Cultura

Los hermanos, esas extrañas criaturas

Retrato de las hermanas Brontë.

"¿Por qué el talentoso hermano de Jane Austen acabó olvidado por la historia?", se preguntaba recientemente Felicity Day en The Telegraph, al hilo de la publicación de Miss Austen, de Gill Hornby, que imagina la vuelta a casa de Cassandra James 23 años después de la muerte de su hermana Jane, y de The Other Bennet Sister, de la debutante Janice Hadlow, que explora la difícil situación de Mary, la hija mediana y siempre orillada de la casa Bennet en Orgullo y prejuicio.

(Abro paréntesis. El spin off de las novelas de Jane Austen posiblemente sea un género por sí mismo, como Raquel C. Pico cuenta estupendamente. Cierro paréntesis).

Pero, vuelvo al texto de Felicity Day, una reivindicación de James, que no era el hermano favorito de Jane sino que era el pasado por alto, como la Mary de la obra más famosa de la más famosa de las hermanas Austen.

Y nadie se fijaba en él a pesar de que James estaba llamado a la fama. Diez años mayor que Jane, tenía el don del verso humorístico, y la carrera literaria a la que parecía destinado no era incompatible con su condición de clérigo. Day apunta que quizá el triunfo de su hermana introdujo en la relación entre ambos elementos competitivos que a él no le gustaban. O quizá, como señaló la escritora y crítica literaria Claire Harman, autora de Jane's Fame. How Jane Austen Conquered the World, prefería seguir siendo un genio no reconocido. Lo cual no le impidió admirar a su hermana, y felicitarla tras la publicación de Sentido y sensibilidad: "continúa escribiendo", le dijo.

Quizá, concluye Day, James hubiera triunfado de no tener la competencia en casa…

Quizá, quizá, quizá...

Imaginar "qué hubiera pasado si…" puede tener su morbo. ¿Cuál hubiera sido el destino de Patrick Branwell Brontë de haber tenido unas hermanas menos brillantes? Leo en Wikipedia: "La familia Brontë​ fue una familia dedicada a la literatura inglesa del siglo XIX, cuya reputación, que se extiende a todos sus miembros, se debe principalmente al grupo formado por tres hermanas, poetas y novelistas, Charlotte (nacida el 21 de abril de 1816), Emily (nacida el 30 de julio de 1818) y Anne (nacida el 17 de enero de 1820)". El chico olvidado aparece en el tercer párrafo y sólo porque "muy próximos en el tiempo, las tres hermanas y su hermano Branwell desarrollan su imaginación para escribir el conjunto de historias cada vez más y más complejas".

La imagen perfecta de su desaparición está en un cuadro por él firmado, porque, además de escritor, era pintor. Me refiero a un retrato de las hermanas Brontë que cuelga en la National Portrait Gallery, obra de 1834 en la que al fondo aparece una columna ocre digamos… anómala. Pues bien, un estudio del museo reveló que allí iba el propio Branwell, quien llegó a autorretratarse aunque, al final, decidió ocultarse tras el pilar. Y así ha quedado para la historia. Murió a los 31 años, de tuberculosis.

Me dirán, y no les faltará razón, que si estos dos casos llaman nuestra atención es porque suponen el reverso inhabitual de una historia conocida: la de mujeres dotadas de talento que quedaron a la sombra de los varones de su familia. Alice James, por ejemplo, hermana de Henry y William; bien es cierto que, en su caso, las enfermedades físicas y mentales que arrastró durante toda su vida le impidieron desarrollar una capacidad que es evidente en su diario. En la edición española de este texto se explica que, al final de su vida, Alice pidió que se mecanografiaran sus notas, al parecer con intención de que se publicase; y se las confió a su amiga Katharine Peabody Loring, que preparó la edición del manuscrito e hizo cuatro copias, tras para los hermanos James y una para ella. Henry se negó a verlo publicado por las alusiones que en él se hacen a cuestiones privadas de personas de la vida social de la época. El texto no vio la luz hasta 1964.

También podíamos recordar a todas esas escritoras que se vieron obligadas o consideraron necesario refugiarse tras un seudónimo masculino, asunto que ya hemos tratado por aquí.

Pero la que ahora abordamos es una situación que tiene menos que ver con el sexo de los escritores, y más con el carácter, el genio o la suerte de cada uno.

