No nos dejemos reclutar
Estas dos últimas semanas los medios, haciéndose portavoces de las declaraciones del Gobierno estadounidense, quieren atroparnos detrás de sus intenciones belicistas dirigidas contra Rusia, presentándonos esta última —con la venia de los líderes europeos— como agresora y, además, gobernada por un dictador.
Que Putin sea un dictador contra su oposición interna y contra la clase trabajadora de su país, no cabe duda, pero no el agresor de Occidente. Su concentración de tropas en las fronteras de Ucrania presentada por él como simples maniobras de entrenamiento, es en realidad una demostración de fuerza dirigida contra los dirigentes ucranianos proccidentales y deseosos de ingresar en la OTAN.
Dicho esto, tales maniobras no significan que Putin haya decidido la invasión de Ucrania. El líder del Kremlin está inmerso en un pulso con el imperialismo estadounidense, en el que ambas partes sacan a relucir sus argumentos bélicos. Tampoco habría que olvidar que fue la OTAN, en julio pasado, quien organizó unas maniobras militares en el mar Negro y en las que participaron fuerzas de unos 30 países, incluida Ucrania.
La OTAN ha sido creada en la época de la Guerra Fría para reclutar a los países de Europa occidental como aliados de los Estados Unidos en su lucha por aislar y debilitar a la Unión Soviética. Cuando hace treinta años desapareció el Telón de Acero y la Unión Soviética se desintegró, los líderes estadounidenses ni se plantearon disolver la OTAN puesto que, en teoría, ya no tenía su utilidad. Todo lo contrario, su planteamiento consistió en aprovechar el brutal debilitamiento momentáneo de Rusia para incorporar a la OTAN a los tres países bálticos, a los países del este antiguos miembros del Pacto de Varsovia y para afianzarse en Asia Central abriendo bases militares en Tayikistán y Kirguistán.
Biden y los líderes de Europa occidental fustigan a Putin por desplegar tropas a las puertas de Ucrania. Pero cuando, a principios de enero, el mismo Putin envió 3.000 paracaidistas rusos para ayudar al dictador de Kazajistán a sofocar una revuelta obrera, el silencio de Biden y de dichos líderes fue atronador. Claro, en Kazajstán, se trataba de reprimir a los trabajadores que protestaban contra el elevado coste de la vida; se trataba de salvar los beneficios de Total, Chevron, Arcelor Mittal y otros trusts occidentales sobrexplotando a la clase trabajadora de esta exrepública soviética.
Ni la alianza militar que es la OTAN ni la que está bajo la tutela de Rusia sirven para defender la libertad de los pueblos. Al igual que ocurrió a la salida de la segunda guerra mundial, lo que aquí está en juego es el reparto de las zonas controladas por unos y otros, cada cual anteponiendo los intereses de sus privilegiados a los de las clases populares bajo su yugo.
Por ello, la clase trabajadora no debe compartir la histeria bélica tanto la de los dirigentes estadounidenses como la de los nuestros. A los unos como a los otros les importa un pepino la suerte del pueblo ucraniano, como tampoco les importa la de los pueblos que ellos mismos oprimen.
Se dicen los defensores de la libertad, pero han levantado un nuevo telón de acero para impedir la libre circulación a las personas que huyen de la miseria y de las guerras que, en mayoría de los casos, han provocado ellos mismos. Sea cual sea el lugar del mundo en el que las grandes potencias intervengan, siempre lo harán para defender los intereses de sus capitalistas en detrimento de las clases populares.
Neguémonos a sumarnos a estos acérrimos belicistas, esta guerra no es la nuestra, la de clase trabajadora. Es la de nuestros explotadores compitiendo entre ellos para llevarse la parte del león.
Mario Diego Rodríguez es socio de infoLibre