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Librepensadores

Los precios de los alquileres

Antonio Rato

Se está tratando de resucitar la política franquista de fijar por ley los precios de los arrendamientos de viviendas. Como nací en 1932, he sido testigo de las vicisitudes del inquilinato y tiemblo al pensar que pueda resucitar la solución franquista para alojar a los pobres.

Al terminar la Guerra Civil, llevábamos más de tres años con las constructoras paradas o al ralentí. Mi padre construyó, junto con tres socios, una fábrica de ladrillos en Illescas y tuvieron que suspender pagos porque nadie compraba ladrillos. Tras la victoria de Franco, los centenares de miles de recluidos en campos de concentración o presos en las cáceles no podían socorrer a sus familias que habían quedado en la calle. Y también entre los vencedores había muchos que no pudieron ser alojados.

La solución fue cristiana: la caridad de los propietarios de viviendas. Porque, a pesar de los incrementos que regularmente se aplicaban a las rentas, los mismos iban muy por detrás de la subida del coste de la vida y del precio de real de mantenimiento de la vivienda, con lo que paulatinamente fueron vendiéndose en pérdida a sus inquilinos. Porque el drama español es que los salarios bajos y los trabajos temporales o eventuales no alcanzaban ni siquiera para pagar los costes mínimos ni las reparaciones necesarias. Yo no niego que a las grandes inmobiliarias y a los alquileres turísticos haya que meterles mano. Pero no se debería repetir la condena a muerte de los arrendamientos de vivienda.

Porque en el franquismo llegó un momento en que solo se construían viviendas de protección oficial y prácticamente dejaron de construirse viviendas de renta libre.

Tras el plan de estabilización de 1959, la Ley de Propiedad Horizontal de 1960 condenó a muerte la construcción de casas en alquiler libre. Quien quería una vivienda y sus condiciones económicas no le daban acceso a una de protección oficial, que la comprase en el mercado libre. Los bancos se forraban con los intereses hipotecarios.

Volver ahora a recorrer las mismas etapas, tiene un segundo peligro. Por razones obvias muchos padres viven con sus hijos y muchos hijos en el domicilio de los padres y para procurarse unos ahorrillos arriendan la vivienda que dejan libre; muchos emigrantes alquilan su vivienda en España soñando con su retorno y muchos pequeño-burgueses como yo han comprado una segunda vivienda pensando en aumentar la pensión de jubilación. No somos los más indicados para hacer obras de caridad, aunque con ello ganásemos el cielo.

Antonio Rato es socio de infoLibre

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