Cultura y modelo familiar monoparental
Familia monoparental es cuando el hogar familiar está compuesto por sólo el padre o la madre y uno o varios hijos.
Este modelo familiar ha existido desde siempre por motivos diversos: mujeres que quedaban embarazadas y no llegaban a formar la familia junto al padre de la criatura, familias que quedaban seccionadas por la muerte accidental de uno de los dos progenitores, por separaciones, etc.
De estas situaciones siempre se hacía una valoración de pesar, de pena, de tragedia, en cuanto que la familia había quedado mutilada al desaparecer una de las dos figuras, y ello pensando principalmente en los niños, ya que de pronto se quedaban sin el padre o la madre, una desgracia por la carencia afectiva que supone. También lo era para la figura que quedaba al cargo de los niños pues, al vacío afectivo que conlleva la pérdida de la pareja, se sumaba la dureza que suponía, y supone, la crianza en solitario de los hijos; tiempo, educación, esfuerzo, economía, etc. Esta situación familiar que describo es la monoparentalidad sobrevenida, difícil de evitar en la mayoría de los casos, e imposible en otros, pero mayormente nunca deseada.
De unas décadas a esta parte la situación ya no es la misma; nuestra sociedad ha sufrido un cambio radical en lo relativo a la comprensión del concepto de familia y a su realización práctica.
Este cambio ha sido drástico y rápido. En la actualidad la monoparentalidad es mayormente consecuencia del deseo de una sola persona, el hombre o la mujer, que no queriendo formar pareja con nadie, o teniendo dificultad para ello, deciden tener un hijo en solitario. Esto es la monoparentalidad elegida. A día de hoy la inmensa mayoría de familias que se forman de este tipo están compuestas por una madre y uno o varios hijos, siendo así que se le empieza a llamar monomarentalidad…
En el caso de la mujer se lleva a cabo a través de la reproducción asistida, la adopción o la gestación subrogada (medio, este último, que merecería todo un debate por lo que tiene de mercantilización del cuerpo de la mujer y de la vida misma). En el caso del hombre se lleva a cabo a través de la adopción o la gestación subrogada. Todo lo que se refiere a la familia afecta al corazón mismo de la sociedad, dado que las familias son los ladrillos con los que está construido el edificio social; por tanto, cualquier cambio que se introduce en el modelo familiar exige mucha cautela y prudencia, máxime habiendo niños de por medio.
Se lleva varias décadas legislando para favorecer la existencia de este modelo familiar y en consecuencia se está incrementando de forma muy notable. Sería bueno preguntarnos si este cambio familiar-social es un cambio para mejor o para peor. La respuesta que nos demos a esta cuestión es de suma importancia y principalmente puede depender de dos enfoques distintos que se pueden hacer de lo que este modelo familiar aporta. Se puede enfocar:
1. Desde la perspectiva de satisfacer primero los deseos de los adultos.
2. O desde la perspectiva de satisfacer primero las necesidades de los niños. No está de más recordarnos que para construir una sociedad justa hay que anteponer siempre las necesidades de los más débiles, en este caso los niños, y por supuesto mucho antes también que los deseos de cualquiera.
Creo que no hay persona que deje de aceptar que, para los hijos, para un niño/a, se desee siempre lo mejor: amor, cariño, una sana alimentación, vestimenta digna, vivienda apropiada y una buena educación, poder celebrar sus cumpleaños con sus amigos, etc., etc., etc. Se comprende esto fácilmente. Lo que resulta llamativo es que se acepte con toda naturalidad que en lo mejor para el niño, no vaya incluido también poder tener un padre y una madre.
Una sana y equilibrada alimentación (proteínas, vitaminas, etc.), tal y como la naturaleza pide se intentan proveer como condición básica, es lógico; sin embargo, tener las dos figuras a la vez, la madre y el padre, se considera que no forma parte del lote de necesidades básicas del niño, que también pide su naturaleza humana afectiva, psíquica y relacional. Esta carencia voluntariamente creada, deseada, legislada, se ve hoy con total naturalidad.
En la monoparentalidad elegida uno de ellos, el padre o la madre, son considerados como innecesarios y se priva de una de las figuras al niño/a, con el consentimiento de la ley y el agrado social, despreciando que la riqueza y seguridad que puede aportar a un niño tener padre y madre nunca puede aportarla una persona sola.
¿Cabría preguntarnos si la monoparentalidad elegida no será, quizás, el culmen del individualismo egoísta, fruto de esta cultura tan individualista que nos afecta y de la que de una u otra forma todos participamos en mayor o menor medida?
