España ante el espejo
Puesta a consultar el porvenir con nigromancias, tarots o güijas, prefiero leer con atención a poetas honestos, dialogar con su poesía y debatir con el espejo sobre el pasado y el futuro desde el presente. Lo dijo Celaya: Poesía para el pobre, poesía necesaria / como el pan de cada día, / como el aire que exigimos trece veces por minuto… Aunque conviene tomar precauciones: Maldigo la poesía concebida como un lujo / cultural por los neutrales / que, lavándose las manos, se desentienden y evaden. / Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.
Pocos como Machado para comprender el presente de Esa España inferior que ora y bosteza, / vieja y tahúr, zaragatera y triste; / esa España inferior que ora y embiste, / cuando se digna usar de la cabeza. ¡Qué duda cabe! España fue y será la patria entregada al fraude y la fullería, al alboroto y al tumulto, la que legó al mundo en herencia eterna la picaresca como forma literaria del ars vivendi hispano, la que adoptó la cornada como forma de diálogo.
No desbarró Don Antonio al retratar lo que él vivía, sus ancestros vivieron y hoy vive España: Ya hay un español que quiere / vivir y a vivir empieza, / entre una España que muere / y otra España que bosteza. Aparentando ser novedad, y no la pesada piedra que Sísifo empuja eternamente colina arriba, el pasado se repite tozudo para quienes ignoran su historia. Las dos, las seis… todas las Españas, como los diez mandamientos, se resumen en dos: la de quienes mueren y la de quienes bostezan.
La lucha por el poder es económica, la otra llamada lucha de clases que siempre ganan las élites minoritarias, las que no concurren a las urnas
Miguel Hernández escribió, desde la trinchera donde se defendió como pudo la España que muere, Contar sus años no sabe, / y ya sabe que el sudor / es una corona grave / de sal para el labrador. Y no se olvidó de la otra España, la que bosteza: Los que no habéis sudado jamás, los que andáis yertos / en el ocio sin brazos, sin música, sin poros, / no usaréis la corona de los poros abiertos / ni el poder de los toros. En España se siguen disparando los niños yunteros y los desertores del sudor, esfuerzo y dignidad los unos, desprecio y codicia los otros.
El interés por alcanzar el gobierno poco tiene que ver con defender o imponer banderas, con la quimera constitucional, con ínsulas de Barataria, con el honor y la gloria, ni siquiera con la vanidad, ese rasgo asaz frecuente en los próceres de la patria. La lucha por el poder es económica, la otra llamada lucha de clases que siempre ganan las élites minoritarias, las que no concurren a las urnas, las que abren sus puertas giratorias a quienes manejan agendas de contactos para legislar a su medida.
La España que bostezaba, mientras a Marcos Ana le enjaularon las alas, aún lo hace y recuerda a sus hordas un poema escrito en la cárcel Su herida golpead de vez en cuando; / no dejadla jamás que cicatrice: / que arroje sangre fresca a su dolor, / y eterno viva en su raíz el llanto. La España de la élite es la de los vencedores implacables que desconocen la piedad, la de rosario, bandera y fusta, la del Ferrari y el palo de golf, la de la usura, la del beneficio sobre todas las cosas… la de la gente perfumada de incienso con trajes de quince mil euros y bolso de Louis Vuitton donde alterna la tarjeta black con dinero repatriado del paraíso fiscal.
No transmite optimismo el espejo cuando detecta en mí la huella de un poema, tampoco se lo exijo. Trato de engañar al espejo y su reflejo cantando con Alberti Hoy las nubes me trajeron, / volando, el mapa de España. / ¡Qué pequeño sobre el río, / qué grande sobre el pasto / la sombra que proyectaba! Lo intento y no lo consigo. Salgo al mundo cada mañana cavilando y el cabrero Miguel instala en mi cerebro, casi a diario, su lamento: ¡Ay España de mi vida, / ay España de mi muerte!
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Verónica Barcina es socia de infoLibre.