viven en los pequeños pueblos y aldeas de Asturias y que no saben utilizar un ordenador. Un trabajador del centro me comenta que, en el futuro, va a ser así la atención al público.
Para pasar la ITV del vehículo fui a la “Estación del Oriente de Guadamía”. No me atendieron. Había un señor a la puerta que decía a los que allí llegábamos que entraras en la Red para solicitar fecha para la revisión.
La tienda de telefonía móvil del pueblo tampoco está operativa desde que comenzó, en marzo, la fase de confinamiento. Hay una dirección de internet en su puerta para informarse.
Hace años que no me envían la nómina por correo ordinario. En el hospital me comenta una vecina que lleva un mes sin poder descargar su nómina porque hay no sé qué problema informático.
La Caja Rural ya ha comunicado a sus clientes que dentro de un mes y medio no se enviarán en papel algunas -o todas, no recuerdo- notificaciones, movimientos de tu cuenta. Lo harán a través de la Red.
Hay más… pero no quiero saturarles. El futuro pasa por la Red. No parece que, desde el advenimiento a nuestro mundo y nuestras vidas, del becerro de oro (la tecnología digital), todo funcione mejor, seamos más felices, la sociedad sea más igualitaria, se haya eliminado la pobreza, la destrucción de nuestro medio ambiente, seamos más sabios, comunicativos… y un muy largo etcétera.
Esta carta no es contra la tecnología digital… no, la he escrito con mi ordenador que he de utilizar muy a menudo. Es un temor a que, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, y que la ciudadanía está asustada por la pandemia, se aproveche para devaluar -o hacer desaparecer- la atención al público, sobre todo me preocupan las personas mayores -mayores de 55/60 años- y se sustituya todo por ese Gran Hermano en que se está convirtiendo: la Red, la tecnología digital, la gestión informática de todo.
“La nube". Esa nube en la que están colgados millones de enganchados a internet y las tecnologías digitales y que, cuando se caigan de la nube/el guindo, se van a encontrar en una sociedad que no comprenden, perdidos, sin saber hacer nada sin no hay cobertura de WiFi o se han quedado sin batería en el móvil. Sociedad donde ya no existe el trato humano, la calidez de la voz del empleado público que te informa, ayuda, asesora. Es cada vez más frecuente encontrar un letrero -ya que han desaparecido los empleados- en el que se indica la dirección electrónica donde puedes: navegar y naufragar, encontrar y perderte, cagarte en su… eso. Mientras tanto, miles de trabajadores en paro porque se les ha sustituido por el becerro de oro. Nuestros jóvenes pasando gran parte de su día sentados sobre una silla, en la que cada vez sobresale más el culo gordo que se va ensanchando, mientras sobre la mesa del ordenador se amontonan los plásticos de las chuches y guarrindonguerías devoradas y que disparan los niveles de colesterol, triglicéridos e incomprensión de lo que sucede más allá de tu ordenador, en esa cosa que podríamos denominar “la vida real”, que muchas veces entra en contradicción y/o conflicto con “la virtual”.
Hay una expresión que descubrí cuando me tocó hacer el servicio militar.
Al encontrarme con reclutas de toda España escuché por primera vez aquello de “búscate la vida”. Me sorprendió el obtuso y grosero palabro/expresión que no comprendía, pues en mi tierra natal no existía.
Pues, señores… ahora vivimos tiempos de zozobra por el virus SARS-CoV-2. Y este nos ha caído encima cuando gran parte de la población estábamos sufriendo la pandemia y un parto, que es el de un nuevo lenguaje, una nueva forma de comunicarnos, demasiadas veces de incomunicarnos… sentados en una terraza, bar, espacio público, cada uno tecleando su teléfono móvil y sin cruzar palabra con el amigo o familiar que tenemos al lado.
Ahora nuestras Administraciones Públicas -y muchas empresas- están despidiendo trabajadores al mismo tiempo que nos arrojan a todos al saco/totum revolutum de “la nube”, “la Red”. “Entre en esa dirección de internet” nos dicen, falta añadir: “Búsquese usted la vida”.
Francisco Lozano Sanz es socio de infoLibre