Pensemos en los Mann, una familia con literatura en sangre: Thomas, el Nobel, que superó en fama al muy popular Heinrich, su hermano mayor, y amargó a sus hijos, letraheridos también: todo está en Los Mann. Historia de una familia, del historiador de la literatura, periodista y crítico Tilmann Lahme. O en las Mitford, hermanas extraliterarias no sólo por lo que escribieron, sino porque sus vidas dan para varias novelas. "¿Qué pueden tener en común una escritora de éxito (Nancy), una terrateniente (Pamela), una bella ama de casa (Diana), una nazi fascinada por Hitler (Unity), una comunista (Jessica) que huirá con su amor para combatir por la República en la guerra civil española, y una aristócrata y mujer de negocios (Deborah)?", preguntaba retóricamente Nuria Azancot. El apellido, desde luego. La correspondencia de estas seis mujeres es mucho más que la el reflejo de seis vidas, es también un retrato del siglo XX bosquejado desde sus diferencias ideológicas y sus concepciones a veces antagónicas, del mundo.

Hay más, antes y después en el tiempo. Los Grimm ("No deberíamos separarnos nunca", escribió Jacob a Wilhelm. Y así fue), los Goncourt (de los que muchos en la actualidad sólo saben por el premio que Edmond instituyó en su testamento, en memoria de su hermano Jules), los Durrell (Gerald, autor de Mi familia y otros animales, y Lawrence, autor de El cuarteto de Alejandría)…

… y, en España, los Álvarez Quintero, Serafín y Joaquín, a los que muchos no recuerdan, pocos distinguen, y muchos llaman, genéricamente, "los hermanos Quintero"

O los Machado: Manuel y Antonio, que son la dupla célebre, pero también Francisco, el tercer Machado, también poeta (hace no mucho se recuperaron sus Obras escogidas), que estudió derecho y fue oficial de prisiones (Dolores Ibarruri estuvo presa en la Cárcel de Mujeres de Madrid que él dirigió).

O los Camba, Francisco y Julio ("una bomba anarquista"), que siguen compartiendo hogar paterno en la Casa Museo Irmáns Camba.

O los Semprún, Jorge y Carlos, que se llevaban tres años de edad, acumulaban diferencias, y publicaron sus recuerdos casi de manera simultánea: Adiós, luz de veranos se tituló la del mayor; El exilio fue una fiesta: Memoria informal de un español en París, la del pequeño.

O los Casariego, Pedro, Martín y Nicolás, un clan marcado por un drama: el suicidio del mayor, Pedro, que firmaba como PeCasCor y tiene web y del que su hermano Martín dijo: "para conocerle había que esforzarse mucho más de lo razonable. A mí no me hizo falta. Tuve la enorme, compartida y terrible suerte de ser uno de sus siete hermanos menores. Se llamaba Pedro Casariego Córdoba, y yo afirmo que era un genio".

O los Posadas, Carmen y Gervasio.

Aunque, si de hermanos literarios españoles hablamos, los apellidos que antes vienen a la memoria son Panero y Goytisolo.

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A estos últimos: el mayor, José Agustín, poeta; Juan, novelista y conciencia crítica, y Luis, que ganó con su novela de debut, Las afueras, el Premio Biblioteca Breve, dedicó Miquel Dalmau Los Goytisolo. "Tal vez os hicisteis escritores porque os quedasteis sin madre y solo os quedó la biblioteca", le dijo Julia, la hija de José Agustín (sí, la Julia de "Palabras para Julia") a su tío Luis. Tal vez. Curioso, doloroso: la prole de un germanófilo que apoyaba a Franco se quedó huérfana cuando la aviación franquista bombardeó Barcelona.

En cuanto a los Panero, su epopeya familiar es de sobra conocida gracias a El desencanto (1976), película documental de Jaime Chávarri, al decir de algunos, más una biopsia que un biopic que contó con la colaboración de la viuda e hijos del poeta astorgano Leopoldo Panero. El insólito y cruel exorcismo tuvo segunda parte, Después de tantos años, que en 1994 dirigió Ricardo Franco y no porque Chávarri rechazara el proyecto. "No la llegué a rechazar. Fue muy divertido —explicó en una entrevista—. No pensaba hacerla, pero me llamó Michi [Panero] y me dijo: 'Quiero hacer la segunda parte de El desencanto. Sólo la puedes hacer tú. Y ya tengo un título, El desconcierto'El desencantoEl desconcierto'. Me pareció un título genial y le dije ‘bueno, me lo pensaré', pero pensando que no la iba a hacer. Y a los cinco minutos me llamó Ricardo Franco y me dijo: 'Oye, que me ha llamado Michi y me ha dicho que si quiero hacer la segunda parte de El desencanto y que sólo la puedo hacer yo'. Y yo le dije: 'Me parece una idea genial'". Los Panero, en estado puro.

Hay más, claro. Rellene usted los puntos suspensivos que nacen al conjuro de las palabras "Los hermanos…" o "las hermanas…", e incluso ciñéndose al ámbito de la literatura, surgirán mil y una historias de rivalidades y celos, de ayuda y admiración porque, como dijo Jane Austen (al menos, a ella se le atribuye): "¡Qué extrañas criaturas son los hermanos!".

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