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Fotografía

Fauna y flora de un parlamento cuando cae el telón

Un consejero del Gobierno andaluz, José Sánchez Maldonado –ya cesado–, intenta recoger un bolso del suelo.

La política, con su aparatosa dimensión mediática, tiene mucho de representación, como el político tiene algo –o demasiado, quizás– de actor. Hay bastante de recreación en la mismísima esencia de la vida parlamentaria, sus modos y sus tiempos, sus rifirrafes y sus escandalillos. "La política es puro teatro", se oye con afán despectivo, pretendiendo ofender a la política pero ofendiendo en el fondo al teatro. La fotógrafa Laura León, que trabaja desde Sevilla para varias de las publicaciones más importantes del mundo, entre ellas The New York Times, ha sentido desde el inicio de su trayectoria escaso interés por esa primera línea de la liturgia política, ésa en la que el actor engola la voz, lanza el eslogan y sonríe a la cámara. Fascinada por el trabajo de Pete Souza, fotógrafo con libre acceso a la trastienda de la actividad política de Barack Obama, León lleva una década rumiando la idea de meter su cámara tras la puerta de los despachos oficiales, justo cuando la prensa ya se ha retirado, los dirigentes se aflojan la corbata y los asesores comparten unas confidencias que a menudo tienen más de cotilleo maledicente que de magistral elaboración estratégica.

No es propósito sencillo el de Laura León, que cultiva también la fotografía artística en exposiciones como Murillo fotógrafo. En España la cultura del acceso ilimitado de los informadores gráficos al reverso del día a día de la política está poco desarrollada. Así que hubo que encontrar una ocasión para colocar la idea. Y la brindó el Parlamento de Andalucía, de cuya sesión constitutiva se cumplieron 35 años en 2017. Aprovechando los actos conmemorativos, la fotógrafa planteó su idea al Parlamento: acceso pleno a la vida de la Cámara, con las menores inhibiciones posibles –siempre hay alguna inhibición–, desde que abra hasta que cierre, o incluso hasta después de que cierre. Fotografiar a los diputados llegando y marchándose y reuniéndose y bostezando y hasta acicalándose, cuchicheando y descansando, arremangándose o flojeando; fotografiar el otro lado de las reuniones; fotografiar a las limpiadoras, a los ujieres, a los informáticos, a los periodistas, a los bibliotecarios, a los asesores y a los cocineros...

Tras hacer arrugarse algún que otro entrecejo, la propuesta pasó el arco detector de problemas de los cinco partidos con representación parlamentaria –PSOE, PP, Podemos, Cs e IU–, que entendieron que la cosa no era una encerrona. "Al principio me costó explicar la idea", contaba este martes el presidente del Parlamento, el socialista Juan Pablo Durán. Pero al final la fotógrafa obtuvo el permiso para pasarse dos meses andurreando con su cámara por el antiguo Hospital de las Cinco Llagas, buscando enfoques y tocando puertas, hasta ser ella misma una más del paisanaje parlamentario. El resultado final es un libro asumido por el propio Parlamento, con 160 fotografías de León y textos del periodista Antonio Avendaño, uno de los más destacados cronistas políticos de las dos últimas décadas en Andalucía. Se trataba, explicaba esta martes Laura León en la presentación de la obra, de "salirse de la fotografía de prensa", para así "explorar los límites" entre la imagen pública y la realidad que hay detrás. A su lado Avendaño sonreía: "Pocas veces había estado tan a gusto sin meterme con nadie". Sin meterse con nadie, cierto, pero sin renunciar a cierta mordacidad, porque –como dijo Avendaño citando a Mark Thompson–, cuando ese puntito de mala leche se pierde se arriesga el periodista "a que lo tomen por pardillo o algo peor".

La mezcla de las fotografías de León y los textos de Avendaño salva la contradicción inherente al propio proyecto, que no deja de ser una intrusión por parte de dos periodistas en la intimidad de una institución, pero sin ser del todo una intrusión porque la institución lo permite. ¿Podría acabar la cosa siendo en sí misma una representación, cuando precisamente su empeño era deshacer otra? La receta para evitarlo, seguramente la única posible, ha sido el sentido del humor, presente en numerosas fotografías y textos, que desdramatizan el propio proyecto y evitan caer en la simplonería de ese otro cliché, el del "lado humano de nuestros políticos" –¡como si en el fondo pensáramos que son marcianos!–, un formulismo que no deja de ser más que autobombo refinado.

No, por ahí no han pasado Avendaño y León. Su libro, Una cámara en la Cámara, logra ofrecer un retablo variado, simpático y elocuente de la vida del Parlamento de Andalucía. La fotógrafa capta fauna y flora parlamentaria en estado salvaje o semisalvaje: las estampas de vírgenes en la pared, la diputada que se pinta los labios con coquetería, el periodista con un gesto serio que es en realidad más de abstracción que de interés, la de prensa dando parte al jefe de filas, el vigilante de seguridad que debe permanecer impertérrito pero al que se le van los ojillos y las orejas camino de una conversación al vuelo, las limpiadoras rematando la faena cuando todos se han ido ya... Y hay políticos. Muchos políticos. ¿Han accedido a ellos libremente y sin barreras León y Avendaño? Probablemente no del todo. Como señala el propio periodista: "Al poder, como al amor, le conviene que el otro no tenga toda la información sobre él: y no por maldad sino por mero sentido de la supervivencia". La cámara capta un instante intermedio entre la representación pública y el absoluto abandono de la intimidad. Es lo que podríamos llamar cotidianidad.

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Un consejero en horizontal

Y es auténtica. Ahí van algunas imágenes al vuelo: un consejero, que estaba a punto de ser cesado, por cierto, literalmente en posición horizontal sobre un escaño para recoger el bolso de una compañera, en una imagen que parecía preludiar su inminente derribo político; la llegada de bocatas a una reunión que se alarga; un despacho decorado con una bandera pirata –sí, sí, de Podemos–; las maletas de un diputado listas para darse el piro en cuanto acabe la tediosa sesión de turno; un cenicero lleno de cigarros donde no debía. Las fotos de León, protagonistas centrales del libro, y los textos de Avendaño, que prolongan y enriquecen su disfrute, se mueven con soltura entre lo anecdótico y lo simbólico, sin pretender revelar una supuesta verdad escondida y misteriosa. No intentan afirmar que ése que han captado es "el verdadero parlamento" –y no el otro, el de los flashes–, sino simplemente indicar que al menos hasta donde han tenido acceso todo parece bastante normalito. Junto a una fotografía del líder del PP, Juan Manuel Moreno Bonilla, intercambiando una confidencia con su mano derecha, Avendaño anota: "Lo que dicen en privado las personas cuyo oficio consiste en buena medida en hablar en público suscita siempre mucho morbo, pero probablemente nos llevaríamos una decepción si tuviéramos acceso a sus confidencias".

Esta colección de confidencias, detalles, risas al vuelo y estampas equívocas –hay una en que dos líderes del PSOE parecen mirarse acaramelados a puntito de besarse, aunque no es así– tiene apariencia de pasatiempo, pero encierra una reflexión sobre el poder político que vale no sólo para el Parlamento de Andalucía, sino para el 99% de los espacios de representación pública. Detrás de tanto boato, no hay para tanto. En cierta manera, son gente que trabaja, termina y se va a casa. Entremedias tienen algunas ideas, a veces buenas, como decir sí a este libro amable e inteligente.

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