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Literatura

Claudio Magris, el escritor enamorado de los personajes turbios

El escritor italiano Claudio Magris.

Linda Le (Mediapart)

En ese gran clásico en el que se ha convertido ya su ensayo Utopía y desencanto, Claudio Magris recuerda que es la literatura la que puede salvar las pequeñas historias, "esclarecer la relación entre la verdad y la vida, entre el misterio y la cotidianidad, entre el individuo y el Babel de la época". Y define a los novelistas como cronistas de lo efímero, que detienen una luz de eternidad sobre lo fugaz. 

Espíritu enciclopédico, lector intransigente cuya curiosidad se extiende desde la Mitteleuropa hasta Oriente, Claudio Magris no es solo el inolvidable paseante triestino de Microcosmos, ni solo el viajero que baja el Danubio buscando encantamientos, ni siquiera el eterno cuestionador convencido de que, si los poetas son "inmigrantes clandestinos sin papeles", si son errantes, también son, de la misma manera que los nómadas del desierto, guías: "Ellos muestran las pistas que hay que seguir para atravesarlo". 

No es tampoco únicamente el caminante de las "regiones inferiores" de Robert Walser, el sismógrafo a la escucha del "desmoronamiento de un orden de civilización milenario" de Musil (El anillo de Clarisse); no es solo el deslumbrante descodificador de los tratados de Joseph Roth y de lo que liga al autor de La leyenda del Santo Bebedor con la tradición judeo oriental (Lejos de dónde); también es un dramaturgo cuyo universo crepuscular ejerce una verdadera fascinación, y un novelista cuyas ficciones son investigaciones en torno a personajes turbios, que parecen erguirse sobre el camino del lector para dar la razón a Claudio Magris, absolutamente persuadido de que la literatura, cuando no acepta concesiones y se afila como un estilete, tiene algo en común con lo que se dice en el Evangelio a propósito de la palabra de Cristo: no solo trae la paz, sino también la espada, ha venido para extender la inquietud, "para poner en cuestión el orden social y político". 

Siendo investigaciones en torno a personajes que han existido realmente, las novelas de Claudio Magris sacan a figuras de la sombra, comparsas de la Historia a las que el autor se cuida de magnificar o, al contrario, de las que hace florecer la leyenda. El que se adentra en el mundo de este triestino cosmopolita, escéptico sin complacencia, debe en primer lugar familiarizarse con la filosofía de Carlo Michelstaedter, el autor de La persuasión y la retórica, que nació cerca de Trieste, en Gorizia, y se suicidó a los 23 años. Su nombre aparece y reaparece en toda la obra de Claudio Magris, quien resume así sus credos en una novela, Otro mar:

 

La persuasión es la posesión en el presente de su propia vida y de su propia persona, la capacidad de vivir plenamente el instante sin sacrificarse por algo que está por venir, o cuya llegada se espera, destruyendo así su vida a la espera de que pase lo más rápido posible. Pero la civilización es la historia de los hombres incapaces de vivir sin la persuasión, que edifican la enorme muralla de la retórica, la organización social del saber y del comportarse, para esconderse a sí mismos la vista y la conciencia de su propio vacío. 

Está persuadido el que tiene en sí su vida: esta profesión de fe de Carlo Michelstaedter podría haberse utilizado como epígrafe en cada una de las ficciones de Claudio Magris, pero también en sus obras de teatro, como en La exposición, sobre un pintor triestino, Vito Timmel, muerto en un psiquiátrico algunos años después del final de la Segunda Guerra Mundial, o también de Stadelmann, retrato del antiguo mayordomo y secretario de Goethe, arrancado del olvido (el hospicio de Jena) donde se pudría e invitado a participar en las celebraciones del centenario del nacimiento del autor de Fausto

En sus novelas, con esa certidumbre según la cual, como escribe en No ha lugar a proceder, toda invención, grande o modesta, "se nutre de los hechos que se han producido realmente y de personas que han existido realmente", Claudio Magris lleva a cabo vastas investigaciones literarias en torno a un amigo de Carlo Michelstaedter (Otro mar) o de un oficial de la armada cosaca cuya muerte es todavía un misterio sin dilucidar (Conjeturas sobre un sable). 

En No ha lugar a proceder, una nota al final de libro nos enseña que para el protagonista de estas páginas, el autor se inspiró de manera totalmente libre en una persona que existió de verdad, "un genial e irreductible triestino de gran cultura, animado por una pasión descarnada y que consagró su vida entera a coleccionar toda clase de armas y materiales de guerra para crear un museo de la guerra destinado a convertirse, mediante la exposición de tantos instrumentos de muerte, en un instrumento de paz". 

Pero, confiesa de inmediato Magris, haber encontrado aeste personaje le obligó a reelaborar lo que la realidad le ponía bajo los ojos y, a partir de este material, solo se dedicó a ejercer su derecho a inventar, tanto y tan bien que no es ese triestino el que se dibuja en el libro, sino un personaje que es mero producto de su imaginación. 

Especie de Ciudadano Kane cuya obsesión sería crear un "museo total de la guerra para el advenimiento de la paz y la desactivación de la historia", el héroe sin nombre que originó el proyecto —sobre el que no termina uno de preguntarse si es una obra de salud pública o el avatar monstruoso de una megalomanía peligrosa— se convierte en objeto de la investigación del escritor, que le sigue hasta la última trinchera, y que se mete él mismo en una investigación destinada a revelar las llagas sangrantes de la Historia. El otro personaje del libro es una joven llamada Luisa, perdida en el laberinto de la búsqueda de sus orígenes. 

Con A ciegas, la novela que nos transportaba desde Yugoslavia a Australia, No ha lugar a proceder, que oscila sin cesar entre lo grotesco y lo que suscita ahora sarcasmo, ahora terror, es quizás la novela que se corresponde mejor con la definición que Claudio Magris da en Microcosmos del arte del relato: "Contar es entrar en guerra contra el olvido y estar de acuerdo con él; si la muerte no existiera, seguramente nadie contaría nada". En No ha lugar a proceder, cuanto más insensato parece el proyecto del Museo de la guerra por la paz, más se parece la novela que relata la historia de esta locura a una majestuosa odisea en la que la memoria busca triunfar sobre la nada. 

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  Traducción de Clara Morales

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