Parece que se legisla principalmente para satisfacer los deseos de los adultos, quedando en segundo lugar las necesidades del niño/a; o se piensa sólo en satisfacer sus necesidades físicas sin tener en cuenta que se debe garantizar su crecimiento integral en todas sus dimensiones. ¿Una madre y un padre, los dos en conjunto, no son una necesidad? ¿Cuál de nuestros padres ha sobrado? ¿Cuál de nosotros sobramos para nuestros hijos? ¿Somos menos necesarios que una vestimenta adecuada, sana alimentación, etc.? ¿Por qué?
Hoy la monoparentalidad elegida, que como he dicho está aumentando enormemente, es una máquina de alumbrar niños huérfanos de padre o madre, sometiéndolos así, además, a una situación de vulnerabilidad importante en cuanto que, si la única figura presente quedara impedida, o desapareciera, el niño/a se vería sin su segunda figura, padre o madre, que se hiciera cargo de ellos.
Presentar hoy a un niño/a al colegio calzado con un único zapato sería interpretado, lógicamente, como signo de grave irresponsabilidad. Presentarlo privado a conciencia de tener padre o madre, y aceptarlo, es visto como signo de tolerancia, progreso y evolución. ¿Qué nos está pasando que damos más importancia a un zapato que a un padre o una madre?
La normalización de realidades negativas favorece que las referencias éticas y morales se desdibujen y prácticamente desaparezcan. Si a esto sumamos que vivimos en unos tiempos donde las prisas, las nuevas tecnologías y el exceso de información dificultan enormemente el silencio, la reflexión y por tanto el desarrollo de la capacidad crítica, ocurre que el ejercicio de esa capacidad crítica se ve tan mermado que situaciones que son cuando menos muy cuestionables en unos casos, o directamente condenables en otros, pasan a ser realidades no solo tolerables sino incluso moralmente defendibles desde esa nueva normalidad. Sin pretender equiparar situaciones, esto ha pasado mucho a lo largo de la historia: esclavitud, pena de muerte, opresión de la mujer, dictaduras, explotación infantil, matrimonios concertados y un largo etc. Estas situaciones que expongo, y otras muchas, que ahora las vemos escandalosas, moralmente reprobables, condenables incluso, en otros momentos, incluso hoy en algunos sitios, estaban o están protegidas legalmente, aceptadas y ferozmente defendidas…
Hoy la monoparentalidad elegida se acepta y se defiende a pesar de que se sustenta en un principio muy egoísta: satisfacer el deseo de maternidad/paternidad del adulto dejando sin cubrir la necesidad del niño de tener padre y madre, alumbrándolo así huérfano. ¿Acaso no sería mejor para el niño, más respetuoso con él, que quien quiera tenerlo asegure que vaya a tener las dos figuras: padre y madre?
El auge de la monoparentalidad elegida es por tanto consecuencia de la cultura que se va instalando, modelada por lo que se ha dado en llamar colonizaciones ideológicas, que nos arrolla dificultando seriamente que podamos seguir considerando como un valor que un niño tenga su padre y su madre. Esta nueva cultura afecta gravemente nuestro criterio sobre esta realidad y por lo tanto la posibilidad también de una postura crítica ante ella que permita salvaguardar la defensa de los derechos y el mayor bienestar del niño. No se pretende con este artículo juzgar a persona alguna sino hacer una crítica a esta cultura que propicia este modelo familiar en el que el niño, privado de poder tener su padre y su madre, nace huérfano.
¿Cabría preguntarnos si la monoparentalidad elegida no será, quizás, el culmen del individualismo egoísta, fruto de esta cultura tan individualista que nos afecta y de la que de una u otra forma todos participamos en mayor o menor medida?
Preguntaba al principio si este cambio familiar-social que se está dando es para mejor o para peor. Pienso que podría estar bien que cada uno valoráramos si una sociedad que da más importancia a la satisfacción del deseo del adulto que a la defensa de las necesidades del niño, permitiendo que se les prive de tener padre o madre, es una sociedad mejor o peor. Lo políticamente correcto hoy, lo respetuoso, es aceptar esta y otras realidades acríticamente. A quien osa cuestionarlas es tachado de retrógrado e intolerante.
Pero no hay retroceso ni intolerancia de ningún tipo, sino todo lo contrario, en defender el mayor bienestar de los niños mucho antes que algunos cuestionables deseos de los adultos. Dígase también que el negocio que hay detrás de esta realidad es cada vez mayor y defiende sus intereses.
Caso aparte se puede considerar la monoparentalidad por adopción, que es preferible antes que la permanencia de un niño en la frialdad afectiva de un orfanato. Pero, en cualquier caso, ¿no sería preferible que la prioridad para adoptar la tuviera siempre antes una pareja que una persona en solitario?
_____________
Domingo Casaos Mairal es socio de infoLibre.