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Maroto, como Sánchez

Domingo Sanz

El día 11 de octubre de 2017 Ferreras, en La Sexta, le preguntó a Pedro Sánchez si los líderes independentistas encarcelados, en aquel momento Jordi Sánchez y Jordi Cuixart, eran “presos políticos”.

El entonces líder de la oposición, aunque sin escaño por su audaz renuncia cuando dimitió forzado por los barones liderados por Susana Díaz y avalados por Felipe González, respondió que no eran presos políticos, sino “políticos presos”. Y, para demostrarlo, se le ocurrió citar a presidentes de comunidades autónomas encarcelados, se supone que Jaume Matas, sin tener la decencia de aclarar que los delitos por los que el balear fue condenado eran tan “comunes” como el de robar el dinero de todos para, entre otras cosas, vestir su palacete de Palma de Mallorca con escobillas de más de 300 euros para limpiar los restos de mierda de la taza de su váter.

Volcado hoy el candidato Sánchez en la conquista de votos parlamentarios para ser investido, ha decidido aceptar que lo de Cataluña es un “conflicto político”, sin insistir esta vez ni en lo del “problema de convivencia” ni en lo de que con quienes tienen que hablar los de ERC y JxCat es con los partidos catalanes constitucionalistas, dos mantras de los que no se ha movido ni un milímetro mientras le ha durado la ola a la que se subió gracias a los votos de los independentistas, con los que pudo sacar a Rajoy de La Moncloa.

Contra la osadía de Sánchez de reconocer la evidencia del mayor conflicto político de los últimos 40 años en España, ha salido Maroto, del PP, diciendo que “en Cataluña no hay un conflicto político, sino políticos conflictivos como Rufián, ante el que se ha arrodillado Sánchez”.

Javier Maroto es ese político del PP vasco que, derrotado por las urnas entre sus electores de siempre, para conseguir un escaño en el Senado de la legislatura más corta de todas, la fallida que se inició el 28 de abril, tuvo que hacer el ridículo de empadronarse en un pueblo de Segovia llamado Sotosalbos.

Maroto es también el político que, en el informe de 2017 emitido por la Comisión Europea sobre racismo, fue señalado como xenófobo a raíz de sus críticas a los inmigrantes y de su postura sobre la Renta de Garantía de Ingresos durante su dilatada etapa política en el País Vasco.

Y, para no aburrir, Maroto fue condenado en primera instancia, junto con Alonso, por autorizar el pago de alquileres muy por encima del precio de mercado, aunque posteriormente fueron absueltos por considerar tal exceso dentro de la discrecionalidad que le permitía su cargo.

El devenir de los acontecimientos ha convertido a Maroto y Sánchez en tal para cual, argumentando hoy el del PP contra el del PSOE con el mismo enredo verbal que este utilizó antes para distanciarse de los independentistas represaliados.

Sin duda, tanto Maroto como Sánchez añoran aquel bipartidismo que componían con políticos como Pujol.

Ni Maroto habría llamado jamás “político conflictivo” a don Jordi, ni Sánchez habría tenido ocasión de llamarlo “político preso”.

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Porque lo cierto es que, en esta monarquía con urnas o a palos contra los votantes, que es España, y tan presumida por su Constitución ahora que vuelve a cumplir años, quienes con toda seguridad acaban entre rejas son los políticos que declaran sus intenciones políticas y van de cara, contra viento y marea, sin ni siquiera garantizarse algún aliado internacional antes de cumplir con los programas políticos avalados por sus electores.

Exactamente, se trata de presos políticos porque le han resultado “políticos conflictivos” a sospechosos de malas artes y de peores convicciones morales como Javier Maroto.

Domingo Sanz es socio de infoLibre

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