En la historia de España hay un personaje abyecto que simboliza el uso de la fe como excusa y la justicia como arma. Un fraile que reunió en su persona el fanatismo, el castigo y la represión como estandarte. Se llamaba Torquemada y fue inquisidor general del Tribunal de la Inquisición creado por los Reyes Católicos, esa dupla tan aplaudida y añorada por el califa de la extrema derecha.
Un tribunal encargado de mantener la ortodoxia católica. Una corte que no buscaba la verdad, sino reafirmar su poder a través del miedo. Una curia donde lo que primaba era la sospecha y no la prueba. El escarnio público y no la justicia.
Torquemada sentó en el banquillo, torturó y envió a prisión o a la hoguera a personas acusadas de cuestiones que jamás debieron considerarse delito —como las prácticas judaicas o musulmanas, la homosexualidad o la bendita herejía— o de delitos tan pintorescos y fantasiosos como la brujería.
En nuestra historia reciente, también hay seres abyectos que usan la justicia como arma. Uno es el juez Peinado, líder espiritual de la “fachosfera” y ariete leguleyo de Hazte Oír, que quiere quemar en público a la esposa del presidente Sánchez. O al menos eso es lo que interpreto al enviarla ante un jurado popular. Que no del Partido Popular, que es lo que le gustaría.
Su investigación no se apoya en hechos sólidos sino en conjeturas y recortes de la nueva Prensa del Movimiento. No hay pruebas sino una sospecha patrocinada. O como hubiera dicho Torquemada en su biografía si hubiera tenido redes sociales: “no tengo pruebas ni falta que me hacen”.
Esto no es justicia. Esto es inquisición prospectiva. El juez chusquero, que no por oposición, no busca lo que pasó, sino lo que podría haber pasado si los planetas se hubieran alineado en otra dirección. Una distopía judicial de chichinabo, vamos.
No, no me esperaba que volviera la Inquisición
La democracia se basa en la presunción de inocencia, en la necesidad de pruebas, y en que nadie pueda ser perseguido por delitos inexistentes. Si se quiebra ese principio, no solo se daña la reputación de un investigado sino que se consigue que un pueblo pierda la confianza en la justicia.
Dicho todo esto, me viene a la cabeza aquel magistral sketch convertido en running gag de los Monty Python: “Nobody expects the Spanish Inquisition”. En él, Michael Palin —como el cardenal Ximénez / Torquemada— irrumpía en medio de una conversación entre un trabajador y su jefa sobre la actitud inquisitorial de ésta.
No, no me esperaba que volviera la Inquisición. Y menos aún que se aplaudiera su retorno y que haya tanta gente que participe en sus autos de fe versión 4.0. Porque el Santo Tribunal ha vuelto y lo hace adaptado a los nuevos tiempos: subvenciones públicas, mercenarios en “pseudomedios” y community manager.
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Alfredo Díaz es socio de infoLibre.
En la historia de España hay un personaje abyecto que simboliza el uso de la fe como excusa y la justicia como arma. Un fraile que reunió en su persona el fanatismo, el castigo y la represión como estandarte. Se llamaba Torquemada y fue inquisidor general del Tribunal de la Inquisición creado por los Reyes Católicos, esa dupla tan aplaudida y añorada por el califa de la extrema derecha.