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Chequeo al alumbrado público de Madrid

Felipe Domingo

Con motivo del Real Decreto-Ley aprobado por el Gobierno y convalidado por el Parlamento para ahorrar energía, he recorrido, cual caballero andante, varias calles de Madrid para ratificar o no mis sospechas sobre el alumbrado público de la ciudad. Mi intención, pues, no es denunciar si se cumple o no el apagado de los escaparates y su influencia en el ajetreo siempre risueño de los madrileños y turistas en las noches de este verano caluroso en Madrid, o si pierde alegría y entra en tristeza, al decir de Ayuso. 

Mi opinión es que el alumbrado público de Madrid es muy ineficiente. Se comprobaría mejor si se cumpliera a rajatabla el decreto del Gobierno y se apagaran todos los escaparates y luminosos de los musicales en la Gran Vía, como referencia relevante, cosa que no ocurre. 

¿Por qué es muy ineficiente el alumbrado público en Madrid? Por excesivo, a la vez que escaso, lo que no es una contradicción in terminis. Madrid tiene muchas luminarias, pero poca luminosidad en el suelo. 

Como en semáforos, Madrid cuenta con más farolas públicas que cada una de las ciudades del mundo. En proporción a sus habitantes, seguro. Pero el número ingente de ellas derrocha mucha energía, aunque hayan cambiado las bombillas a lámparas LED y la abundancia no se traduce en más luminosidad en el suelo. Se debe a dos factores: las luminarias están colocadas en postes muy altos y están mal colocadas.

Con ocasión del ensanchamiento de las aceras de la Gran Vía y la colocación de nuevas farolas, así como con la reforma de la Plaza de España y la peatonalización de los 100.000 mts2 desde el Palacio de Oriente al templo de Debod, ya tuve oportunidad de criticar las exageradas luminarias colocadas en estos espacios, proyectados por Manuela Carmena, aunque, al pasear en estos días, encontré apagadas las altas. Estupenda decisión. Colocar postes para las luminarias entre 10 y 15 metros de altura es convertir a las calles de las ciudades, en este caso a las de Madrid, en autovías, cuando en las autovías ya está desapareciendo ese alumbrado clásico y antiguo por otro más eficiente y menos derrochador, a ras de suelo, que solo se enciende cuando detecta la cercanía de vehículos.

 El esfuerzo que tienen que hacer esas lámparas para iluminar el suelo es mayor que si no sobrepasaran los 3-4 metros, altura a la que estaban las antiguas farolas a gas. Junto a esas farolas que permanecen en barrios, como Chamberí, antes se hacía vida, ahora las farolas no nos pertenecen, son extrañas. Las lámparas LED necesitan más potencia en lúmenes con esa altura. Aun con la rapidez de la luz, la distancia acorta o aleja nuestra visión. A qué distancia estarán algunas estrellas que su luz no ha llegado todavía a la Tierra. ¡Para situar en alguna galaxia a aquellos seres humanos que han ascendido en cuerpo y alma al cielo!

¿Por qué es muy ineficiente el alumbrado público en Madrid? Por excesivo, a la vez que escaso, lo que no es una contradicción in terminis. Madrid tiene muchas luminarias, pero poca luminosidad en el suelo

En Madrid la altura de las farolas viene de lejos. Ruiz-Gallardón las colocó así cuando ensanchó las aceras de la calle Fuencarral en el tramo que va de la glorieta de Bilbao a la de Quevedo, e hizo lo mismo en la calle de Serrano, con otro diseño y, además, con dos focos a la calle. No modificó la altura de las farolas que están instaladas en la mayoría de las calles de Madrid, como, por ejemplo, los antiguos bulevares, Bravo Murillo, Goya, Diego de León, Génova, etc. En las aceras de la plaza de José Zorrilla se colocaron hace cuatro años unos postes que sostienen las luminarias que alcanzan el quinto piso de los edificios. En tiempos de Gallardón, o puede que en los de Álvarez del Manzano, se acordó con Greenpeace sustituir los bombos que en muchas calles llevan adosados las farolas para alumbrar las aceras. Siguen a cientos. Son ineficientes, derrochan energía y contaminan. Sus brazos, como los de las farolas, debían estar invertidos, proyectando la luz al suelo. Y ¡maldita sea!, ahora está ocurriendo con José Luis Martínez-Almeida

