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Colegio Público Hernán Cortés, curso del 86

Diego Castrejón

Castilleja de la Cuesta es un pueblo que está a poco más de seis kilómetros de Sevilla. Su silueta se puede ver desde Triana encaramada en la cornisa del Aljarafe. Es un pueblo ni pobre ni rico, ni bonito ni feo, tiene una plaza con su iglesia, la calle Real con la otra iglesia. Las calles del centro en estos días de llegada del verano de verdad a Andalucía están medio vacías a partir de las once de la mañana. Castilleja tiene un barrio del que nunca se sintió orgullosa: la Nueva Sevilla, la periferia de la periferia. En la Nueva Sevilla nos juntamos, a principios de los setenta, familias obreras.  A la Nueva Sevilla le azotó la droga en los ochenta como a todos los barrios obreros de este país. Mi barrio tiene cicatrices que dibujan el mapa de la dignidad de la vida ganada a la vida.

En Castilleja hay pocas cosas de las que sentirse orgulloso, tampoco hay nada que nos haga no sentirnos orgullosos. En la atonía monótona del pasar de la vida presumimos de las tortas de aceite de Andrés Gaviño y de Inés Rosales, de Margarita Cansino, conocida por el mundo por Rita Hayworth y de que en Castilleja murió Hernán Cortés. Por eso, al primer colegio público que hubo en la Nueva Sevilla le pusieron su nombre. Al otro León Felipe, ahora me doy cuenta de que los dos estuvieron en México, pero de maneras muy diferentes.

Macarena Olona, la candidata a la presidencia de la Junta de Andalucía por los neofranquistas de VOX hizo, en el último debate electoral, un alegato contra la educación sexual en las escuelas públicas. El desconocimiento en este ámbito es un arma extremadamente violenta dirigida a la sumisión de las escalas más débiles de los sustratos sobre los que el nacionalcatolicismo de nuevo cuño pretende dibujar los mapas sociales de la España que viene. La falta de educación sexual ha permitido décadas de violaciones en instituciones de enseñanza gestionadas por la iglesia, dónde, a diario se ha violado a niños y niñas de este país. La falta de educación sexual sitúa en una posición de peligro de manera clara a las niñas y a las adolescentes ante las actitudes violentas y machistas principalmente desplegadas por los chicos que tienen en el porno su principal espacio de acercamiento al sexo.

Cuando yo tenía 12 años, a mi colegio de periferia llegó una sexóloga a darnos las primeras clases de sexualidad con las que se empezaba a abordar el tema en la educación pública. Nuestra tutora era una tía moderna, se quedaba en las clases para acallar las risas estúpidas de preadolescentes hormonalmente desquiciados. A los 12 años yo aprendí que a “hacerlo” se le decía coito, que en las tetas había algo que se llamaba aureola, que habíamos puesto más atención en nuestras pollas, de las que sabíamos más sinónimos, que en los coños de las chicas de los que no había tantos. Aprendí que en las relaciones heterosexuales el hombre introducía su pene a la mujer por la vagina; En esas clases de sexualidad en mi cole de periferia me di cuenta de que, a mí, me habían estado violando.

Darme cuenta de eso condiciona por completo mi vida. Hoy, con 47 años hago terapia para tratar de relacionarme lo mejor posible con el dolor que las violaciones que sufrí de niño han dejado para siempre en el hombre que soy. El camino que ahora hago consciente ha sido, durante mucho tiempo, un camino andado desde y por la inconsciencia. Aquella charla en mi colegio de periferia situó un punto en mi mapa emocional sobre el que he construido toda mi vida, durante mucho tiempo dándole la espalda, ahora mirándolo de frente. Aquella charla sobre sexualidad en un colegio cualquiera de un barrio cualquiera salvó la vida a un niño que no podía contarle nada a nadie, porque las violaciones se estaban produciendo en su entorno más cercano. Cuando en mi colegio de barrio aprendí que las penetraciones no solo se hacían por el culo. Cuando en mi cole de barrio me dijeron que el sexo debe tener amor y darte placer y que está bien lo que te gusta y mal lo que no te gusta, entendí que lo que llevaba años viviendo era malo para mí.

El 19 de julio de 1936, la columna de mineros voluntarios que traían dinamita desde las cuencas de Río Tinto y Nerva para defender los barrios obreros de Sevilla de la sublevación de Queipo de Llano, paró a desayunar en Castilleja de la Cuesta después de un día de marcha desde Huelva. Con ellos venían una compañía de Guardias Civiles que se habían declarado fieles al orden legal de la República y que por el camino se cambiaron de bando. Horas más tarde los mineros fueron acribillados en la plaza de toros de La Pañoleta, en Camas. Los que sobrevivieron fueron fusilados dos días después por orden de Gonzalo Queipo de Llano.

La victoria de los golpistas no se puede explicar sin la importancia de Andalucía y su participación en la estrategia militar de Franco. El Ejército de África desembarcó sin problemas por Algeciras. Sevilla supuso un pilar clave para la conformación de la columna que por Extremadura y Toledo se plantó en las puertas de Madrid en poco más de noventa días. El terror, la destrucción de las esperanzas de vida de millones de personas, la muerte, la opresión; todo lo que el nacionalcatolicismo ha traído a las vidas de cada una de nosotras entró por el aeródromo de Tablada. Entró por Andalucía.

Escribo en vísperas de la celebración de las elecciones andaluzas. Discursos como los que Olona desplegó, en el caso concreto de la educación sexual en los colegios, tienen su origen en el ideario nacionalcatólico que nos ha arruinado la vida a tres generaciones de españoles y de españolas. Como todo hace pensar que el PP abrirá la puerta del Gobierno de la Junta al neofranquismo, del que por otra parte viene, Andalucía, al margen de lo que ya pasa en Castilla y León, puede suponer, de nuevo, el inicio del camino del fascismo español hacia Madrid. En aquella ocasión tardaron 90 días en llegar a Madrid, quizás ahora tarden un poco más si no se remedia; porque como alguna vez he escuchado decir a Emilio Silva, presidente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica: “Para saber de lo que es capaz de hacer la extrema derecha cuando tenga el poder no hace falta imaginación, hace falta memoria”.

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Diego Castrejón es socio de infoLibre

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