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Examen, examen, examen. Nota, nota, nota

Antonio García Gómez

La razón de ser del actual sistema educativo.

Mi nietita de seis años, cursando, desde hace apenas un mes, primero de Primaria ya ha dicho en casa que este viernes tendrá “examen”. No se acordaba muy bien de qué, su madre lo ha tenido que investigar y ha concluido que será de “inglés”. El maestro ha tranquilizado a la madre, le ha dicho que será facilito, que preguntará cuatro cositas, los colores, los números… poco más. Y la madre ya ha dicho a la niña que, en cualquier caso, habrá que preparar el examen.

La palabra clave ya forma parte del corolario cotidiano de todo el proceso educativo que tiene por delante mi nieta: examen, examen, examen…

En las pruebas iniciales que se aplican al alumnado de ESO y de Bachillerato y que, desde luego, sirven para observar y percibir cuál es el nivel del que se parte, individualmente, aunque solo sea de manera apreciativa, el único interés que tienen los niños y con el que urgen es saber qué nota han sacado.

En las clases de “compensatoria”, o cómo se diga esos apartados para niños y niñas absolutamente fracasados que solo aguardan a cumplir 16 años, es muy frecuente encontrar muchachos/as que no saben leer ni escribir más allá de un silabeo torpe y una capacidad de copiar muy elemental. Y no es ni metáfora, ni hipérbole, ni retruécano que confunda. Es una realidad literal, antes al contrario diríase que se trata de unas excrecencias del sistema fácilmente desechables, relegadas a un porcentaje de una macroestadística.

Y sin que el funcionamiento del sistema educativo se resienta lo más mínimo, aceptando que un fracaso generalizado, rondando el 30%, con alumnos acumulando suspensos, bajas expectativos para seguir estudiando, frustración reconvertida en baja autoestima, rechazo al aprendizaje, sentimiento personal de fracaso en definitiva, de tiempo perdido… mientras triunfan los homologados, los más adaptados, los más estimulados, los más favorecidos por la realidad social, intelectual, familiar sin haber sabido reaccionar a tiempo cuando aún se podía, cuando aún se podía y se debía haber reventado el corsé.

Cuando un ciclista, por muy favorito que sea y por muy preparado que se encuentre se despista un momento y se descuelga 10, 15 segundos del grupo que se aleja, quien se ha quedado descolgado solo será capaz de comprobar impotente que la distancia aumenta, y aumenta y aumenta, mientras el grupo se aleja, soltando por cierto descolgados como si se tratarán de las cuentas de cualquier “rosario de la aurora”.

Y así funciona la cosa, desde la más temprana edad, en detrimento de los alumnos/as, en desprestigio creciente del profesorado, en base a la profusión de exámenes que solo constaten quién compite aún en el grupo y quién ha quedado descolgado irremisiblemente.

Y así hasta encontrarte un adolescente con 14 años que sude tinta para leer “silabeando”, para escribir “copiando” como aprendiz de miniaturista.

Pero, a la postre, ¿a quién le importará?

Cuando ya no tiene el menor interés preguntar “¿qué has aprendido hoy?”, por ¿qué nota has sacado o cuántas asignaturas has dejado colgadas?”

Antonio García Gómez es socio de infoLibre

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