 En la reforma de la Puerta del Sol, lo primero que han colocado son las farolas y luminarias: cuatro postes robustos de hierro con luminarias de cuatro brazos en el interior de la plaza, brazos demasiado altos, que rompen la simetría con las doce o catorce farolas, más bajas y de dos brazos que, alineadas, a modo de candilejas, recorren la acera de la fachada del edificio de la Presidencia de la Comunidad. Eso sí, con los brazos invertidos, pero con escaso sombrero o tulipas en las lámparas, por lo que quedan al descubierto. La Puerta del Sol derrochará energía, si no se apagan, cuando en otoño e invierno, salvando las navidades, será una plaza muerta a las once, al estar cerrada al tráfico. Ocurre igual en las plazas de Olavide, Chamberí y Valle de Suchil, entre otras muchas. A la entrada de la calle Princesa donde hay una placita de 700 mts2 con el nombre de calle Sta María Micaela, tierra de los madrileños (McDonald, Burger King, 100 Montaditos y un Vips) alumbran la plaza 7 farolas con cuatro luminarias cada una. Opositores avispados pueden preparar ahí los temas para la Abogacía del Estado, sin gastar luz en sus casas, los peores políticos son los abogados del Estado, según un amigo mío.

Además de la ineficiencia por la altura de las luminarias, están mal colocadas. Se mezclan e interfieren con el arbolado, en gran número, aumentando la ineficiencia, al no bajar suficiente luminosidad al suelo. Dañan el arbolado de Madrid, ya muy dañado por mala poda. También los árboles tienen derecho al descanso, como los gorriones, que, muy listos, se agrupan en los árboles sin luz. Para los árboles no existe la noche. Viven un sol de medianoche o día polar permanente. Si pudieran quejarse, dirían al unísono: “pase de nosotros este cáliz. “En la calle de Hortaleza, en la que no caben farolas en el suelo, los brazos de luz están instalados a la altura de la tercera planta, en bloques de cuatro alturas, lo que puede interferir el sueño de esos vecinos. Esto es muy común. De la calle Larios de Málaga, dominio de Francisco de la Torre desde hace años, salí espantado hace cinco años. A las potentes luces de los escaparates, se unían farolas en el suelo y, además, unos brazos de luminarias entre el segundo y tercer piso de los cuatro que tienen los edificios. Pero algunos alcaldes/as, ¡cómo no!, también Abel Caballero, se prefieren muertos antes que sencillos.

Recorriendo la Avda. de la Albufera, en Vallecas, la calle de Alcalá, en el tramo de Quintana a Pueblo Nuevo, y la calle de Bravo Murillo, en el tramo que va de Cuatro Caminos a la Plaza de Castilla, todos de mucho comercio pequeño, con los escaparates, casi todos apagados, he encontrado las mismas deficiencias, si cabe, más agravadas. Los comerciantes de estos barrios, como de otros, no son tontos. Saben que, a la diez de la noche, sus vecinos, pues por allí no pasean los turistas, tienen prisa por llegar a casa para cenar, ver un poco la TV y no se entretienen mirando los escaparates para comparar el precio de la olla exprés, la minipimer o el microondas. Conocen de sobra sus tiendas y sus precios y a sus dueños lo que les interesa es ahorrar luz y pagar menos por ella. Y que sus barrios no estén abandonados y sucios. Esto depende también de Almeida y Ayuso, que confunden la parte por el todo, a sabiendas, y quieren confundirnos a los madrileños, para ver si chinchamos al Gobierno, como hacen ellos.

 

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Felipe Domingo es socio de infoLibre

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