Librepensadores

Sucedió hace 80 años

Vladimir Merino Barrera

Era domingo, de madrugada, aún de noche y no clareaba; aun así, la esperanza era la ilusión y sin embargo… para algunos la oscuridad duró tres jornadas, para quienes no pudieron completarlas duró la eternidad. Cinco mil, siete mil, diez mil, quince mil… imposible saber cuántos quedaron en el camino. Miles de miradas hacia el levante, hacia Almería, hacia la esperanza. Miles de miradas perdidas no en el horizonte... ¡NO!, perdidas para siempre.

También se supo años después, cuando la censura gota a gota retrocedía, que por entonces y en una semana, al menos cuatro mil quinientos malagueños salpicaron de rojo oscuro las tapias del cementerio de San Rafael, que con sus malogrados huesos, llenaron las mal abiertas fosas. Estos no quisieron la aventura del destierro, optaron por el refugio del hogar tal vez a la espera de la compasión. Tampoco sirvió; Queipo de Llano había avisado “Tomaré una cerveza en la calle Larios y lo haré sobre vuestros cadáveres”. No mentía, era hombre de palabra, de palabra bravucona.

Desde Málaga a Almería el cielo parece claro, pero solo lo parece; su limpieza se ha roto, no por voluntad propia ¡NO! Desde el mar, los obuses lanzados por los temibles cañones de los tres cruceros Almirante Cervera, Canarias y Baleares ensombrecen el firmamento; sobre los caminantes cae un diluvio de bombas, un infierno de dinamita; se ha quebrado el orden, los ensordecedores cañones que escupen desde el mar, se han tragado las esperanzas. Un proyectil explota sobre la ladera vertical de un pequeño montículo de pizarra, convirtiendo en destructiva metralla de piedra los guijarros que salen disparados; otro provoca el desprendimiento de una ladera enterrando en piedra a los desgraciados que por allí caminaban; un tercer obús penetra por la boca de una alcantarilla explotando en su interior y con su efecto multiplicador, hace saltar por los aires personas, animales y carros. Terminado el festín de los cruceros, llega la hora de la aviación, es el momento de la metralla; es el ejercicio de los dos cazas Fiat CR-32 de la Aviazione Legionaria y los otros dos Heinkel He-51 de la Legión Cóndor,

Para ellos era un juego, macabro sí, pero solo un juego; se trata de dar caza al ratón; son ejercicios para futuras y más peligrosas misiones que el Führer y el Duce les tienen reservadas. La metralla se incrusta en el asfalto, en la tierra, en los tablones de madera de las carretas, también en los animales que empujan de ellas; pero sobre todo, por encima del mejor o peor aprovechamiento de las municiones que no parece preocupar excesivamente a los pilotos, van destinadas a esos hombres y mujeres, a esos niños y ancianos que huyen despavoridos, sin rumbo ni control; que quieren escapar del rugido de unos motores que vuelan bajo, tan bajo que incluso sienten las turbulencias del aire. Corriendo o tirados en el suelo, ante las ráfagas quieren proteger sus cabezas con las manos en la nuca. ¡Maldita sea!, ¡corre, corre! Gritan unos con desesperación. ¡Al suelo, al suelo! Gritan otros. Nadie sabe qué hacer, nadie sabe dónde ocultarse. Varios lo quisieron hacer bajo una carreta, al menos para ocultar su presencia; la aguda vista de águila del piloto captó sus intenciones —felicidad para el malvado— ¡Qué mejor que tenerlos amontonados, como conejos! piensa y sonríe Hahn Schneider. Al siguiente pase, sustituye las balas por una bomba. Al final el rugido de los motores y la metralla lo ocupa todo.

Los días 7, 8 y 9 de febrero el sol se había ocultado. De lo ocurrido en la carretera entre Málaga y Almería no se hablaba, ¡silencio! Los muertos al hoyo y los vivos… Los que sobrevivieron, durante muchos años no pudieron escribir su historia. En estos días se conmemora el 80 aniversario de aquella tragedia. El médico canadiense Norman Bethune sería testigo.

Vladimir Merino Barrera es socio de infoLibre

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